18 abril, 2013

Peña Nieto y Pemex: a reducir al "ogro filantrópico"


Peña Nieto y Pemex: a reducir al "ogro filantrópico"

Pocos detalles se saben del proyecto de modernización de Pemex que el gobierno mexicano enviará al congreso en las próximas semanas. Pero las expectativas de los inversionistas extranjeros en torno a lo que pasará con el monopolio petrolero estatal son altas. ExxonMobil y Royal Dutch Shell, entre otras gigantes del negocio petrolero, han adelantado que invertirán en México si el parlamento aprueba la esperada reforma que -eso se sabe- abrirá las puertas al capital extranjero.
La reforma no sólo es necesaria sino que debió ponerse en marcha hace mucho tiempo, como bien lo saben Enrique Peña Nieto y los cuatro presidentes que lo antecedieron, quienes trataron de flexibilizar a Pemex sin lograrlo.
El proyecto de reforma petrolera se inscribe además en un plan mucho más ambicioso que Peña Nieto ya ha puesto en marcha, y que incluye modernizar el régimen tributario, poner fin a los monopolios privados, liberalizar el mercado laboral y mejorar la educación. De tener éxito el plan del gobierno, México se convertiría en una potencia global emergente.
Con ventas por más de US$ 110.000 millones anuales, Pemex aporta un tercio del total a la caja fiscal mexicana. Esa hemorragia le significa un patrimonio negativo de --US$ 14.000 millones y que el año pasado tuviera pérdidas netas por US$ 6.000 millones. No tiene dinero para explotar los yacimientos de petróleo y gas que se descubren año tras año. Las reservas del país llegan hoy a 150.000 millones de barriles, comparables a las de Kuwait.
Pemex lleva años sin invertir. Su producción ha caído sostenidamente desde un máximo de 3,4 millones de barriles diarios en 2004 a su nivel actual de 2,6 millones de barriles. A ese ritmo de descenso, México perdería su relevancia como exportador de petróleo en menos de diez años. Y si aumentara al doble su actual nivel de producción y mantuviera ese nivel sin que se descubrieran nuevos yacimientos, tendría reservas para más de 80 años.
Y fueron problemas de mantenimiento -léase subinversión- los que causaron la explosión que mató a 32 personas hace un par de meses en la torre de Pemex en Ciudad de México.
Con México sentado en un creciente pozo de petróleo, nadie duda que Pemex necesita invertir, y para invertir necesita una reforma. Pero si Peña Nieto intenta una reforma que huela a privatización se va a encontrar con la oposición cerrada del congreso, incluyendo a los parlamentarios de su propio partido, el PRI. Mal que mal el PRI trabó con éxito los intentos de liberalización que intentaron los gobiernos del PAN (2000-2012).
Una privatización bien hecha -quizá la mejor solución para Pemex y para México- enfrentaría también la oposición de los sindicatos de Pemex y sus 150.000 trabajadores. Un privatización sería también condenada por la opinión pública. La propiedad estatal del petróleo es dogma en México desde hace 75 años, cuando el presidente Lázaro Cárdenas nacionalizó los yacimientos que estaban entonces en manos estadounidenses y británicas.
La reforma no será privatizadora, pero dará acceso a la industria petrolera a capitales privados locales y extranjeros. El proyecto llega en un momento propicio, cuando los inversionistas extranjeros cambian su foco de interés de Brasil a México, luego de que la economía brasileña se detuviera y la mexicana retomara el crecimiento, luego de recuperarse de la crisis de 2008-2009. A partir de 2010, México ha superado a Brasil en crecimiento y la exuberancia ha llegado también a la bolsa local, impulsándola a alturas récord.
El proyecto de reforma petrolera se inscribe además en un plan mucho más ambicioso que Peña Nieto ya ha puesto en marcha, y que incluye modernizar el régimen tributario, poner fin a los monopolios privados, liberalizar el mercado laboral y mejorar la educación. De tener éxito el plan del gobierno, México se convertiría en una potencia global emergente.
La energía está en el corazón de las reformas que ha emprendido Peña Nieto. Pero debe caminar por una delgada cuerda floja para lograr que el congreso apoye su proyecto, y al mismo tiempo ofrecer a los inversionistas privados un negocio que de verdad les abra el apetito. Una forma de hacerlo sería que la reforma diera a los inversionistas privados una parte de las utilidades de nuevos proyectos de exploración. Otra sería permitirles reservar por adelantado la explotación de yacimientos ya encontrados pero aún no explotados.
Sea como fuere, los problemas de Pemex vienen de su condición de cash cow para las arcas fiscales. El monopolio petrolero estatal, con 150.000 empleados, es más grande que muchos ministerios. Y el crecimiento monstruoso del Estado, lo que Octavio Paz llamaba el “ogro filantrópico”, ha sido causa y expresión de los males de México desde la revolución.
Peña Nieto ya ha mostrado que quiere desmantelar los monopolios privados, como Televisa y Telmex/América Móvil. Y hace unas semanas se lanzó contra el sindicatos de profesores que está frenando la reforma educativa. Ahora debe lanzarse contra los enquistados poderes fácticos de la gigante petrolera estatal. Tiene que reducir el tamaño y el poder  del ogro filantrópico.

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