20 abril, 2013

Salvador Allende, un destructor beatificado

Salvador Allende, un destructor beatificado

Por Enrique Fernández García
La ilusión democrática de que existe algo como el gobierno del pueblo ha sido siempre una constante invitación a usurpadores y nuevos monopolios. Ralf Dahrendorf 
El 22 de agosto del año 1973, los diputados chilenos aprobaron, en su mayoría, un documento que señalaba las arbitrariedades perpetradas por Salvador Guillermo Allende Gossens. Esos atropellos evidenciaban su rechazo a las libertades que, desde hacía bastante tiempo, habían sido reconocidas para proteger al individuo. Según lo expuesto por los parlamentarios, se denunció el financiamiento de grupos armados, secuestros, torturas, confiscaciones e intensos ataques al periodismo. Todo parecía revelar el deseo de instaurar una dictadura que abrevara del comunismo. Los límites que colocaba la democracia liberal a su presidencia se vulneraron sin escrúpulos de ningún tipo. Es pertinente resaltar que, en diversas oportunidades, la Unidad Popular embistió contra jueces, legisladores y otros representantes de instituciones republicanas. Aunque hubiese obtenido el poder merced a las urnas, quedaba claro que no quería cumplir sus normas. La pretensión era eliminar lo que impidiese una monstruosidad como aquélla engendrada por Castro. 
 
El propósito de los diputados era cuerdo: exhortar al Gobierno a que sus sinrazones cesaran. Es correcto que se podía acusarlo ante el Senado; empero, esa instancia no dejaba de consentir masivamente los abusos presidenciales. Ello hizo que se recurriese al llamado a la terminación de tales prácticas. Era repudiable que se utilizara el sufragio para conseguir la gloria política, tras lo cual, con desfachatez, los derechos fundamentales quedaran suprimidos. El plan hitleriano de ganar los comicios y entronizar la barbarie fue aplicado sin congoja. Es su concesión a las formalidades que los países civilizados requieren para permitir la toma del poder. Ocupado el sitial de mando, las reglas son cambiadas, evitando que se frene la concreción del anhelo autoritario. De este modo, como pasó en los últimos años, las ánforas son usadas para construir el camino al totalitarismo.
Es innegable que, desde sus primeros días en el Gobierno, Allende tuvo la intención de acabar con el sistema democrático. Su participación en las elecciones fue una mera impostura, un embuste para barnizar de legalidad el triunfo. Al respecto, conviene subrayar que su victoria distó mucho de ser contundente, pues obtuvo sólo el 36.2% del voto en disputa. Por este motivo, para brindarle su apoyo, los democratacristianos le exigieron que aprobara un estatuto de garantías fundamentales, el cual debía incorporarse a la Constitución. Una vez consagrado como jefe de Estado, no tuvo problemas en incumplir los pactos relativos a esa condición. Respetar lo establecido por las leyes a favor de los ciudadanos era una opción que nunca fue considerada. Obviamente, acusaciones tan razonables como ésas fueron desechadas por La Moneda debido a que, en su criterio, pretendían alentar el golpismo. En lugar de asumir errores y prometer enmiendas, la respuesta era intensificar las tropelías.
Salvador Allende, agente de la KGB, antisemita, racista, homófobo, inclinado al nazismo, demócrata fraudulento y enemigo del espíritu crítico, fue quien causó el ambiente adecuado para ese derrocamiento que protagonizó Pinochet. El presidente socialista no se dignó en actuar conforme al marco establecido para regir sus funciones. Alegando la persecución de un fin que sería noble, aunque ninguna experiencia en el pasado lo acreditara, consumó variadas ruindades. Así, se privó de otras alternativas a sus opositores, los cuales habían intentado repetidamente meterlo en cintura. Su mandato se había convertido en una tiranía que un hombre de bien debía resistir. Aquéllos que procedieron de acuerdo con esta convicción lo hicieron en defensa del orden republicano. En síntesis, los que eligieron la insubordinación ejercieron el derecho a la rebelión, eficaz herramienta para luchar en contra de los déspotas. Es cierto que, mientras se trabajaba para corregir sus sandeces, fueron cometidas algunas abominaciones; no obstante, esto surgió como consecuencia del régimen encabezado por ese sujeto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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