Al
cambiar el verdadero sentido de la palabra lucro, cargarla de emociones
y darle un significado peyorativo, se está atacando – y en forma muy
efectiva – la vena yugular de nuestro modelo.
Hay politicos de izquierda y centro insuperables para inventar
eslóganes y para luego lograr que la población los haga suyos. Sucedió
hace años, primero con los momios, luego con la alegría, y se repite
ahora con el fin al lucro. Al cambiar el verdadero sentido de la palabra
lucro, cargarla de emoción y darle un significado peyorativo, se está
atacando comunicacionalmente y en forma muy efectiva a la vena yugular
de nuestro modelo.
El lucro es definido como la ganancia, beneficio, utilidad, logro o
provecho que se consigue en un asunto o negocio. Punto. De acuerdo con
esta definición y en estricto rigor, tal logro no tiene por qué ser
monetario, como sucede de hecho en el caso de algunas organizaciones
cooperativas, universidades, colegios y fundaciones, sin perjuicio de
que en nuestra legislación generalmente lo sea. Sin embargo, algunos
están logrando cambiar radicalmente su sentido y el lucro está pasando a
ser en Chile una expresión casi grosera, sinónimo de ganancias
excesivas, de usura y de abuso.
El fin de las organizaciones es producir bienes y servicios,
incentivados por las ganancias o logros a obtener, sujetas a las
restricciones imperantes. Reconociendo el poder de los incentivos
mencionados, materiales o no, en las modernas economías sociales de
mercado y particularmente en la chilena, el Estado vela por maximizar la
competencia, para asegurar así que las organizaciones cumplan sus
objetivos sociales, al mismo tiempo que las ganancias, de ser
materiales, sean normales. Si no es posible generar competencia, las
autoridades recurren a otros medios de regulación – tales como
fijaciones de precios, licitaciones, etc. – para lograr los mismos
objetivos.
Así, el lucro o la ganancia – entendida en su verdadero significado y
legitimada principalmente por la competencia – es en el modelo chileno
el instrumento que incentiva la creación de nuevas organizaciones,
incluyendo aquellas del área social. Además, fomenta la innovación y
permite asignar en forma descentralizada y en principio óptima, los
recursos de que dispone el país. Más importante, posibilita tener un
sistema en que cada ciudadano pueda realizar su proyecto personal en un
ambiente de plena libertad, cosa que a menudo -desafortunadamente- sólo
valoramos cuando el entorno nos lo impide. Estos proyectos no tienen por
qué privilegiar lo material, como tampoco lo tienen que hacer las
organizaciones en que se realizan.
La grave tergiversación del concepto del lucro en Chile es obra de
unos pocos que pretenden modificar radicalmente nuestro modelo. Para
ello aprovecharon hábilmente algunos lamentables abusos de connotación
pública. Estos y otros que existen o puedan surgir, se pueden y deben
evitar a futuro, pero jamás se debe perder de vista que son nimios,
comparados con aquellos que se producen a diario bajo regímenes
totalitarios. Por esto, los que apreciamos los beneficios en una
democracia representativa y de una economía social de mercado que la
sustenta, debemos hacer, cada uno en su ámbito, un especial esfuerzo
-que no será trivial- para volver a darle al lucro su verdadero sentido,
que no tiene absolutamente nada que ver con ganancias excesivas, usura o
abuso.
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