Llegar al poder no era un medio para ayudar a su pueblo. Era un fin
en sí mismo para convertirse en el heredero, en el único capaz de alzar
la voz en un país donde el silencio es conveniente, donde el ejemplo
está en una dictadora que por más de medio siglo mantiene a una nación
caribeña secuestrada bajo el estigma del miedo y la pesadilla del
racionamiento
En una accidentada carrera, ayudado por las muletas de
interpretaciones insólitas de “iluminadas” y de acomodaticias resultas
de árbitros “imparciales”, pudo ser candidato siendo presidente, y
abusar sin escrúpulos, elemento ausente de la composición orgánica de
los de su especie, del latifundio radioeléctrico que construyó su mentor
en casi tres lustros de férrea autocracia.
Pero con todo lo antes señalado, apenas consiguió que le adjudicaran
una pírrica ventaja, un exiguo diferencial de menos de dos puntos
porcentuales. El heredero había despilfarrado millón y medio de votos en
seis meses, y como algo más trágico, había logrado por primera vez que
medio millón de consistentes simpatizantes de su causa cruzaran el río
para demostrarle su rechazo.
Todo fue muy de prisa. Y el mismo candidato, carente de carisma, de
discurso y de imagen propia, quien necesitó acompañar su foto en todas
las piezas de propaganda con el rostro del líder hoy difunto, ahora
aceleraba su entronización, ignorando que para ser proclamado vencedor
no debe quedar duda de los resultados.
Prometió a los invitados extranjeros revisar todos los resquicios de
la voluntad popular depositados en las cajas que más nunca nadie vio, y
contando de nuevo con esa suerte de intérpretes convenientes, desestimó
el valor del “comprobante”, elemento que con su solo nombre explica su
naturaleza y propósito. Si esos “papelitos” son inocuos ¿por qué la ley
te castiga si rompes o te comes uno de ellos?
Le entregaron todos los símbolos y signos del poder civil, del poder
militar, pero eso no lo invistió de autoridad real, porque hasta a los
suyos les quedó el amargo sabor de la victoria dudosa, de la trampa
encubierta, del penoso papel de truncar la rendición de cuentas de un
proceso donde todos esperamos transparencia.
Hoy vive una tragedia. Persigue a su propia sombra. Se rodea de
policías pero no sabe lo que busca. Por eso jorungan los teléfonos de
los empleados públicos en una cacería de brujas que emula a la
Inquisición en tiempos digitales. Redes Sociales son auditadas, fotos,
avatares y demás elementos que evidencian la lamentable paranoia de
quienes lejos de proyectarse como vencedores, reconocen con sus miedos
la presencia de la derrota, el frío del rechazo y el calor de una
protesta que inteligentemente se encuentra controlada por un verdadero
líder.
Eso es lo que lo enloquece. Que el libreto cubiche no resultó como se
lo entregaron. No pueden infiltrar a nadie buscando la tragedia porque
nadie salió. No pueden tapar el ensordecedor ruido de las cacerolas de
los hogares humildes con los millones de bolívares que queman cada noche
de nuestro dinero en cohetes insípidos, porque la cacerola no suena por
su material sino por la rabia con la que la tocan, y esa infinita
molestia del pueblo de a pie lo está descomponiendo poco a poco.
Comienza una persecución, rapaz y artera, como todos sus actos, donde
malogran a estudiantes para sembrar el miedo, proyectando el suyo
propio y encarcelando a quienes son capaces de denunciar ante el mundo
la vergonzosa entrega de nuestra soberanía a un gobierno desapegado de
la democracia y alejado del respeto por los derechos humanos.
Esto es lo que intenta el aprendiz de tirano, ese que no conoce su
propia geografía, que no puede estructurar dos minutos de ideas propias
sin caer en contradicciones o en el ridículo de los barbarismos
lingüísticos, ese que persigue a los periodistas que desnudaron su
disfraz de vocero en la adversidad de su líder, que demostraron su
reiterada mentira al llenarse la boca con los relatos de un moribundo
supuestamente trotando o en reuniones maratónicas tratando temas de
economía, ese que no es capaz de reconocer que no son burgueses quienes
lo adversan y que gran parte del pueblo lo repudia por su animoso deseo
de engañarnos todos los días.
Pero el aprendiz de tirano no sabe que para ser tirano hace falta
algunos ingredientes que él no tiene consigo. Una imagen propia que
nadie logra fabricarle, un discurso vehemente que no puede dibujar,
aliados incondicionales que no encuentra en su entorno y una causa
nacional que nunca tuvo y que ahora trata de reciclar de quien fuera su
maestro de un curso que evidentemente reprobó.
El pretorianismo de su antecesor no deja espacio para su propia
impronta porque aunque se vista de verde oliva y luzca las charreteras
que le regalaron es un civil, sin ascendencia alguna entre una casta que
no lo ve como uno de ellos aunque les juren que es el líder
reencarnado.
No importa a cuántos encierre en las mazmorras de una incipiente
dictadura, no importa si convierte el ejercicio de la oposición
democrática en la clandestinidad, el verdadero prisionero está en otro
sitio, rodeado de un pasado que lo castró y de un futuro que es una
camisa de fuerza por los compromisos que contrajo para llegar a donde
pensó que era el final de una carrera sin saber que es solo el principio
de su propia pesadilla.
Esta versión tropicalizada del clásico de Goethe nos trae a un Fausto
que vendió su alma a Mefistófeles para tenerlo todo y que no podrá
complacer a su Margarita porque al libro se le acaban las páginas
rápidamente.
Venezuela es un país libre y nadie lo condenará al oscurantismo de la
barbarie emulando los episodios más tristes de regímenes despóticos
como los representados recientemente. Ahora, tal vez entendamos los
lazos de amistad con los “hermanos” pueblos de Bielorrusia, Irán, Siria y
de la inefable Cuba castrista.
La lucha apenas comienza y quien quiera gobernarnos primero debe
demostrar que ganó ese derecho en buena lid. Las cartas están echadas. Y
les recuerdo que “oposición” es una palabra que define acción. No hay
oposición pasiva. Y no permitiremos que este aprendiz obtenga el grado
de tirano. Si quiere gobernar, demuestre que ganó, respete a todos por
igual y conceda a todos los derechos consagrados en nuestra Carta Magna.
o como dice el juramento, la Patria lo condenará.
Amanecerá y veremos….
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