13 junio, 2013

Momento clave para la democracia turca

VICENTE ECHERRI: Momento clave para la democracia turca

 

Recep Tayyip Erdogan
Recep Tayyip Erdogan
AP
“Hay una tensa calma en el centro de Estambul luego de una noche de choques en que se vio a la policía antimotines turca dispersar a manifestantes opuestos al gobierno”.
Así encabezaba el servicio de noticias de la BBC su información sobre la crispada situación de la ciudad emblemática de Turquía –la venerable Constantinopla– que desde el 31 de mayo vive un clima de protestas e insubordinación que ya ha ocasionado varios muertos, cerca de 6.000 lesionados (entre ellos 600 policías) y numerosos arrestos. También se han producido cuantiosas pérdidas materiales por cuenta de actos de vandalismo.

A simple vista podría creerse que se trata de otro retoño de la ya famosa “primavera árabe” que, en 2011, derribó varios gobiernos dictatoriales del norte de África y encendió una chispa subversiva en Siria que aún perdura. Algún eco puede que hayan tenido esas revueltas populares entre los manifestantes turcos, pero el objetivo, el carácter y el perfil de los que protestan no podría ser más distinto.
En el mundo árabe la constante de los movimientos populares de los últimos dos años ha sido la notable presencia religiosa (como el caso de la Hermandad Musulmana en Egipto) de los opositores frente a dictaduras seculares. En Turquía parece todo lo contrario, se trata de gente afín a una ideología laica que se enfrenta a un gobierno que acusan de querer llevar al país por el camino del fundamentalismo islámico. Nada más contrario a la primavera árabe; podría decirse que son las protestas del otro lado.
Aunque el gobierno ha reprimido a los manifestantes con las consecuencias que antes he apuntado, ha tratado de mantener la mesura y la serenidad frente a un estado de opinión que ya se ha extendido a otras ciudades y que está siendo observado con mucho interés por las democracias de la zona. En verdad se trata de una prueba de calidad para el Estado turco que aspira a ingresar en la Unión Europea –pese que sólo tiene un pie en Europa. Los países que han vetado una y otra vez ese ingreso por seguir encontrando –aunque así no lo digan– un tufo de barbarie asiática en esa nación que refundara Mustafá Kemal Ataturk hace 90 años, deben sentirse reivindicados por lo que ahora sucede. Otros están a la espera del desenvolvimiento de la crisis para pronunciarse. El gobierno del primer ministro Tayyip Erdogan se encuentra en una verdadera encrucijada: entre una ola de protestas que no amaina y la impasible mirada de los gobiernos europeos que esperan que dé pruebas de valores civilizados para dejarlo entrar en su club, a cuya puerta lo apedrean. Nada envidiable, ciertamente.
Los que han salido a la calle a protestar están conscientes de esta debilidad, como saben también que el gobierno del partido de Erdogan aspira a convertir al islam en ideología de Estado en lo que hasta ahora ha sido el más secular de los países musulmanes, donde aún hoy las mujeres no pueden entrar con la cabeza cubierta en muchas dependencias del Estado. Como siempre sucede cuando un credo cerrado inspira la función política, la intolerancia se hace inevitable por mucho que se quiera evitar. En Turquía han empezado a censurar la moda, la prensa, el cine, a prohibir el consumo de alcohol… Los liberales, los que se sienten parte de la modernidad, los que aspiran a ser vistos como europeos, no están dispuestos a consentirlo. Tales son los términos del enfrentamiento.
Desde Europa miran con mucha atención lo que ocurre en Turquía, que Catherine Ashton, la jefa de la política exterior de la Unión Europea, ha definido como un “momento clave” y una “oportunidad para que [ese país] renueve su compromiso con los valores europeos”. Por su parte, Emma Bonino, ministra de Relaciones Exteriores de Italia, decía que las protestas eran “la primera prueba seria de resistencia de la democracia en Turquía y de su adhesión a Europa”.
Podría decirse, sin temor de exagerar, que esta crisis de confianza que enfrenta el gobierno turco frente a un segmento apreciable de su pueblo puede convertirse en un verdadero punto de inflexión que determinará el rumbo –occidental u oriental– de este importante país a horcajadas sobre dos continentes.

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