El PRI cabalga de nuevo
Se sabe desde hace mucho tiempo, pero
sólo ahora que se va acercando la fecha empiezan (empezamos) los que nos
fijamos en estas cosas a asumir la magnitud de lo que está por ocurrir
en México. El 1 de julio, dentro de muy pocas semanas, a menos que algo
imprevisto ponga los comicios presidenciales patas arriba, el PRI
volverá al gobierno de México de la mano de un ex gobernador de 45 años,
Enrique Peña Nieto, que promete un “cambio responsable”.
¿Quién hubiera dicho en 2000, cuando
Vicente Fox puso término a la hegemonía del PRI con una impecable
victoria electoral que el entonces mandatario Ernesto Zedillo aceptó
gallardamente, que este partido retornaría apenas 12 años después con
todo el poder posible en democracia: el control de 20 estados, la
mayoría de la Cámara de Diputados y la Presidencia de la República?
Porque eso, precisamente, es lo que auguran los sondeos desde hace mucho
tiempo. El PRI, que gobernó México durante 71 años y simbolizó lo peor
de América Latina, volverá a Los Pinos, si todo sale como está previsto,
mandatado por los electores.
Sólo el regreso del Partido Comunista en
Rusia por la vía electoral podría superar en ironía democrática y en
simbolismo histórico semejante cosa (no hace falta añadir las obvias
diferencias).
Recuerdo bien el ambiente que reinaba en
México en julio de 2000, cuando Fox ganó las elecciones, y en
diciembre, cuando asumió el mando. En la toma de posesión, tanto
nuestros anfitriones mexicanos como los invitados extranjeros creíamos
estar asistiendo al fin del PRI en su expresión tradicional. Nadie
pensaba que desaparecería, pero nadie dudaba que, en la etapa
democrática y en el mundo global al que México se iba enganchando, ese
partido quedaría reducido a proporciones normales y pasaría por un
extenso purgatorio del que tardaría varios lustros en salir.
¿Ha cambiado el PRI? ¿Es Peña Nieto un vino viejo en odre nuevo o el producto y el jefe de un nuevo partido?
Es difícil dar respuesta a estas
pregunta con certeza. Los mexicanos del PAN, el partido de centro
derecha que ha gobernado durante los doce años democráticos, y del PRD,
ese desprendimiento del PRI que hoy agrupa, en alianza con otras
organizaciones, a la izquierda, están convencidos de que el PRI sigue
siendo el PRI. Los independientes expresan una desconfianza semejante
cuando se les pregunta su opinión. Y, sin embargo, los electores se
inclinan por el regreso del partido que sigue suscitando tanto temor.
Los últimos sondeos, según el resumen de Mitofsky, empresa muy
respetada, alrededor de 45 por ciento de la intención de voto a Peña
Nieto. Esto quiere decir que más de la mitad de los mexicanos no votarán
por él, lo cual es congruente con la expresión mayoritaria de rechazo a
que me refería. El sistema electoral no prevé una segunda vuelta.
Aun así, la ventaja que lleva Peña es
notable. Andrés Manuel López Obrador, el líder de la alianza comandada
por el PRD, roza el 24 por ciento, y Josefina Vázquez Motta, la líder
del PAN, anda por 22 por ciento. Se puede decir, por tanto, que el
candidato presidencial del PRI iguala la suma de sus dos grandes
rivales. El esquema de los tres tercios que parecía insinuarse en la
política mexicana se ha roto.
Si juzgamos al PRI por sus
gobernaciones, el partido no ha cambiado. Sigue siendo esa maquinaria
clientelista, parcialmente corrompida, astutamente manipuladora y
disimuladamente autoritaria que fue siempre. Esa es la tónica en buena
parte de las 20 gobernaciones que controla. Por si hiciera falta un
recordatorio, en estos últimos días el ex gobernador de Tamaupilas, el
priísta Tomás Yarrington, se ha visto envuelto en un escándalo tras la
decisión de las autoridades jurisdiccionales de Estados Unidos de
confiscarle propiedades que había adquirido en Texas con dinero obtenido
mediante sobornos de narcotraficantes.
Otro escenario donde el PRI ha mostrado
sus viejos métodos es el Congreso. Desde hace 15 años, el poder está
dividido en ese país gracias a que los electores no han querido dar al
Presidente el dominio de la Cámara de Diputados. Ocurrió en la etapa
final de Zedillo y, ya en plena democracia, durante los gobiernos de Fox
y Felipe Calderón. En estos últimos dos gobiernos no fue posible hacer
ninguna reforma importante en gran medida porque el PRI la impidió en el
Congreso. En temas como el presupuesto fiscal y el sistema tributario,
la legislación laboral y, sobre todo, el petróleo, el PRI frenó toda
iniciativa importante impulsada por el gobierno.
También el PRD hizo lo suyo para frenar
las iniciativas. Pero del PRD podía, por razones ideológicas, esperarse
eso. No, en cambio, de un PRI que había iniciado con Miguel de la
Madrid, allá por los años 80´, la apertura económica y que años después,
con Zedillo, había llevado la globalización mexicana a niveles
significativos. El PRI, si bien había seguido siendo una maquinaria
política sofocante y corrupta, había hecho reformas económicas de
bastante calado en sus últimos gobiernos. Llegó incluso a permitir,
aunque de un modo algo tortuoso, la venta de propiedades comunales
agrarias organizadas en torno al famoso “ejido”. Pero, a pesar de estos
antecedentes, llevado por su vieja inclinación hegemónica, el PRI
prefirió en la etapa democrática sabotear la modernización pendiente de
México para frustrar a los gobiernos del PAN y acelerar el retorno al
poder.
El lector se preguntará por qué, si esto
es así, los electores premian al PRI dándole todo el poder que es
posible dar en democracia (al que se suma el de los grandes medios
televisivos: Televisa no esconde su apuesta por Peña Nieto). La
respuesta a este interrogante es múltiple. La percepción de muchos
ciudadanos es que en la primera administración del PAN Vicente Fox no
supo negociar con el PRI ni crear un clima nacional favorable a las
reformas, y que en la segunda, la de Felipe Calderón, la decisión de
declarar la guerra al narcotráfico quitó todo fuelle al gobierno para
iniciativas reformistas. Esto último con el agravante de que, 55 mil
muertes después, todavía el gobierno mexicano está lejos de derrotar al
narcotráfico. A pesar de los reveses sufridos por los carteles y del
coraje con que Calderón ha combatido al crimen organizado y a la
corrupción, el enemigo sigue vivo y coleando, y las instituciones
altamente penetradas por él.
Cansancio, frustración por la falta de
reformas, sensación de que si el PRI no gobierna nadie puede hacer
cambios, es lo que lleva a un número no mayoritario pero sí suficiente
de mexicanos a inclinarse por Peña Nieto. También han jugado un papel,
por cierto, los méritos del candidato. Su juventud, su paso
relativamente incólume por la gobernación del estado de México, donde
viven 15 millones de personas, y su discurso de “cambio responsable” han
ayudado a mitigar la desconfianza de un sector de ciudadanos. La imagen
de renovación y glamour que proyecta (su esposa es una famosa actriz de
telenovelas) han sublimado, si tal cosa es posible, al dinosaurio del
PRI a ojos de muchos mexicanos.
En esta tarea han colaborado diligentemente los propios adversarios de Peña Nieto.
En el caso de Josefina Vázquez Motta,
que ganó la nominación del PAN a pesar de no ser la candidata preferida
de Calderón, el problema ha sido la enorme distancia entre los méritos
profesionales de la economista y su impericia política. Una serie de
anécdotas ilustran la accidentada campaña de la candidata, desde el
hecho de que casi no llegó a la inscripción de su candidatura en el
Instituto Federal Electoral por el tráfico vehicular hasta haber tenido
que interrumpir un discurso a poco de comenzarlo por no contar con
fuerzas físicas para seguir de pie, pasando por el lapsus que la llevó a
prometer en un evento que reforzaría el lavado de dinero si llegara a
la Presidencia.
En el caso de López Obrador, se trata de
otro ejemplar antiguo del bestiario político mexicano: tan fosilizado,
que, en comparación con este megaterio, el dinosaurio del PRI se ve
joven. El PRD cometió el grave error de optar por el mismo candidato que
ya en 2006 había mostrado un perfil muy intolerante al no aceptar su
derrota ante Calderón y ofrecer un discurso ideológico más cercano al
chavismo que a Lula da Silva. Hubiera debido nominar a Marcelo Ebrard,
que como jefe del gobierno de la capital había dado muestras de ser un
líder de izquierda moderna con potencial para ampliar la base de su
partido.
Todo lo cual nos devuelve a la pregunta
de si el PRI seguirá siendo el PRI con Peña Nieto. Es probable que en lo
político lo siga siendo, con las limitaciones que la democracia le
impone hoy. Pero está menos claro lo que pueda ocurrir en el campo de
las reformas. Peña ha hablado de una reforma fiscal y tributaria, una
mayor flexibilidad en la legislación laboral y una apertura al capital
extranjero en materia energética (lo que requerirá una reforma
constitucional para la cual será necesario el voto de dos tercios del
Congreso).
Todo esto es lo que el PAN ofreció y no
pudo hacer en el gobierno, y que en el “establishment” mexicano, con
excepción del PRD, se piensa ahora que es indispensable. Por la ausencia
de dichas reformas, la economía mexicana perdió aliento y
competitividad en la última década, creciendo a una tasa promedio de 2
por ciento al año, muy por debajo del resto de América Latina. Aunque
muchas empresas que se fueron a China están volviendo por el
encarecimiento del clima de negocios en ese país y, una vez pasado lo
peor de la crisis estadounidense, el contagio negativo del vecino
norteño se ha reducido, la percepción es que México no va a crecer si no
rompe los nudos gordianos que todavía atan su economía. Ello incluye el
viejo tema tabú del petróleo: por culpa del monopolio estatal de PEMEX,
la producción de petróleo de México, uno de los diez mayores
productores del mundo, ha caído 10 por ciento en los últimos ocho años.
Si Peña gana, tendrá, según las
encuestas, mayoría parlamentaria para muchas de esas reformas, con la
posible la excepción de la modificación constitucional, que dependerá
del (desmemoriado y generoso) respaldo del PAN. Lo que no está claro es
que si el propio PRI respaldará a Peña, su líder. El discurso del
candidato no ha venido acompañado de muchos apoyos explícitos de peso en
el partido. En tiempos del viejo PRI, el Presidente de la República era
también el reyezuelo de su partido. En este escenario democrático, no
hay garantía alguna de que el PRI -sus congresistas, sus gobernadores,
sus corrientes sociales- se alinee con un eventual empeño reformista de
Peña.
Mucho dependerá del mandato con que
acceda al poder Peña Nieto. En las última semanas sus porcentajes han
caído un poco a medida que han sucedido dos cosas (la última encuesta de
Mitofsky le daba menos de 40 por ciento aun cuando el resumen de varias
le da más). Primero, la irrupción de Gabriel Quadri, un candidato
independiente que tuvo un excelente desempeño en el primer debate
presidencial y parece haberse granjeado simpatías. Su discurso moderno,
más bien liberal y altamente crítico de todos los partidos, ha
conseguido cierto eco. No sabemos aún si esto puede traducirse en un
surgimiento repentino y desproporcionado, en desmedro de Peña. Lo otro
es el crecimiento de López Obrador. Nadie cree seriamente que AMLO puede
ganar, pero la erosión paulatina de Josefina Vázquez ha ido
concentrando en el candidato del PRD buena parte del voto “anti PRI”. En
días recientes ha habido manifestaciones estudiantiles y de activistas
que se hacen llamar “los enojados”. También han proliferado campañas
contra el candidato favorito en las redes sociales. La más notoria ha
sido “Yo soy 132”, una página web en la que 131 estudiantes que habían
abucheado a Peña en la Universidad Iberoamericana respondieron a las
descalificaciones públicas hechas luego por el candidato.
Todo parece concentrarse por ahora, sin
embargo, en el Distrito Federal, que desde hace años es un bastión del
PRD. Si bien da la impresión de que esta reacción juvenil contra el PRI
ha ayudado a López Obrador ha alcanzar el segundo puesto, no
necesariamente tiene una traducción nacional.
Faltan unas seis semanas para las
elecciones. Serán una prueba de resistencia para Peña. A estas alturas,
las tiene ganadas y sólo una serie de errores graves, o uno de esos
“extraños” que hacen a veces los electorados latinoamericanos, como
ocurre en el mundo de la hípica, podrían hacer que el pan se le queme en
las puertas del horno.
1 comentario:
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