REFLEXIONES
LIBERTARIAS
GOBIERNO
DE FEDERICO BASTIAT (SEGUNDA PARTE)
Ricardo
Valenzuela
Una
cosa, sin embargo permanece - es la inclinación original existente en todos los
hombres de dividir el peso de vida en dos partes, lanzando el problema hacia
otros, y manteniendo la satisfacción para ellos.
El
opresor ahora no ejerce directamente y con sus propios poderes sobre su
víctima. No, nuestra conciencia se ha hecho demasiado sensitiva para
esto. El tirano y su víctima todavía están presentes, pero hay una
entidad mediando entre ellos: el Gobierno -esto es, la Ley misma. ¿Quién puede
ser mejor indicado para silenciar nuestros escrúpulos y, tal vez, mejor
apreciado para impedir toda resistencia? Por lo tanto, nosotros reclamamos,
bajo un pretexto u otro, y pedimos al Gobierno. Le decimos, "Estoy insatisfecho
ante la proporción de mi trabajo y mis gozos. Me gustaría para restaurar
el equilibrio deseado, tomar parte de lo que otro posee. Pero esto podría
ser peligroso. ¿Podrías facilitarme esto para mí? ¿No me podrías encontrar un
buen lugar? o ¿chequear la industria de mis competidores o, tal vez, prestarme
gratuitamente algo de capital, el cual, se lo puedes quitar de su poseedor? ¿No
podrías mantener a mis hijos a costa del gasto público? ¿O darme algunos
premios o garantizarme una competencia cuando haya alcanzado mi cincuentavo
año? De esta manera cumpliré mis fines con una conciencia tranquila, ya
que la ley a habrá actuado por mí, y yo tendré todas las ventajas del
robo, ¡sin el riesgo o su desgracia!"
Como
es seguro que todos nosotros estamos haciendo similares pedidos al Gobierno; y
como por otra parte, está comprobado que el Gobierno no puede satisfacer a un
grupo sin añadirle trabajo a los otros, hasta que pueda obtener otra definición
de la palabra Gobierno me siento autorizado a dar mi propia. ¿Quién
sabe si ella obtendrá el premio? Aquí esta:
"Gobierno
es la gran ficción a través de la cual todos nos empeñamos por vivir a expensas
de los demás."
Ahora,
como antes, cada uno trata de beneficiarse en mayor o menor medida, del trabajo
de los demás. Nadie se atrevería a expresar que eso es lo que realmente ocurre.
Se lo ocultan a sí mismos. Entonces ¿qué es lo que se hace? Se busca un medio;
se pide al gobierno, y cada clase, cuando le toca el turno, se dirige al
Gobierno y le dice: "Tú, que puedes tomar justificada y honestamente, toma
del público, y nosotros participaremos." ¡Qué bien! El gobierno está
muy bien dispuesto a seguir este diabólico consejo, para ello está conformado
de ministros y empleados - de hombres, en pocas palabras, quienes, como todos
los otros hombres, desean en sus corazones, agarrar siempre cada oportunidad
con celo, para incrementar su riqueza e influencia. El gobierno no es
nada lento en percibir las ventajas que puede obtener de la parte que el
público le confía. Está contento de ser el juez y el amo de los destinos
de todos; tomará mucho, porque entonces le quedará una porción más grande para
sí mismo; multiplicará el número de sus agentes; y agrandará el círculo
de sus privilegios; acabará apropiándose de una ruinosa proporción.
Pero
lo más notable de todo esto es la sorprendente ceguera del público ante todo
esto. Cuando los soldados triunfantes solían reducir a los conquistados
en esclavos, eran bárbaros, pero no absurdos. Su objetivo, como el
nuestro, era de vivir a expensas de otros, y no fracasaron en ello. ¿Qué
debemos pensar de una gente que nunca sospecha que el robo recíproco no es
menos robo porque es recíproco; que no es menos criminal porque es llevada a
cabo legalmente y con orden; que no aporta nada al bien público; que lo
disminuye, en la misma proporción de lo que cuesta mantener el costoso medio al
cual llamamos el Gobierno?
Y
esta es la gran quimera que la nación francesa, por ejemplo, colocó en 1848
para que sirva de inspiración a su gente, como un frontispicio a su
Constitución. Lo siguiente es el principio del preámbulo de esta
Constitución:
"Francia
se ha constituido en una república con el propósito de llevar a todos sus
ciudadanos a un incremento continuo en el grado de moralidad, ilustración
y bienestar."
De
modo que es Francia, o una abstracción, la que debe elevar a los
franceses a la moralidad, bienestar, etc. ¿No es entregándonos a esta
extraña ilusión que se nos ha inducido a esperar todo de una energía que no es
la nuestra? ¿No es este supuesto, ciertamente gratuito, que existe entre
Francia y los franceses, entre una denominación simple, abreviada y abstracta
de todas las individualidades y estas individualidades mismas - relaciones como
de padre a hijo, tutor a pupilo, profesor y alumno? Sabemos que a menudo se
dice, metafóricamente, "el país es una tierna madre." Sin embargo,
para mostrar cuan insana es esta proposición constitucional, se necesita
únicamente mostrar que se la puede revertir, no sólo sin ningún inconveniente
sino con ventaja. Sería menos preciso decir:
"Los
Franceses se han constituido ellos mismos en una república para llevar a
Francia a un incremento continuo en el grado de moralidad, ilustración y
bienestar."
Pero,
¿cuál es el valor de un axioma donde el sujeto y el atributo pueden cambiar de
lugar sin ningún inconveniente? Todos entendemos lo que quiere decir: " La
madre alimentará al niño." Pero sería ridículo afirmar: "El niño
alimentará a la madre".
Los
Americanos sugieren otra idea de las relaciones de los ciudadanos con el
gobierno cuando pusieron estas palabras tan simples al principio de su
Constitución: "Nosotros, las personas de los Estados Unidos, con el
propósito de formar una unión más perfecta, de establecer justicia, de dar
tranquilidad interior, de proveer nuestra defensa común, de incrementar el
bienestar general y de defender los beneficios de la libertad para nosotros y
para nuestra posteridad, decreta," etc.
Aquí
no hay una creación quimérica, no una abstracción, de donde los ciudadanos
puedan demandar todo. Ellos no esperan nada excepto de ellos mismos y de
su propia energía.
Si
se me permite criticar las primeras palabras de la Constitución Francesa de
1848, yo diría, que de lo que me quejo es algo más que una simple sutileza metafísica,
como pudiera pensarse a primera vista.
Yo
planteo que esta personificación del Gobierno ha sido, en el pasado y en el
porvenir, una fuente fértil de calamidades y revoluciones.
De
un lado está el público, y del otro el Gobierno, ambos considerados como seres
distintos; este último obligado a otorgarle al primero, y el primero tiene el
derecho a reclamarle al segundo todos los beneficios humanos imaginables.
¿Cuales serán las consecuencias?
De
hecho, el Gobierno no es un lisiado, y no puede serlo. Tiene dos manos - una
para recibir y otra para dar; en otras palabras, tiene una mano áspera y otra
suave. La actividad de la segunda necesariamente está subordinada a la
actividad de la primera. Estrictamente el gobierno puede tomar y no reponer.
Esto es evidente, y puede ser explicado por la naturaleza porosa y absorbente
de sus manos, que siempre retienen una parte, y otras veces todo de lo que
tocan. Pero lo que nunca se ha visto, y nunca será visto o concebido, es que el
Gobierno le pueda reponer a las personas más de lo que ha tomado de ellas. Es
radicalmente imposible para el gobierno otorgar un beneficio particular a
cualquiera de los individuos que conforman la comunidad, sin inferir un daño mayor
a la comunidad como un todo.
Nuestras
demandas, por consiguiente, lo ponen en un dilema. Si rehúsa otorgarnos
lo que le pedimos, es acusado de debilidad, mala voluntad e incapacidad. Si
decide concedérnoslo, está obligado a gravar a las personas con impuestos
nuevos- para hacer más mal que bien, y atraerá hacia sí los reclamos del sector
afectado.
Así,
el público tiene dos esperanzas, y el Gobierno hace dos promesas -muchos
beneficios y no impuestos. Esperanzas y promesas, que al ser contradictorias,
nunca podrán hacerse realidad.
¿Pero,
no es esta la causa de todas nuestras revoluciones? Porque entre el Gobierno,
que prodiga promesas imposibles de alcanzar, y el público, que ha concebido
esperanzas imposibles de realizar, se interponen dos clases de hombres - Los
Ambiciosos y los Utópicos. Son las circunstancias las que le dan a estos las
señales para actuar. Es suficiente que estos vasallos de la popularidad
vociferen ante la gente: "Las autoridades están engañándolos, si
nosotros estuviéramos en su lugar, los llenaríamos de beneficios y quedarían
exentos de impuestos".
Y
la gente cree, y la gente tiene esperanza, y la gente ¡hace la revolución!
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