28 mayo, 2012

GOBIERNO DE FEDERICO BASTIAT (SEGUNDA PARTE)


REFLEXIONES LIBERTARIAS
GOBIERNO DE FEDERICO BASTIAT (SEGUNDA PARTE)
Ricardo Valenzuela

Una cosa, sin embargo permanece - es la inclinación original existente en todos los hombres de dividir el peso de vida en dos partes, lanzando el problema hacia otros, y manteniendo la satisfacción para ellos. 

El opresor ahora no ejerce directamente y con sus propios poderes sobre su víctima.  No, nuestra conciencia se ha hecho demasiado sensitiva para esto.  El tirano y su víctima todavía están presentes, pero hay una entidad mediando entre ellos: el Gobierno -esto es, la Ley misma. ¿Quién puede ser mejor indicado para silenciar nuestros escrúpulos y, tal vez, mejor apreciado para impedir toda resistencia? Por lo tanto, nosotros reclamamos, bajo un pretexto u otro, y pedimos al Gobierno. Le decimos, "Estoy insatisfecho ante la proporción de  mi trabajo y mis gozos. Me gustaría para restaurar el equilibrio deseado, tomar parte de lo que otro posee.  Pero esto podría ser peligroso. ¿Podrías facilitarme esto para mí? ¿No me podrías encontrar un buen lugar? o ¿chequear la industria de mis competidores o, tal vez, prestarme gratuitamente algo de capital, el cual, se lo puedes quitar de su poseedor? ¿No podrías mantener a mis hijos a costa del gasto público? ¿O darme algunos premios o garantizarme una competencia cuando haya alcanzado mi cincuentavo año?  De esta manera cumpliré mis fines con una conciencia tranquila, ya que la ley a habrá actuado por mí,  y yo tendré todas las ventajas del robo, ¡sin el riesgo o su desgracia!"

Como es seguro que todos nosotros estamos haciendo similares pedidos al Gobierno; y como por otra parte, está comprobado que el Gobierno no puede satisfacer a un grupo sin añadirle trabajo a los otros, hasta que pueda obtener otra definición de la palabra Gobierno  me siento autorizado a dar mi propia.  ¿Quién sabe si ella obtendrá el premio? Aquí esta:

"Gobierno es la gran ficción a través de la cual todos nos empeñamos por vivir a expensas de los demás."


Ahora, como antes, cada uno trata de beneficiarse en mayor o menor medida, del trabajo de los demás. Nadie se atrevería a expresar que eso es lo que realmente ocurre. Se lo ocultan a sí mismos. Entonces ¿qué es lo que se hace? Se busca un medio; se pide al gobierno, y cada clase, cuando le toca el turno, se dirige al Gobierno y le dice: "Tú, que puedes tomar justificada y honestamente, toma del público, y nosotros participaremos." ¡Qué bien!  El gobierno está muy bien dispuesto a seguir este diabólico consejo, para ello está conformado de ministros y empleados - de hombres, en pocas palabras, quienes, como todos los otros hombres, desean en sus corazones, agarrar siempre cada oportunidad con celo, para incrementar su riqueza e influencia.  El gobierno no es nada lento en percibir las ventajas que puede obtener de la parte que el público le confía.  Está contento de ser el juez y el amo de los destinos de todos; tomará mucho, porque entonces le quedará una porción más grande para sí mismo;  multiplicará el número de sus agentes; y agrandará el círculo de sus privilegios; acabará apropiándose de una ruinosa proporción.

Pero lo más notable de todo esto es la sorprendente ceguera del público ante todo esto.  Cuando los soldados triunfantes solían reducir a los conquistados en esclavos, eran bárbaros, pero no absurdos.  Su objetivo, como el nuestro, era de vivir a expensas de otros, y  no fracasaron en ello. ¿Qué debemos pensar de una gente que nunca sospecha que el robo recíproco no es menos robo porque es recíproco; que no es menos criminal porque es llevada a cabo legalmente y con orden; que no aporta nada al bien público; que lo disminuye, en la misma proporción de lo que cuesta mantener el costoso medio al cual llamamos el Gobierno?

Y esta es la gran quimera que la nación francesa, por ejemplo, colocó en 1848 para que sirva de inspiración a su gente, como un frontispicio a su Constitución.  Lo siguiente es el principio del preámbulo de esta Constitución:

"Francia se ha constituido en una república con el propósito de llevar a todos sus ciudadanos a un incremento continuo en el grado  de moralidad, ilustración y bienestar."

De modo  que es Francia, o una abstracción,  la que debe elevar a los franceses a la moralidad, bienestar, etc.  ¿No es entregándonos a esta extraña ilusión que se nos ha inducido a esperar todo de una energía que no es la nuestra?  ¿No es este supuesto, ciertamente gratuito, que existe entre Francia y los franceses, entre una denominación simple, abreviada y abstracta de todas las individualidades y estas individualidades mismas - relaciones como de padre a hijo, tutor a pupilo, profesor y alumno? Sabemos que a menudo se dice, metafóricamente, "el país es una tierna madre." Sin embargo, para mostrar cuan insana es esta proposición constitucional, se necesita únicamente mostrar que se la puede revertir, no sólo sin ningún inconveniente sino con ventaja. Sería menos preciso decir:
"Los Franceses se han constituido ellos mismos en una república para llevar a Francia a un incremento continuo en el grado de moralidad, ilustración y bienestar."

Pero, ¿cuál es el valor de un axioma donde el sujeto y el atributo pueden cambiar de lugar sin ningún inconveniente? Todos entendemos lo que quiere decir: " La madre alimentará al niño." Pero sería ridículo afirmar: "El niño alimentará a la madre".

Los Americanos sugieren otra idea de las relaciones de los ciudadanos con el gobierno cuando pusieron estas palabras tan simples al principio de su Constitución: "Nosotros, las personas de los Estados Unidos, con el propósito de formar una unión más perfecta, de establecer justicia, de dar tranquilidad interior, de proveer nuestra defensa común, de incrementar el bienestar general y de defender los beneficios de la libertad para nosotros y para nuestra posteridad, decreta," etc.

Aquí no hay una creación  quimérica, no una abstracción, de donde los ciudadanos puedan demandar todo. Ellos no esperan nada excepto de ellos mismos  y de su propia energía.

Si se me permite criticar las primeras palabras de la Constitución Francesa de 1848, yo diría, que de lo que me quejo es algo más que una simple sutileza metafísica, como pudiera pensarse a primera vista.

Yo planteo que esta personificación del Gobierno ha sido, en el pasado y en el porvenir, una fuente fértil de calamidades y revoluciones.

De un lado está el público, y del otro el Gobierno, ambos considerados como seres distintos; este último obligado a otorgarle al primero, y el primero tiene el derecho a reclamarle al segundo todos los beneficios humanos imaginables.  ¿Cuales serán las consecuencias?

De hecho, el Gobierno no es un lisiado, y no puede serlo. Tiene dos manos - una para recibir y otra para dar; en otras palabras, tiene una mano áspera y otra suave. La actividad de la segunda necesariamente está subordinada a la actividad de la primera. Estrictamente el gobierno puede tomar y no reponer. Esto es evidente, y puede ser explicado por la naturaleza porosa y absorbente de sus manos, que siempre retienen una parte, y otras veces todo de lo que tocan. Pero lo que nunca se ha visto, y nunca será visto o concebido, es que el Gobierno le pueda reponer a las personas más de lo que ha tomado de ellas. Es radicalmente imposible para el gobierno otorgar un beneficio particular a cualquiera de los individuos que conforman la comunidad, sin inferir un daño mayor a la comunidad como un todo.

Nuestras demandas, por consiguiente, lo ponen en un dilema. Si  rehúsa otorgarnos lo que le pedimos, es acusado de debilidad, mala voluntad e incapacidad. Si decide concedérnoslo, está obligado a gravar a las personas con impuestos nuevos- para hacer más mal que bien, y atraerá hacia sí los reclamos del sector afectado.

Así, el público tiene dos esperanzas, y el Gobierno hace dos promesas -muchos beneficios y no impuestos. Esperanzas y promesas, que al ser contradictorias, nunca podrán hacerse realidad.

¿Pero, no es esta la causa de todas nuestras revoluciones? Porque entre el Gobierno, que prodiga promesas imposibles de alcanzar, y el público, que ha concebido esperanzas imposibles de realizar, se interponen dos clases de hombres - Los Ambiciosos y los Utópicos. Son las circunstancias las que le dan a estos las señales para actuar. Es suficiente que estos vasallos de la popularidad vociferen ante la gente:  "Las autoridades están engañándolos, si nosotros estuviéramos en su lugar, los llenaríamos de beneficios y quedarían exentos de impuestos".

Y la gente cree, y la gente tiene esperanza, y la gente ¡hace la revolución!

No hay comentarios.: