William Graham Sumner: una luz potente
Por Alberto Benegas Lynch (h)
Básicamente un
decimonónico aunque murió en 1910, Sumner de graduó en la Universidad de
Yale de la que fue su primer profesor de sociología y luego, durante
cuatro décadas, profesor de economía política, después de dejar sus
funciones como pastor de la Iglesia Anglicana para lo que también
estudió teología en la Universidad de Oxford. Fue durante toda su
carrera activa uno de esos raros hombres que, en el contexto de una
mente abierta y receptiva a nuevas contribuciones, mantienen sus
convicciones a rajatabla y no están dispuestos a hacer concesiones de
ninguna naturaleza ni rematar lo que consideran son valores y principios
verdaderos. Dan clases, escriben y hablan socialmente apuntando a metas
nobles y dejan testimonio sin importarles el éxito o el rechazo del
momento. Son los hombres que generan cambios de mentalidades en la buena
dirección. Constituyen ejemplos a seguir. Leonard Read repetía que una
pequeñísima dosis de luz siempre vence la inmensa oscuridad y, a la
postre, triunfa en las almas de quienes realmente importa, conforman el
remant de que nos habla Isaías en su consejo bíblico.
Sumner escribió
muchos ensayos y varios libros. Entre estos últimos cabe destacar
Folfways y, sobre todo, What Social Classes Owe to Each Other.
Personalmente no suscribo la noción de “clases” por dos razones, la
primera de orden epistemológico, es decir, las personas clasificadas en
esas categorías no son de naturaleza distinta, solo que perciben
ingresos diferentes, por tanto, resulta con más propiedad aludir a los
que ganan de tanto a tanto y no disfrazar el análisis con terminología
inconducente. El segundo motivo es debido a que ese encasillamiento
procede de un desvarío marxista en cuanto a que proletario y burgués
poseerían una estructura lógica distinta, aunque nunca explicaron en que
consiste la diferencia ni que le ocurre en la mente de un proletario
que se gana la lotería y pasa a la condición de burgués, ni tampoco como
funcionan los silogismos de quien es hijo de una proletaria y un
burgués. Esta incoherencia fue absorbida luego por los nazis quienes
después de insistentes ejercicios clasificatorios entre arios y semitas,
llegaron a la conclusión que se trataría de “una cuestión mental” tal
como lo especificó Hitler (sin especificar nada). Por otra parte,
resulta en verdad repugnante aludir a la “clase baja”, muy estúpido a la
“clase alta” y muy anodino lo de la “clase media”, nuevamente como si
se estuviera haciendo referencia a personas de naturaleza distinta.
De todos modos, en el
caso de Sumner su énfasis estriba en la cooperación social que tiene
lugar en una sociedad abierta y no en la de explicar el significado de
las “clases” a las que alude. En este sentido, se limita a mostrar la
interdependencia entre los más variados roles, al contrario de “la lucha
de clases” patrocinada por Marx y sus acólitos. En este sentido, en
este libro relata un cuento árabe en el que tres hijos se disputaban
para hacerle el mejor regalo a su padre. Finalmente, uno de ellos le
regaló una alfombra por la que se podía viajar rápidamente a cualquier
destino, el segundo le proporcionó una un adminículo de vidrio en el que
se podía ver lo que ocurría en lugares distantes y el tercero le
obsequió un medicamento que todo lo podía curar. Adquiridos los regalos,
uno de los hijos, decidió consultar la bola de cristal y percibió que
su padre se encontraba gravemente enfermo, otro de ellos puso a
disposición el transporte maravilloso y el último llevó consigo el
remedio salvador. Una vez frente al padre, éste no pudo decir cual de
los tres bienes entregados era más valioso puesto que los tres se
complementaron y resultaron indispensables. Esto es lo que Sumner
intenta resumir con espíritu didáctico: la mutua dependencia entre todos
los miembros de la sociedad y los distintos factores de producción,
allí donde impera libertad. No conflictos, sino harmonía y concordia y
la mayor productividad posible en el contexto de arreglos contractuales
voluntarios.
Otro de los medulosos
trabajos del autor considerado se titula “The Forgotten Man”, donde
señala las vicisitudes por las que atraviesan las personas que trabajan
para autoabastecerse pero que son constantemente esquilmadas por
“reformadores sociales” que recurren a la violencia que proporcionan los
aparatos estatales. Apunta que el hombre olvidado se deshecha en pos
del voto y el aplauso de mayorías y del consecuente poder arbitrario,
con lo que el empobrecimiento generalizado es el resultado inevitable de
esa nefasta aventura demagógica.
En este ensayo se lee que el hombre olvidado “es el simple y honesto trabajador que está dispuesto a ganarse el pan por sus propias labores productivas. Es desconocido porque es independiente, es autosuficiente y no reclama favor alguno […] Se refieren a el como si lo respetable fuera culpable de lo que no lo es […] es decir, aquellos que no producen y viven a costa de otros”. Y, más adelante, concluye que “De la nada no sale nada. No podemos recolectar impuestos de aquellos que nada producen y no ahorran. Aquellos a los que se grava tienen que ser los que producen y ahorran […] Parecería incluso que con esta tendencia preponderante, la maldad de los malos resulta que es culpa de la bondad de los buenos”. Así, el hombre olvidado es acechado, perseguido, objeto de burlas y sistemáticamente expoliado, hasta que se rinde y, agotado, abandona la producción con todas las consecuencias nefastas que esto conlleva.
En este ensayo se lee que el hombre olvidado “es el simple y honesto trabajador que está dispuesto a ganarse el pan por sus propias labores productivas. Es desconocido porque es independiente, es autosuficiente y no reclama favor alguno […] Se refieren a el como si lo respetable fuera culpable de lo que no lo es […] es decir, aquellos que no producen y viven a costa de otros”. Y, más adelante, concluye que “De la nada no sale nada. No podemos recolectar impuestos de aquellos que nada producen y no ahorran. Aquellos a los que se grava tienen que ser los que producen y ahorran […] Parecería incluso que con esta tendencia preponderante, la maldad de los malos resulta que es culpa de la bondad de los buenos”. Así, el hombre olvidado es acechado, perseguido, objeto de burlas y sistemáticamente expoliado, hasta que se rinde y, agotado, abandona la producción con todas las consecuencias nefastas que esto conlleva.
Tal vez el trabajo
que más repercusión tuvo en su época fue “The Conquest of the United
States by Spain” en el que Sumner desarrolla la tesis de que si bien
España fue vencida en la guerra por Cuba con Estados Unidos, en última
instancia la perdió porque las almas de muchos políticos estadounidenses
fueron invadidas por la idea del imperio y dejaron poco a poco la idea
de los valores republicanos. Este escrito fue reproducido hace poco para
poner de manifiesto su actualidad a raíz de las experiencias
lamentables del militarismo que se han incrustado en ese gran país y que
carcomen sus cimientos tal como fue vaticinado por los Padres
Fundadores si se optaba por el camino de las guerras en territorio
extranjero y las “invasiones preventivas” que son una de las causas
madres que están desangrando a Estados Unidos.
También este profesor
de Yale escribió sobre el laissez-faire para subrayar sus méritos y
destacar que se trata de un grito de quienes pretenden que las
intromisiones del Leviatán los deje en paz para encarar actividades
lícitas tal como fue el origen de esta expresión en la Francia del siglo
xviii. En ese mismo ensayo pone de manifiesto que las burocracias
inventan palabras “para que parezca que se dice algo profundo” como es
el caso de la expresión alemana de Socialpolitik la que una vez
traducida como “política social se descubre que no significa nada […]
puesto que constituye la ciencia de lo imposible”, una política que
termina perjudicando especialmente a los más débiles al bloquear las
posibilidades de progreso.
Por último, para
ofrecen un pantallazo de lo mucho consignado por Sumner, es oportuno
hacer referencia al texto que su autor atribuía especial relevancia y
que lleva por título “Tradition and Progress” por lo que intentaremos
escudriñar su tesis y bucear en sus postulados. En su línea argumental,
se muestra disgustado por los conservadores que dicen mantener el statu
quo incapaces de incorporar innovaciones y contribuciones en un proceso
evolutivo que -en plena concordancia con el muy posterior capítulo de
Hayek que lleva el encabezamiento de “Por qué no soy conservador”-
asimila al tradicionalismo, esto es, el apego incondicional a lo que
existe, lo cual distingue claramente de la tradición que constituye el
capital inicial y el punto de partida para el futuro progreso (que como
ha dicho Joshua Reynolds “no deben retirarse los andamios antes de
construir el edificio”). Subrayamos que dicen mantener lo existente pero
curiosamente, por la metodología que hacen suya, terminan tirando todo
por la borda como veremos enseguida.
El contraste del
liberal con el conservador es grande, un tema sobre lo que he escrito
antes y ahora reitero. El origen del pensamiento conservador nace
después de la revolución inglesa de 1688: los conservadores querían
conservar los privilegios otorgados por la corona, en oposición al
espíritu encabezado por Guillermo de Orange y María Estuardo basado en
los principios sobre los que luego se explayó John Locke. La tradición
conservadora pertenece a la esfera de la acción política y no a la
académica o intelectual. En realidad, cuando se solicitan nombres de
intelectuales conservadores, se suele esgrimir el nombre de Edmund Burke
(especialmente por su libro sobre la revolución francesa y
desconociendo aquel muy controvertido: The Vindication of Society),
Maculay, Tocqueville y Acton, pero ninguno de ellos se autodenominó
conservador sino que se consideraron simpre liberales de la tradición
whig.
El conservador
muestra una inusitada reverencia por la autoridad mientras que el
liberal siempre desconfía del poder. El conservador se inclina por el
“filósofo rey” de Platón (le llaman estadistas), mientras que el liberal
pretende recortar el poder para que, según lo manifestado por Popper,
cualquiera sea la circunstancia haga el menor daño posible. El
conservador es aprensivo respecto de los procesos abiertos de evolución
cultural, mientras que el liberal acepta que la coordinación de
infinidad de arreglos contractuales producen resultados que ninguna
mente puede anticipar y mantiene que el orden inherente al proceso de
mercado no es fruto del diseño ni de ingenierías sociales de
planificadores. El conservador tiende a ser nacionalista-proteccionista,
mientras que el liberal es cosmopolita y librecambista. El conservador
propone un sistema en el que se impongan sus valores personales que
necesariamente debe abandonar debido al proceso que esta misma corriente
genera, mientras que el liberal mantiene que el respeto recíproco
incluye la posibilidad de que otros compartan valores muy distintos
siempre que no afecten derechos de terceros. El conservador suscribe
alianzas entre la iglesia y el estado, mientras que el liberal las
considera nocivas y sumamente peligrosas. Hayek, en el antedicho escrito
enfatiza que el conservador “es partidario de la tercera vía sin tener
en cuenta metas propias, lo cual lo lleva a pensar que la verdad debe
estar en algún lugar entre los extremos y, como resultado, ha variado su
postura según haya sido la fortaleza del los movimientos que se ubican
en las respectivas alas”. En otros términos, paradójicamente, quienes
proclaman su adhesión incondicional a lo que existe, son obligados por
su propia metodología de la componenda a ser arrastrados por “los
movimientos que se ubican en las alas”, mientras que el liberal tiene
principios que le son propios independientemente de los vaivenes de las
estructuras políticas que lo circundan.
William Graham Sumner
ha sido un ejemplo de liberalismo en el sentido clásico del término (no
en la acepción desfigurada de los ámbitos estadounidenses). Sus
denodados esfuerzos intelectuales han cruzado fronteras y han influido
para comprender el valor de fundamentar principios y no dejarse empujar
por politiquerías y modas del momento, por más que se aleguen posturas
pétreas que terminan por producir cambios en direcciones no previstas
pero aceptadas por quienes en definitiva se instalan en “la tercera vía”
lo cual consideran una gran habilidad política.
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