La conexión cubana y los esteroides en las Grandes Ligas
El dopaje es para el deporte lo que el crimen es para la sociedad. Y este temible fantasma se ha estado paseando desde hace hace varios años por los estadios deportivos del mundo. Su aumento progresivo ha llevado al deterioro de los principios morales que deben prevalecer en la feria del músculo y la mente.
En medio del penoso espectáculo en el béisbol de Grandes Ligas, es bueno observar que existe una interesante conexión cubana donde tres protagonistas antillanos comparten varios primeros lugares: José Canseco fue el primero en denunciar lo que ocurría, Alex Sánchez el primer cubano en ser sancionado y Rafael Palmeiro la primera gran estrella con credenciales para ingresar al Salón de la Fama en ser involucrado en el escándalo.
Canseco y Palmeiro nacieron en Cuba y crecieron en Miami. Sánchez nació y creció en la isla.
Canseco ganó los premios de Novato del Año en 1986 al pegar 33 jonrones y remolcar 117 carreras, y el de Jugador Más Valioso en 1988 cuando se convirtió en el primer pelotero de la historia en conectar 40 jonrones y robar 40 bases en una temporada. Ambos galardones los capturó con los Atléticos de Oakland, y terminó su carrera con 462 jonrones, 1,407 impulsadas y 200 bases robadas.
Palmeiro pegó 569 jonrones, impulsó 1,835 carreras y su promedio de bateo fue de .288. Se encuentra en el grupo selecto de cinco peloteros que han sumado más de 500 jonrones y 3,000 imparables.
Ambos jugadores, con méritos estadísticos para ser exaltados al Salón de la Fama, casi seguro no podrán entrar a Cooperstown.
El dopaje no es nada nuevo, se ha practicado por diferentes vías desde hace mucho tiempo. El equipo soviético de levantamiento de pesas que barrió con las medallas durante los Juegos Olímpicos de 1952, en Helsinki, utilizó sustancias prohibidas y desde entonces los dirigentes deportivos de los países comunistas de Europa aprobaron dicha práctica para así dominar el deporte internacional.
Todo suceso tiene su causa. Y el dopaje no es la excepción. Su llegada al deporte de Estados Unidos pasó por diferentes etapas en las cuales se crearon las condiciones para convertirse en un gigante de cien cabezas.
La técnica, la ciencia y los salarios millonarios transformaron al deporte y lo convirtieron en una actividad de lujo y de alto rendimiento.
Esta forma de competencia atrae a los atletas en busca de marcas, dinero y un sitio en la historia.
Con la danza millonaria no podían faltar los individuos y empresas sin escrúpulos, incluyendo fabricantes de sustancias prohibidas.
Esta degradación progresiva de la moral no sólo incluyó a los fabricantes, distribuidores y atletas consumidores, también sumó a dirigentes, gerentes generales, mánagers y entrenadores que han engrosado sus cuentas bancarias con la ayuda de los esteroides.
Los entrenadores se hacían los ciegos y los sordos para mantener sus puestos. Los mánagers de equipos se callaban con la mirada puesta en los resultados del campeonato y a los gerentes generales tampoco les importaba para justificar sus movimientos y aumentar sus ingresos.
Pero el principal responsable de este escándalo es el comisionado Bud Selig.
Un verdadero dirigente deportivo debe luchar por la reforma y el progreso, tiene la obligación de combatir la corrupción y denunciar el mal, está en el deber de buscar las vías para conservar las mejores tradiciones y mejorarlas. Así, con ese crecimiento cualitativo, no sólo engrandece el deporte que dirige, también contribuye a consolidar su futuro.
Pero la actitud de Selig fue cobarde e hipócrita. Y más que ello, corrupta. ¿Corrupta? ¿Cómo no lo va a ser cuando siendo el responsable de velar por la imagen del béisbol lo ignoró todo conociéndolo todo, permitiendo con ello que el propio deporte que dirige se encaminara por la senda de la ignominia?
Para aumentar los ingresos por conceptos de anuncios y asistencias a los estadios era necesario más jonrones. Y para sumar jonrones se permitió las sustancias prohibidas. Y ahí llegaron McGwire, Bonds y compañía con sus bambinazos dopados.
La publicación del informe de George Mitchell puede ayudar a erradicar los esteroides, siempre que los encargados de impartir justicia y tomar decisiones sean capaces de actuar con el valor que exige las circunstancias.
Hay que castigar fuerte a los traficantes y distribuidores de sustancias prohibidas. A los atletas tramposos se les debe sancionar de por vida, excluirlos de sus derechos a ser elegidos al Salón de la Fama y eliminar sus récords.
¿Y cuáles serán las medidas que aplicará el actual comisionado? Pero es bueno preguntar...¿Qué se debe hacer con Selig, el principal responsable de que el problema se convirtiera en un capítulo negro en la historia del béisbol?
Selig debe renunciar, y si no lo hace por voluntad, entonces sería necesario recoger cientos de miles de firmas para exigir su despedida.
El deporte necesita un trabajo de limpieza moral. Babe Ruth en béisbol, Carl Lewis en atletismo, Muhammad Alí en boxeo, Pelé en fútbol, Michael Jordan en baloncesto, Mark Spitz en natación y Wayne Gretsky en hockey, fueron dioses del deporte e ídolos de multitudes. Ellos se convirtieron en leyendas sin utilizar sustancias ilegales para mejorar el rendimiento.
El béisbol profesional está de luto y bajo fuego. Un fuego ardiente que ha ido destruyendo poco a poco los mejores valores de la sociedad. Y ese fuego hay que apagarlo. De lo contrario, puede convertir en cenizas los cimientos morales de la juventud de esta nación.
Es hora que la feria del músculo recupere sus virtudes hermosas con la práctica de los ideales del barón Pierre de Coubertin: Mente sana en cuerpo sano.
Es el momento de emprender en los deportes el nuevo camino que exige el momento actual: crecimiento moral.
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