Un asunto de memoria histórica
Que las cosas están mal en Nicaragua es un asunto de verdad histórica más que de políticas públicas. Recordar el pasado es volver a vivir con la ventaja de saber cuáles serán las consecuencias de nuestros actos, por eso redefinir el futuro político de este país no es posible sin un arduo trabajo de memoria y un asumir la realidad tal cual es, sin romanticismos y sin drama.
En principio hay que reconocer que nadie que se precie de ser un buen ciudadano puede decir que esté bien del todo en Nicaragua, yo he oído decir a mucha gente que está bien sólo porque relativamente tiene un buen trabajo; si el bienestar se redujera a aspectos económicos es aceptable que hay algunas personas en este país que están bien y otras que están muy bien, pero como no sólo de pan vive el hombre y se necesita además un alimento para el alma, se necesita democracia, justicia, institucionalidad, paz, nadie está bien, y aquellos que así lo crean o sufren de deformaciones morales crónicas o deambulan en el “limbo de un mundo idiotizado”.
Pero el malestar del que ahora nos vemos macerados no se debe como tantas veces se ha afirmado en público y en privado únicamente al famoso “pacto” entre Arnoldo Alemán —porque no puede decirse el PLC— y el Frente Sandinista, del que sí puede hablarse como partido en las negociaciones y ejecución del pacto. El pacto es sólo una más de las dolencias que ahora padecemos, el pacto fue un pecado para el alma de este pueblo, pero no es el único, el pacto es un hecho deplorable que quedará escrito en las páginas de nuestra historia, pero no es la única razón de nuestro estado, si así fuera la solución la tendríamos fácil.
El problema real de Nicaragua es una revolución con una causa perdida que dejó miles de almas vacías en este país, el problema de Nicaragua es un partido político que gobernó desde abajo durante 16 años y que ahora lo hace persiguiendo el dominio total y absoluto de todos los poderes del Estado y sobre todos “los pobres del mundo”, el problema es la ambición de un hombre que no ve más allá de las narices de su mujer y de un séquito que pretende cambiar el sistema social con historias inventadas y poco trabajo. Si esto no fuera cierto no hubiésemos votado a Violeta Barrios en 1990 ni después hubiésemos votado a Arnoldo Alemán y menos lo hubiéramos hecho a Enrique Bolaños viendo el grado de corrupción del Gobierno liberal del 96, pero lo hicimos, y lo hicimos una arrolladora mayoría porque creímos y lo seguimos creyendo ahora, que el problema real de Nicaragua no se soluciona con el comunismo recalentado que nos ofrece el Frente Sandinista. Y lo seguimos creyendo cuando un 62 por ciento de la nación no votó a Daniel Ortega en las últimas elecciones, sólo que ahora el pacto y las querellas personales de algunos líderes sí hicieron mella.
En unos 40 ó 50 años, con un poco de dignidad histórica, tal vez nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos puedan ser testigos del nacimiento de una nueva casta política y un nuevo contexto social en el que los socialistas vivan como socialistas, los liberales como liberales y los conservadores como conservadores y todos puedan en democracia defender sus ideales y trabajar en pro de la nación y no en pro de su partido, un contexto social que permita la independencia de poderes, la autoridad respetable, la justicia y una legítima democracia. Por ahora nosotros, padres y potenciales padres, tenemos la responsabilidad de crear la antesala de este contexto, por nuestros hijos y por los hijos de nuestros hijos y, si no, que la Patria misma nos lo reclame.
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