27 febrero, 2008

José Luis Mínguez Goyanes
Atardecer en la Habana

El mensaje del viejo dictador no tiene desperdicio. Definitivamente el tiempo no pasa para Castro. Él, que lo dominó todo, ahora en su ocaso no está dispuesto a dejar escapar ni siquiera el paso del reloj. Genio y figura.


Si tienen alguna duda lean el "Mensaje del Comandante en Jefe" aparecido en Granma el 19 de febrero, en el que Fidel Castro anuncia su pase a la reserva, eso sí arma al brazo. Por cierto con estética enmohecida de guerrilla de los años sesenta, mezclada con realismo socialista al estilo soviético. El dictador tendrá que decir a los de ese medio que actualicen urgentemente sus diseños. Pero vayamos al meollo del asunto.

Hay frases que merecen figurar en alguna antología, como cuando dice que siempre dispuso "de las prerrogativas necesarias para llevar adelante la obra revolucionaria". Toma ya. Qué palabra más rancia esta de prerrogativa. A los de este lado del Atlántico nos recuerda a otro personaje, el Caudillo que también tenía prerrogativas. Que manía tienen estos dictadores con sacar del fondo del armario palabras abstrusas para fastidiar al prójimo.

De acuerdo con sus previsiones sucesorias quiere dejar el reino a su hermano Raúl, el cual como recalca Castro está ahora en el poder "por méritos personales". Buena aclaración por si algún malpensado creía otra cosa.

En la transición que prepara Castro no hay lugar para el consenso y menos para la oposición. Cuenta sólo con la vieja guardia, como él dice, y con los que son algo menos viejos, pero fieles en definitiva a los designios del dictador. Porque lo que importa en verdad es la fidelidad perruna a su persona.

El arrobo que produce Castro en cierta progresía española dará con el tiempo para muchas tesis doctorales. "No es posible saber cuanto tiempo seguirá Fidel con nosotros" ha dicho hace poco uno de estos, en un periódico español de amplia difusión. Como si se tratara del desvalido abuelito de la familia.

Castro, es evidente, ve ya próximo su final. Pero no quiere acabar en el búnker, como un Hitler desquiciado; ni tampoco una enigmática muerte en un lóbrego Kremlin, estilo Stalin. Ni siquiera quiere morir rodeado de tubos como Franco. Castro nos amenaza con permanecer vigilante en su recta final con un retiro a tiempo parcial, en algún lugar con vistas y por supuesto con derecho a cocina.

Asistimos al atardecer de un dictador, aunque el tiempo dirá lo que va a durar su régimen. El destino lo tendrán que decidir los cubanos. Si quieren libertad o las cadenas.

El autor es Dr. en Historia, Dir. del Archivo de la Universidad A Coruña.

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