27 febrero, 2008

Walid Phares
El candidato que vea al enemigo es el que puede derrotarlo

Los votantes americanos no se pueden permitir encumbrar a un hombre o una mujer que no sepa identificar y definir al enemigo. Si no se puede ver al enemigo, simplemente no se puede derrotarlo.


La era post 11 de Septiembre ha alterado las leyes del enfrentamiento para los expertos en seguridad nacional y aquellos que saben interpretar las intenciones de los jihadistas, en lo referente a las elecciones presidenciales norteamericanas. Mientras que el principio era que la comunidad del contraterrorismo debía dejar a los electores elegir sus candidatos y elegir primero a su jefe ejecutivo y después ofrecer el consejo experto al presidente, las cosas han cambiado desafortunadamente para ese principio.

En la práctica, desde los ataques contra Nueva York Washington y la implicación de la nación en la guerra contra el jihadismo de 2001, la elección del presidente de los Estados Unidos puede afectar de manera fundamental a la supervivencia del pueblo americano. Quien ocupe la Casa Blanca en el 2009 tendrá que tomar decisiones durante los entre cuatro y ocho años posteriores, de consecuencias apocalípticas para la integridad física y la libertad de los 300 millones de ciudadanos en este país y eventualmente para el mundo libre en conjunto: el líder de la democracia más poderosa del mundo tiene que ser capaz de saber quién es el enemigo para poder poner en marcha todos los recursos. En caso de que esta habilidad brille por su ausencia de manera muy clara y precisa en lo referente a la naturaleza del peligro y los procesos para hacerle frente, el próximo presidente de los Estados Unidos podría provocar un importante desastre a esta nación. Los votantes americanos no se pueden permitir encumbrar a un hombre o una mujer que no sepa identificar y definir al enemigo. Si no se puede ver al enemigo, simplemente no se puede derrotarlo.

En las elecciones presidenciales del 2004, la elección real no fue entre partidos y plataformas socioeconómicas. Fue entre la opción de reanudar la guerra contra lo que entonces se llamó "terrorismo" y la opción de retirarse de la confrontación. Todo lo demás fueron adornos. Los americanos estaban desorientados en la dirección a tomar antes de que su mayoría política afianzara en la Casa Blanca al presidente Bush. Algunos argumentaron que los americanos no cambian de presidente durante una guerra. Yo creo que el país se vio influenciado por las dos direcciones mencionadas y eligió una en lugar de la otra; pero al mismo tiempo creo que una aplastante mayoría de votantes no fue informada por completo de los riesgos reales. Algo menos de la mitad del país fue informado de que la guerra en Irak estaba mal y de que no había ninguna guerra contra el terror, y más de la mitad del país ni siquiera fue informada de quién es el enemigo o de lo que quiere realmente.

Las elecciones presidenciales de 2004 tuvieron lugar en la práctica ignorancia popular. El presidente titular -- y combatiente -- volvió a salir elegido no a causa de la intuición de la ciudadanía ilustrada, sino a que comparado con la agenda opositora fue una opción sofisticada.

Las elecciones de 2008 son cruciales En el 2008 América es muy diferente y el enfoque de la próxima confrontación es con mucho más dramático. Las fuerzas norteamericanas están aún desplegadas en Irak y Afganistán y los jihadistas -- de todo tipo, régimen y organización -- aún están comprometidos a invertir la democracia en estos dos países. La guerra no ha terminado, sino que los desafíos mayores están aún por comenzar. Al Qaeda recibió una paliza en el Triángulo Sunita y en Somalia, pero una generación de jihadistas más jóvenes está siendo metida en combate por toda la región. Ni un solo país sunita escapará del ascenso del terror salafista durante el próximo mandato presidencial norteamericano. El régimen de Irán está acelerando su armamento estratégico, poniendo a prueba la resolución americana en cuanto es factible; Siria está superando su aislamiento y desangrando a los aliados en Irak y el Líbano; Hezbolá está a punto de hacerse con el control del Líbano; Hamas se ha hecho con las riendas de Gaza; los islamistas de Turquía están desmantelando el secularismo; y lo jihadistas de Pakistán están poniendo sus miras en los proyectiles nucleares. Lo que es peor, 3 generaciones de jihadistas han penetrado en las capas social y defensiva de Europa Occidental y Estados Unidos. En cuestión de pocos años, el próximo presidente podría tener que ser testigo de ciudades europeas consumidas por los conflictos urbanos en su primer mandato, y podría verse obligado a contar con dispositivos armamentísticos radicales por primera vez en este siglo. Estas imágenes de un futuro no tan distante podrían pronto convertirse en la realidad que recibirá a los líderes que elijamos en las primarias y el que se sentará el próximo enero en el despacho oval. Las perspectivas son realmente serias. Por tanto, la elección del mejor candidato a nivel de partido y nacional no es asunto de rutina o un ejercicio corriente de la política norteamericana.

Nunca antes los americanos han tenido que escrutar las agendas de sus candidatos y encontrar la plataforma que mejor se ajusta a lo que se avecina, quién de entre ellos puede desenmascarar al letal enemigo, proteger la economía, llevar los asuntos de la vida cotidiana mientras construyen las vitales coaliciones que el mundo necesita más que nunca. Quién puede soportar la presión, comprender la naturaleza del enemigo, y tomar las decisiones de situar a cargo a los hombres y mujeres que puedan ganar el conflicto. Y a partir de la lectura simple de estas plataformas -- lo difundido y lo publicado -- así como de los discursos públicos de los candidatos, cualquiera de nosotros puede buscar al más apropiado de los candidatos. En este momento de la historia del mundo y de Estados Unidos, partidos, sexos, razas y clase social por sí solos no pueden ofrecer la elección adecuada para las próximas elecciones presidenciales. En último término es la selección personal de cada ciudadano. En las democracias, y ciertamente este año en Estados Unidos, uno puede tomar muchas decisiones y elegir a los candidatos apropiados:

Decidir retirarse unilateralmente de la guerra y dejar que la próxima generación haga frente a las consecuencias.

Pensar que si como nación nos ocupamos de nuestros asuntos, el mundo que existe ahora mismo simplemente aguantará.

Comprometerse a prolongar la confrontación manteniendo el estatus quo y esperando a que las cosas mejoren por sí solas.

Hacer frente al enemigo más profundamente, con más inteligencia y más ampliamente y poner fin a la guerra más rápidamente.

Todo depende en lo formados en materia del conflicto que estemos y de lo que consideremos las prioridades de nuestras vidas. Si estuviéramos desinformados en materia de los sucesos que han desangrado este país y que llevarán al mundo a tiempos dramáticos antes de retroceder, votaremos a los candidatos que no ven ninguna amenaza para América y que practican una política como si la paz estuviera asegurada. Pero si sabemos quiénes son y el mundo en que vivimos, buscaremos primero la supervivencia antes de argumentar acerca de cualquier otra cosa. Me encuentro entre aquellos que creen -- y ven -- que este país (y las demás democracias) están marcadas por la agresión y el terror. Todos nuestros motivos de preocupación con la economía, la justicia social, la armonía cultural, la riqueza o el avance tecnológico dependen dramáticamente de la capacidad de la inminente amenaza de derrumbar la seguridad nacional de este país, y todo lo que pudiera colapsar con eso caerá.

Probablemente me encuentro entre los pocos que ven los nubarrones en el horizonte y por tanto vienen instando a los líderes a actuar rápida, decisiva y tempranamente para evitar la jihad del futuro -- que ya ha comenzado. En caso de que lo que veo no estuviera allí, me daría por satisfecho completamente -- al igual que cualquier ciudadano -- argumentando con energía acerca de asuntos cruciales de nuestra existencia: salud, medio ambiente, nutrición, descubrimientos científicos, protección animal, y porqué no, exploración espacial. Si no me hubiera dado cuenta de que el debate giraba en torno a lo que están preparando bin Laden y Ahmedinijad, estaría mirando un panel muy diferente de candidatos presidenciales. Pero ése no es el mundo que veo delante de nosotros en el futuro inmediato. Por tanto, dejaré el debate acerca de las mejores direcciones económicas y tecnológicas a los expertos y pospondré los sueños sociales y filosóficos hasta tiempos mejores. Ahora mismo y aquí me interesa quién de entre los candidatos puede comprender simplemente la trágica ecuación en la que estamos y puede ser capaz de utilizar los recursos de esta nación para superar la dificultad frente a nosotros. El presidente Bush no fue elegido antes del 11 de Septiembre por los motivos de evitar la guerra jihadista ni de ganarla. Muy pocos sabían entonces siquiera que ya estábamos en guerra. Fue vuelto a elegir por el motivo de ser una opción mejor que la alternativa derrotista política. Este año sugiero que los americanos se merecen una opción más atrevida. Necesitan ver y certificar que el próximo ocupante de la Casa Blanca vive en este planeta, en esta era, sabe que estamos en guerra, y por encima de todo, conoce la guerra en la que estamos luchando. El margen de error es demasiado delgado para permitir errores.

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