Petróleo, patriotas e infamia
En los noventa el colapso del sudeste asiático fue la nube negra que tapó al mundo. El precio del petróleo se desplomó. Aquí, la crisis provocó la intervención de la banca y el colapso de los partidos. Pese a esto, China e India seguirían con paso firme hacia el futuro, arrastrando al planeta entero. En PDVSA se hacía evidente el deber de montarse en ese tren. ¿Cómo lograrlo? Era obvio que el petróleo tenía que ser la locomotora, las matemáticas determinaban que por cada bolívar invertido en hidrocarburos, se generaba casi el doble en el PIB no petrolero. Pero PDVSA no podía actuar sola, era esencial invertir capital y recursos tecnológicos que en aquel tiempo no tenía el país.
La meta era incrementar producción para conquistar el espacio que se abriría cuando terminara la pesadilla de la recesión. La respuesta eran las asociaciones con el sector privado. El objetivo era salvarle costos a PDVSA y penetrar zonas abandonadas o inhóspitas. La faja bituminosa del Orinoco era monte, sapos y culebras, contaba con una piedra transformable en petróleo sólo después de hacer inversiones cuantiosísimas y aplicar tecnología patentada por las empresas curtidas de sacar el oro negro en lugares imposibles.
Para conquistar la atención de estas empresas, había como obstáculos a vencer la pésima percepción que tenían los mercados de Venezuela, sumada al hecho de contar con el peor petróleo del mundo, sólo refinable en un puñado de refinerías y a precios que al momento no parecían prometer ganancias; y la acostumbrada mala interpretación de la ley de hidrocarburos y la constitución. La primera roca se movería a través de un país respetuoso de la palabra dada, capaz de ofrecer un marco jurídico moderno.
El Estado se reserva la actividad de hidrocarburos, pero a través del artículo 5 de la Ley vigente para la época, se permitía celebrar contratos de asociación con terceros; así se movió la segunda roca. La discusión fue ardua, y todas las fuerzas vivas del país participaron. La CSJ dio luz verde y el Congreso aprobó las condiciones contractuales. Era el momento de buscar empresas interesadas en embarcarse en la aventura de transformar incertidumbre en certeza, capaces de asumir los mayores riesgos e inversiones multimillonarias que solamente darían ganancias después de años.
El negocio petrolero es un juego de jeroglíficos, es el universo de los riesgos, las dificultades y el ingenio, un mundo donde para existir y perdurar se requiere de talentos superiores, dispuestos a confrontar el peligro y caer mil veces sin tirar la toalla. Pero también es un universo evolucionado de siglo y medio de existencia. Las empresas trascendieron sus nacionalidades y se hicieron trasnacionales, operando en decenas de países simultáneamente, con accionistas que hablan todas las lenguas del planeta.
La simplificación de la complejidad es obligatoria para darle sentido al caos, para no sucumbir en un laberinto de diferencias que haría imposible el diseño de estrategias y la fijación de metas concretas a largo plazo. Nace así un cuerpo normativo uniforme al que todos los jugadores se pliegan, sean chinos o africanos. Sólo con un cuerpo normativo único se hace posible el juego, por eso un ruso puede jugar ajedrez con un ecuatoriano. Si quieres jugar ping pong no puedes hacerlo con una pelota de fútbol.
El juego petrolero tiene las mismas premisas. Los jugadores deben conocer y respetar las reglas, el que no lo hace se queda fuera del tablero y desaparece. Cuando se les invitó a invertir, sólo dos condiciones nos pusieron: Aplicación fiel de las reglas de juego y respeto a la palabra dada, consagrada con tinta negra en los contratos que se firmarían. Venezuela les aseguró ambas cosas. Vinieron y se volcaron a transformar la faja en un motor de riqueza. Llenaron sus nóminas de nombres venezolanos, tributaron y pagaron dividendos en nuestro país, invirtieron en fortalecer la cultura, la educación, la salud, la infraestructura, el medio ambiente y muchas otras causas nobles. Incrementaron en un millón 200 mil barriles la producción diaria y abrieron nuevos mercados a Venezuela.
Financiaron esta aventura con su dinero, nombres y reputaciones, cedieron sus patentes tecnológicas, creadas tras años de gastos y genio invertidos, la faja bituminosa se hizo faja petrolera, levantaron un emporio en lo que era selva abandonada y la locomotora comenzó su periplo hacia el progreso. Pero no duró. Algunos asumieron que hacer patria era reinventar el juego, burlar reglas, romper la palabra, sumir al país en una telaraña de argumentos cargados de odio y resentimiento, de taras y furias que dinamitaron la locomotora y borraron el futuro.
Escupen al pintor y se roban el cuadro. Ni un solo proyecto energético hecho realidad, PDVSA ahogada en deudas inútiles, números rojos y empleados sin calificaciones; récord en pérdidas, los peores resultados de toda su historia; esta es la hoja de servicios que dejan a la nación los auto proclamados patriotas. EXXON, tras meses de intentar negociar amistosamente, pese a las groserías recibidas por parte del líder de los insultos y la vulgaridad, acude a la justicia internacional para que ésta haga cumplir las normas que les violan en Venezuela, reglas que al fundamentarse en tratados promulgados por el país forman parte de su orden jurídico interno.
Cada minuto que pasa es dinero que pierde la nación, pero estos patriotas en lugar de resolver el problema declaran más guerra. No producen petróleo y tampoco leche, hunden al país en miseria, matan a venezolanos con sus revoluciones, abrazan a las FARC y muerden la mano de quienes nos dan de comer, los yacimientos declinan y las refinerías explotan, no hay gas y se importa gasolina, regalan nuestro patrimonio en otras fronteras y arrancan las banderas de países aliados para clavar en su lugar las caras y colores de naciones terroristas.
Su exclusiva negligencia, impericia y mezquindad provocaron las medidas cautelares dictadas a favor de EXXON, donde los mil 315 millones congelados son nada comparados con el valor de un buen nombre hecho ceniza. Y para tapar tanto daño, pretenden atraparnos en una singular cruzada antiimperialista, donde el que lanza la bomba es inocente y el que pierde los brazos y las piernas es culpable.
En lugar de negociar y ponerle fin al pleito que desangra a Venezuela, optan por mentir en televisión y hacen amenazas cantinfléricas que disparan los precios del petróleo a niveles que solamente perjudican a los más pobres que juran defender. Entierran la patria en un pantano de estiércol, hacen que Venezuela regrese al hogar de los sapos y las culebras. Para culminar su faena, abandonan el tricolor en un cementerio de oportunidades perdidas.
Jamás nada fue causa de tanto daño. “Patriota” es quien hace que la patria progrese, no quien la entrega al repudio, sepultándola en infamia.
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