Carlos Alberto Montaner
Raúl Castro va a fracasar como gobernante. Cuando heredó la presidencia de Cuba se proponía tres tareas. Primero, mantener el poder. Segundo, mejorar sustancialmente las condiciones de vida de los cubanos. Tercero, fortalecer la institucionalidad vigente en el país para asegurar la transmisión futura de la autoridad sin sobresaltos, especialmente cuando él y Fidel hayan muerto.
Los tres propósitos estaban firmemente entrelazados, aunque el último es el verdaderamente importante. Para mantener el poder a largo plazo era indispensable aliviar la miseria que padecen los cubanos, fenómeno que, en su momento, aumentaría la legitimidad del partido comunista y facilitaría la renovación permanente de la clase dirigente. Raúl sabe que él y su hermano están por encima de las instituciones y tienen suficiente capacidad de intimidación como para gobernar sin consenso, pero ese poder no es transmisible.
Son cinco, por lo menos, las razones que conspiran contra el éxito de Raúl:
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El veto permanente de su hermano a cualquier medida aperturista. Acaba de suceder en La Habana. Convocaron a una reunión para anunciar algunas leves disposiciones que facilitaban los viajes al exterior de los cubanos y Fidel no quiso admitirlas. El es una persona muy cautelosa, totalmente paranoica. Está convencido de que cualquier cambio pone en peligro la estabilidad del régimen. Fidel no ignora que el sistema es un desastre, pero es su desastre. Es su obra y quiere preservarla. En lo que decide morirse, su último y más triste papel sobre la tierra será sabotear cualquier medida de gobierno sensata que el país necesite.
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Granma, el diario del partido comunista, acaba de publicar, sorprendido, que el 19% de los cubanos no trabaja aunque les ofrezcan un empleo. Incluso, han explicado las razones: les pagan muy poco y en una moneda inservible. Se han dado cuenta de que es mejor morirse de hambre sin trabajar que morirse de hambre trabajando. Es una actitud perfectamente racional.
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Raúl comprende la importancia de los estímulos materiales para motivar la laboriosidad de las personas, pero no puede satisfacer esas necesidades porque el sistema es intrínsecamente improductivo. Mientras no haya competencia real, propiedad privada e instituciones hospitalarias con la creatividad individual (inevitablemente conducentes a la desigualdad), no aumentará la producción de manera significativa. Si realmente quisiera entender por qué Cuba es un país miserable y cómo pudiera dejar de serlo, todo lo que tiene que hacer es observar la realidad coreana. Los del norte padecen un sistema como el que él y su hermano preconizan. Los del sur gozan de una economía libre como la que él y su hermano detestan.
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Durante casi medio siglo Raúl Castro dirigió el ejército con cierta habilidad y su instinto será tratar de manejar al país por los mismos métodos. Fracasará. Un ejército es una estructura vertical de ordeno y mando fundada en la obediencia ciega y en la repetición monótona de formas petrificadas de hacer las cosas. Una sociedad moderna, innovadora y productiva, sin embargo, está basada en el tanteo y error, en el cambio permanente, en la constante renovación de las élites dirigentes y en la aparición espontánea de nuevas formas de agrupación. Los ejércitos están concebidos para matar y morir eficientemente. El aparato productivo de una sociedad y el ámbito público en que éste se cobija tienen una función totalmente diferente: crear riqueza y generar el espacio institucional adecuado para que los individuos persigan sus propios fines.
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Una sociedad no puede permanecer de espaldas al entorno histórico en el que vive. Cuba no puede ser permanentemente la excepción anacrónica de un universo comunista que se desmoronó en sólo tres años a partir de que los alemanes derribaran el muro de Berlín. Los jóvenes cubanos de la década de los sesenta vivieron la (equivocada) ilusión de que construían el mundo del mañana. Los jóvenes cubanos del siglo XXI viven, con horror, la pesadilla de ser los últimos representantes del pasado, los fantasmagóricos sobrevivientes y guardianes de un universo que se hundió por su incompetencia y crueldad.
Seguimos sin saber cuándo Cuba comenzará su viraje hacia la normalidad --pluralismo político, democracia, libertades, derechos humanos, modelo económico racional, relaciones cordiales con sus vecinos, atmósfera sosegada--, pero nadie debe tener la menor duda de que ésa es la única dirección en la que puede moverse el país. Raúl puede favorecer el trayecto o puede entorpecerlo. Pero no está en su mano evitarlo de manera permanente.
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