14 marzo, 2008

Cómo empobrecer a un país

Por C.A. Gustavo Roos
Venezolanos en Línea

Crear pobreza parece un contrasentido. Nadie en su sano juicio se lo propondría. Sin embargo, un análisis de los comportamientos frente a los factores que constituyen la mayor riqueza de una nación mostraría la posibilidad de esa regresión que significa provocar un proceso de empobrecimiento.

Si hacía falta un soporte argumental para probar que la riqueza de una nación no está en sus recursos naturales, un estudio del Banco Mundial, de 2005, lo ofrece. El autor establece allí una distinción entre capital natural, capital producido y capital intangible, entendiendo por el primero los recursos naturales, por el segundo factores como infraestructura, equipos, materiales, tierra urbana, y por el tercero el valor que se deriva del trabajo, el conocimiento, la experticia, la confianza, la legalidad, la calidad de las instituciones formales e informales.

Más que esta distinción, importa el porcentaje que se atribuye a cada uno en la conformación de la riqueza global de una nación. Mundialmente el capital natural aportaría el 5% del total de la riqueza, el producido el 18% y el intangible el 77%. Mientas para las naciones desarrolladas el capital natural y el producido representaban sólo el 20% de su riqueza, para los países pobres llegaban al 40%. El 80% para unos y el 60% para otros estaba representado, en cambio, por su capital intangible. Este es el punto de diferencia.

Los países ricos lo son no tanto por sus recursos naturales sino por la preparación de su población y la calidad de las instituciones que soportan la actividad económica. Educación y legalidad, expresada en respeto a la ley y en la calidad de las instituciones, son para las naciones su verdadera riqueza.

El nivel de respeto por la ley expresa un grado de maduración social que marca la diferencia entre el orden creador y la anarquía destructora. Una cultura con predominio de la ley genera confianza, una cultura de la arbitrariedad alimenta el caos. Un clima de legalidad donde Estado y ciudadanos cumplen, alienta el ejercicio de la libertad, la participación, el compromiso y la responsabilidad.

Una economía con un sistema judicial eficiente y transparente, un derecho de propiedad claramente establecido y una postura oficial abiertamente contraria a la corrupción produce riqueza. Lo contrario, es decir, un clima de irrespeto a la ley, de arbitrariedad, de cuestionamiento al ámbito legal, de desconfianza en las instituciones, de amenaza a los derechos, de falta de transparencia, de administración acomodaticia de la justicia, no puede sino reducir ese capital. Así, cuando se habla de imponer por un vericueto legal lo que, por ejemplo, en materia de propiedad y de ordenamiento territorial fue formalmente negado por los ciudadanos, se violenta la legalidad y se atenta contra ese factor de riqueza que es la confianza en la ley y en las instituciones.

Igualmente en el terreno de la educación. Si en nombre de una engañosa igualdad se reduce el nivel de exigencias para el ingreso a la universidad, si se equipara capacidad con incapacidad, el resultado no puede ser sino una reducción del capital intelectual de la nación. En nombre de la igualdad no se puede sacrificar la calidad, aceptar el principio de que todo vale, desvalorizar el esfuerzo y el talento. Nivelar hacia abajo es privar a la sociedad de la oportunidad para la formación de un liderazgo capaz. Las sociedades crecen al empuje de los mejores.

Si alguien se preguntaba por la fórmula para acelerar el empobrecimiento de un país, los ingredientes están a la vista: debilitamiento del sistema educativo, de las instituciones y de la legalidad.

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