10 marzo, 2008

Inmigración: el suicidio idéntico
Jacques Guillemain


Al país que quiere ser la patria de la libertad y los derechos humanos, no es desgraciadamente ya posible desde años tener un debate sereno sobre la inmigración, la élite pensando bien siguiendo imponiéndonos su verdad en forma de postulado sin conflicto posible: "La inmigración es una oportunidad para Francia", no hay nada que añadir. Por ello se grava a toda persona que se pregunta sobre el pasar a ser de nuestra identidad, habida cuenta de los múltiples problemas de integración y la subida de los communautarismes que conoce nuestro país, inmediatamente de racismo, palabra mágica para cerrar el debate a partir de la primera cuestión planteada y arma absoluto contra todo contradictor.

Pero más allá de esta dictadura del pensamiento, nuestro país creyó bien de prohibirse elaborar toda estadística que se refería a la raza o a la religión, privándose así de una herramienta esencial para analizar los problemas de integración hay los remedios. Entre las cifras que se quieren que tranquilizan del INSEE o el INED y los, alarmistas, de la extrema derecha, conviene pues comunicar las mentiras u omisiones que equivocan el juicio del ciudadano. Con todo este grave tema se convirtió en una preocupación principal de los Franceses y es difícil incluir porqué nuestros dirigentes se niegan aún la transparencia total sobre una cuestión vital que compromete el futuro de las generaciones futuras. Los récenos cifras de nuestra demografía son con todo alarmantes. Antes de medir las consecuencias, una puesta a punto se impone frente a nuestros eternos donantes de lección, feroces encargados del templo del bien pensance. Es en efecto intelectualmente malhonnête poner la palabra "racismo" a todas las salsas. Recordemos que lo legitima rechazo de algunos comportamientos rebeldes no tiene nada que ver con el racismo. Que importa el origen de un inmigrante si respeta a la autoridad del Estado y adopta nuestros valores. Que importa su religión si respeta nuestra moral laica y no reivindica su pertenencia religiosa para modificar nuestra legislación social. Se pueden integrar millones de inmigrantes de cultura demasiado diferente, allí es la verdadera cuestión. ¿Dado que se dijo esto, cuáles podrían ser estas cifras?

Habida cuenta de la inmigración africana y maghrébine conocida desde la guerra y sin entrar en las sutilezas del INSEE que hace una distinción muy discutible entre extranjeros e inmigrantes, se puede considerar que un 13% aproximadamente de la población francesa hay sus orígenes. Cuando se nos dice que el número de extranjeros es estable desde hace treinta años, es verdad. Pero se olvida el que adquirió la nacionalidad francesa por naturalización o por matrimonio. Y bien oído, eso no tiene en cuenta el número creciente de trabajadores imposible a calcular pero cuyas recientes regularizaciones en Italia y España nos dan una idea general. El INSEE anuncia a una población de 63 millones de habitantes, lo que representa un aumento de 350000 en un año, y declara que la incidencia de la inmigración sobre este crecimiento es "marginal". Ahora bien, esta afirmación es imposible de demostrar puesto que los análisis por categorías étnicas están prohibidos. En realidad la simple sensatez, y también los estudios realizados por el ONU*, nos indican que nuestra tasa de fecundidad media siendo de 2 niños por mujer, está muy ciertamentesuperior en las familias de inmigrantes. A eso, es necesario añadir un factor que el INSEE se guarda bien anunciar, es el saldo de los nacimientos con relación a las muertes anuales, las cuales se refieren en gran mayoría a la población autóctona mucho más numerosa y más vieja. Se está bien pues lejos de las observaciones que alivian del INSEE.

Veamos ahora la evolución futura de la demografía del país sobre varias generaciones.

Excepto improbable aumento de su tasa de fecundidad y habida cuenta de su envejecimiento, la población de existencias europea disminuirá de cerca de diez millones en cincuenta años mientras que, sin contribución exterior, la de origen inmigrado aumente naturalmente de más de quince millones. Pero conviene añadir a eso los nuevos llegados al año y la natividad progresiva que se derivará. No se exagera pues de decir que la población francesa de origen europeo se convertirá en minoritaria poco después 2050. Será entonces demasiado tarde para invertir el vapor, si eso ya no es el caso.

¡Si, como el dice el INSEE, la influencia de la inmigración sobre la demografía es minúscula, es necesario explicarnos porqué! El problema consiste pues en saber lo que se quiere y lo que se puede hacer. Ciertamente la solución no es simple. Pero no corresponde al INSEE o al INED encubrir la amplitud del reto con cifras caprichosas o declaraciones anestesiantes. Por una parte es hora de decir la verdad a los Franceses ya que es del futuro de sus hijos de lo que se trata, y por otra parte corresponde a los responsables de este país, de todas las tendencias y orígenes, tener por fin el valor de liberarse de la tiranía de lo políticamente correcto y dar lugar a un extenso debate nacional sobre el futuro de nuestra sociedad y su patrimonio cultural, en una palabra, de nuestra identidad. Declarar que las raíces de Francia son esencialmente cristianas, es una evidencia, pero aun es necesario saber si tenemos la voluntad de conservar la herencia que nos legaron nuestros antepasados. Hay urgencia, pero por el momento nuestros políticos, inconscientes de lo que está en juego, siguen haciendo malabarismos con frascos de nitroglicerina.

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