por Alberto Benegas Lynch
Alberto Benegas Lynch es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
Thomas Szasz viene insistiendo en todas sus obras que hablar de “enfermedad mental” constituye un metáfora peligrosa ya que la enfermedad en el sentido de la patología es una lesión orgánica, provocada por un desorden interno que afecta células y tejidos y que los hábitos y conductas, por mas lejos que se ubiquen de la media, responden a la psique, los estados de conciencia o el alma y no pueden estar “enfermas”. Afirma que la escarlatina, el cáncer o la tuberculosis no pueden asimilarse a diversas formas de ser.
Sin embargo, en gran medida, el mundo de hoy, presa del mas crudo materialismo filosófico, considera que los humanos somos solo kilos de protoplasma y que todo se arregla con remedios como si todo se circunscribiera a problemas químicos. Así, se suelen tratar a las personas como si fueran una maquinita a la que debe introducirse algún tipo de aceite para que funcione según los estereotipos que otros establecen.
En este sentido, cuando alguien comete un crimen se dice que está loco con lo que el sujeto en cuestión resulta exento de responsabilidad criminal. También se sostiene que la pobreza, el desempleo y el medio ambiente son responsables de las fechorías mas increíbles, lo cual conduciría a dos conclusiones aberrantes. En primer lugar, si eso fuera cierto, nunca la humanidad hubiera salido de la delincuencia puesto que nuestro origen es precisamente la miseria mas extrema. En segundo término, y por las mismas razones, esta aseveración constituye un insulto a nuestros ancestros.
Acabo de leer un magnífico libro titulado Inside the Criminal Mind del médico psiquiatra Stanton Samenow, en el que explica que “La esencia de mi enfoque es que los criminales eligen cometer crímenes. El crimen reside dentro de la persona y es causado por el modo en que piensa, no su medio ambiente [...] Lo que debe cambiar es el modo en que el que ofende se ve a si mismo y al mundo que lo rodea. Concentrarse en las fuerzas fuera del criminal es una tarea inútil. He concluido que las formulaciones psicológicas y sociológicas convencionales sobre el crimen y sus causas son erróneas y contraproductivas porque solo producen excusas”. Dice el mismo autor que le costó mucho escapar de las líneas freudianas que son las tradicionales de análisis y comprender que “la conducta es consecuencia del pensamiento [...y que] el criminal es cualquier cosa menos un enfermo. El criminal es racional, calculador y sus acciones son deliberadas. Los criminales saben diferenciar el mal del bien. De hecho, muchos lo saben mejor que sus abogados. Creen que cualquier cosa que quieran hacer en cualquier momento es conveniente para ellos. Sus crímenes requieren lógica y autocontrol [...] Los criminales no están forzados a cometer sus crímenes por otras personas, eligen los compañeros que quieren y admiran”.
Una cosa es la adversidad en la vida y otra bien distinta es la maldad, por eso el criminal y el sádico surgen de muy diversos medios sociales y económicos. Sin duda que la educación y los ejemplos en la familia influyen grandemente en la formación de las personas, pero la perversión y la saña son de una naturaleza completamente distinta. Pero hoy en día todo se ve desde la perspectiva del medicamento, tendencia que pretenden refutar autores como Lou Marienoff en su Mas Platón y menos Prozac y Samenow ilustra la insensatez de verlo todo bajo el prisma psiquiátrico con la conocida chanza de que cuando las personas llegan tarde al consultorio padecen “el síndrome de la resistencia”, cuando se adelantan a la hora convenida “son ansiosos” y cuando se presentan puntualmente “son compulsivos”.
Un pionero en el enfoque distinto al tradicional y rutinario —y en línea con elaboraciones como las de Samenow y su maestro inspirador, el Dr. Samuel Yochelson— fue Alfred Adler quien ya en 1930 consignó que los criminales tienen “una estimación equivocada de sus propias importancias y la importancia de otras personas” y que sus crímenes “calzan con sus concepciones generales de la vida”. Muy al contrario del determinista Freud, quien, por ejemplo, escribió lo que aparece en el volumen xv de sus obras completas (Londres, Hogarth Press): “Ya otra vez le dije que usted cultiva una fe profunda en que los sucesos psíquicos son indeterminados y en el libre albedrío, pero esto no es científico y debe ceder a la demanda del determinismo cuyas leyes gobiernan la vida de la mente”. De allí es que deriva la peregrina idea que observamos en diversos lares de considerar que el criminal no debe ser castigado porque la responsabilidad de sus actos le es ajena, puesto que recaería en aquel bulto conocido como “la sociedad”.
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