LA MUERTE DE 'IVÁN RÍOS' Y LA DEGRADACIÓN DE LAS FARC
Carta a un difunto
Salud Hernández-Mora. Columnista de EL TIEMPO.
¿Sabe, Iván? Aunque no lo crea, porque usted era demasiado arrogante y dogmático, su muerte me ha dolido. No era querido como 'Reyes', que siempre pensé que llegó muy arriba en la banda por su unión con la supuesta hija del jefe y por su don de gentes, no por sus capacidades intelectuales, pero usted era más inteligente y comprometido, y mejor preparado. No sé, me convencía la firmeza de sus creencias, aunque no las compartiera. Usted era un muro de concreto con forma humana, incapaz de aceptar argumentos ajenos.
La última imagen que tengo de vos es cogido de la mano de su niña de 8 años, una pulguita que quería ser enfermera y a la que llevaba a los campamentos a pasar vacaciones, una forma peculiar de enseñar paz.
¿Qué pensará ella hoy? Tal vez se esté preguntando por qué su papá no cruzó el puente que le tendieron sus compatriotas en aquel proceso de paz. O por qué usted, cuando acarició la idea de dejarlo todo por la familia no hace tanto, desechó su postrera oportunidad.
Lo peor para un combatiente no es morir, broche común de quien escoge el camino de la criminalidad. Lo humillante, lo degradante, lo que tiene que herir ese alma que estará vagando a la espera de responderle al de arriba, es la forma en que desapareció de la faz de la Tierra.
Uno de sus íntimos, esos camaradas a quienes los todopoderosos miembros del secretariado confían sus vidas, sus secretos, sus alegrías y frustraciones, incluso la integridad de las familias (a su tropa no les dejen mantener lazos de sangre, pero ustedes nunca los cortan), le clavó el puñal por unas monedas de plata. Un asco, de acuerdo.
La vida de un comandante del Ejército del Pueblo, de un discípulo predilecto de 'Manuel Marulanda', de un leal fariano, entregada a cambio de cinco misérrimos millones verdes del Tío Sam, imagine, qué cierre más humillante a una brillante carrera plagada de crímenes atroces, que son los peldaños que a ustedes les conducen a la cima de la banda. Lo mismo debió pensar Carlos Castaño o Miguel Arroyave cuando vieron cómo los suyos les traicionaron. Ya ve que se cumple mi teoría: son ustedes, 'paras' y guerrillos, como dos gotas de agua.
Más triste aún. Le cortaron la mano para que sus enemigos corroboraran su identidad y el tal 'Rojas' cobrara el botín. Como un traqueto de cuarta. Ustedes pensaban que no había suficiente plata en el universo capaz de comprar el alma limpia de sus muchachos. ¿Quién será el siguiente? ¿'Cano'? ¿El 'mono'? ¿Joaco? ¿'Timochenko'? Imagine la cantidad de ejecuciones que estarán ordenando sus camaradas. A la mínima sospecha, consejo sumario y pelotón de fusilamiento. Bueno, eso de pelotón es para darle un poco de dignidad al asesinato de la tropa, porque ustedes eliminan con una bala de revólver para ahorrar munición. Y antes les hacen cavar sus tumbas. No sé para qué le cuento el procedimiento que usted mismo tantas veces ordenó.
Vea, 'Iván', hágalo por respeto a sus hijos o en memoria de sus víctimas. Desde donde se halle, dígales a los de acá abajo que cesen su guerra, que este es un conflicto de narcotraficantes, de criminales, de fracasados incapaces de admitir su error, de unos maleantes contra una sociedad inerme, hastiada de sangre. Contra unos soldados y policías que ustedes esconden en la intrincada selva, encadenados como animales, angustiados porque saben que se les escapa la juventud a chorros.
Su mano derecha segada, putrefacta, con sus huellas digitales intactas, preservadas como oro en paño porque vale un billete, es el símbolo de la degradación de las Farc, de que la corrupción los corroe, de que ya no están seguros en ninguna parte. El golpe es más contundente que el propinado a 'Reyes', porque demuestra su similitud a las Auc, a los capos mafiosos.
Aviso a navegantes: o negocian o mueren. Por el dólar vil. Por más nada.
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