24 marzo, 2008

Mal montado
Denise Dresser

Según un viejo político, es difícil liderear la embestida de una caballería cuando te ves ridículo sentado sobre el caballo. Y esto es precisamente lo que le ha ocurrido a Felipe Calderón. Ha convocado a librar una gran batalla en nombre de la modernización de Pemex, pero está mal montado sobre el equino que la encabeza. Se ha sentado de lado cuando debería cabalgar de frente; ha aflojado las riendas cuando debería apretarlas; ha mantenido a Juan Camilo Mouriño en la silla a su lado, cuando desde hace tiempo debió haberlo bajado de ese lugar. Si la primera responsabilidad de un líder es definir la realidad, hoy Calderón parece acorralado por la suya. Mientras Felipe deambula, Andrés Manuel cabalga. Mientras el ejército calderonista no sabe qué armas empuñar, la tropa lópezobradorista las usa sin misericordia. Si el Presidente no logra recuperar el trote, perderá la batalla y el país, la oportunidad de librarla en buena lid.


Ante el profesionalismo político demostrado por Felipe Calderón en el primer año, sorprende la magnitud de los errores cometidos en los últimos meses. Uno tras otro y cada vez más graves. Hablar de la reforma energética sin haber diseñado la estrategia política y mediática para lograr su aprobación. Proponer la elaboración de un diagnóstico con el cual comprar tiempo que sólo Andrés Manuel López Obrador utilizó en su favor. Negar la autoría de un 'spot' sobre Pemex para poco después lanzarlo al aire. Defender incondicionalmente al secretario de Gobernación cuando la función dual que desempeñó despierta dudas sobre su afán modernizador. Permitir el surgimiento de un vacío sobre el contenido de la reforma que AMLO y su cruzada contra la supuesta privatización llenó. Calderón sonó la trompeta pero no se puso las botas, ni cogió el fuete, ni apretó los espuelas, ni se sentó de lleno en la silla.


Todos los presidentes exitosos tienen una característica en común: la disposición para confrontar la principal ansiedad de la gente de su tiempo. El petróleo es una de esas fuentes de ansiedad y Calderón lo ha encarado de manera equívoca. Evadiendo, postergando, obnubilando. Permitiendo que su principal contrincante determine los términos del debate público y para mal. Generando una crisis de confianza en el gobierno y su capacidad para transformar a Pemex sin beneficiar a los mismos de siempre. Ante el hoyo en el cual se ha metido, sólo le queda una opción: desmontarse del caballo, reconocer los errores en su conducción, remediarlos lo más pronto posible y volverse a subir. Algo similar a lo que hizo durante la campaña cuando le confesó a Joaquín López-Dóriga que las cosas no iban bien. Algo parecido a lo que acaba de hacer Barack Obama ante el giro inesperado y dañino que ha tomado su candidatura presidencial. Replantear o fracasar.


Presentar argumentos políticamente ambiciosos, intelectualmente sólidos, emocionalmente resonantes. Informar, educar, inspirar a la ciudadanía a pensar en Pemex y en el petróleo de otra manera. Usar el púlpito de la Presidencia para convencer a los escépticos, informar a los desinformados, trazar los pasos de la reforma que propone y su necesidad. Reconocer que cada bando tiene agravios acendrados pero de difícil comprensión para unos y para otros. Entender que no basta ir en busca del 'tesoro'; también habrá que explicar cómo se repartirá, en manos de quién quedará, qué tipo de desarrollo fomentará, qué modelo de país financiará, qué clase de mexicanos construirá.


Pero esta labor indispensable de convencimiento público no puede partir de verdades a medias o de la simple denostación del adversario y sus motivos. No debe partir del paradigma estrecho que concibe a las alianzas estratégicas como una panacea para todos los males que aquejan a Pemex. No puede partir de una postura definida por la negociación con el PRI tras bambalinas y a espaldas de la sociedad. No debe estar enraizada en la perspectiva de quienes quieren extraer más petróleo pero no han explicado qué harán con los recursos renovados que generará. No puede suponer que cualquiera con preguntas legítimas sobre la forma de explotar o repartir la riqueza petrolera se opone a la modernización de México. Si el gobierno de Felipe Calderón quiere estimular un debate abierto, objetivo y sereno no debe promoverlo desde el maniqueísmo polarizador o la manipulación desilusionante con la que mimetiza a sus enemigos.


Calderón sólo logrará montar de mejor manera cuando comience a respetar la inteligencia de la ciudadanía que gobierna. Cuando logre delinear los dilemas de Pemex con candor, con valentía, con claridad. Y eso entrañaría cabalgar hacia donde todavía no existe un camino y comenzar a labrarlo: enfocando el debate no sólo en cómo extraer más petróleo, sino también en cómo usar de mejor manera la riqueza que produce. Centrando la atención no sólo en cómo extraer un recurso patrimonial, sino también en la forma de usarlo para el desarrollo. Llamando no sólo a ir tras el tesoro, sino también aclarando quién lo disfrutará.


Pero arribar a ese lugar de entendimiento compartido requerirá ciertos pasos imprescindibles. Y el primero sería anunciar que le ha pedido la renuncia a Juan Camilo Mouriño. Que Felipe Calderón va a ser el primer presidente de México en deslindarse de un amigo y colaborador cercano, responsable de un conflicto de interés. Que quiere acabar con el patrimonialismo en el gobierno y este caso es prueba del compromiso calderonista con su erradicación. Que la reforma energética no se hará a la medida de una élite rentista y la salida de Mouriño lo demuestra. Que ha escuchado a la ciudadanía y es sensible a sus reclamos. Que el gobierno es capaz de transformar una supuesta derrota política en una oportunidad para replantear el debate sobre un tema combustible.


Porque si todo esto no ocurre, la reforma energética será inviable. La transformación de Pemex serán inconseguible. El replanteamiento del papel que juega el petróleo en el desarrollo de México no tendrá lugar. Por más publicistas que contacte y más 'spots' que disemine y más conductores de televisión que contrate, el equipo de Felipe Calderón no logrará su aprobación. O sólo la conseguirá en términos políticamente suicidas. O habrá diluido tanto su alcance que servirá de poco. O la obtendrá a costa de polarizar nuevamente al país en lugar de conducirlo. Si no se monta sobre el tema energético con el sombrero de la sinceridad en la mano, llegará cojeando al campo de batalla. Si el Presidente no puede inaugurar una conversación convincente y honesta sobre el petróleo, sin duda lo tumbarán del caballo en cuanto aparezca.

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