¿Un mundo demasiado próspero?
El acelerado crecimiento de los mercados emergentes amenaza el suministro de recursos naturales
Por Justin Lahart, Patrick Barta y Andrew Batson
A lo largo de los siglos, de vez en cuando, diferentes voces han advertido que la actividad humana agotaría los recursos naturales de la Tierra. Pero los malos augurios siempre han estado equivocados. Cada vez, se descubrían nuevos recursos o aparecían tecnologías para propulsar el crecimiento.
Ahora han vuelto los viejos temores y parece que no van a poder ser descartados tan fácilmente.
Aunque no se avecina una catástrofe Malthusiana, en alusión al economista británico que pronosticó que el crecimiento poblacional iba a superar la capacidad de la tierra para producir recursos, la escasez prevista por el Club de Roma nunca ha sido tan evidente desde la publicación en 1972 de su famoso libro Los límites del crecimiento. Los constantes aumentos en los precios del petróleo, trigo, cobre y otras materias primas son señales de un giro duradero en la demanda que no se ha visto acompañado por un incremento similar en el suministro.
Al mismo tiempo que el mundo se vuelve más poblado (las Naciones Unidas proyecta que la Tierra estará habitada por 8.000 millones de personas en 2025, frente a los 6.600 millones de ahora), se vuelve más próspero. Una persona promedio consume más alimentos, agua, metal y electricidad. Una mayor parte de la población de China (1.300 millones de habitantes) e India (1.100 millones de habitantes) se está subiendo al vagón de la clase media, consumiendo dietas ricas en proteínas, transportándose en vehículos a gasolina y disfrutando de los aparatos electrónicos imprescindibles en los países desarrollados.
El resultado es que la demanda por recursos naturales se ha disparado. Si los suministros no se mantienen al mismo ritmo, es probable que los precios sigan escalando, haciendo que el crecimiento económico sufra tanto en los países ricos como en los pobres. Algunos de los recursos en mayor demanda no tienen sustituto. En el siglo XVIII, Inglaterra respondió a la escasez de madera mediante un cambio hacia el carbón, un material mucho más abundante. Pero no hay semejantes alternativas para cosas como tierras cultivables y agua fresca.
"Vivimos en una era en que las tecnologías que han hecho posible los altos estándares de vida y las expectativas de 80 años de vida en el mundo desarrollado ahora sean para casi todo el mundo", dice Jeffrey Sachs, director del Earth Institute de la Universidad de Columbia. "Lo que esto significa es que no sólo tenemos muchísima actividad económica, sino que también tenemos el potencial reprimido de grandes incrementos en (esta actividad económica)". El mundo no puede soportar este nivel de crecimiento sin nuevas tecnologías, explica.
Las predicciones sombrías, sin embargo, podría resultar tan erróneas como las del pasado. "Claramente tendremos más y más problemas, a medida que más y más (gente) sea cada vez más rica, y utilice cada vez más cosas", dice Bjorn Lomborg, un estadístico danés que argumenta que el problema del calentamiento global se ha sobredimensionado. "Pero la inteligencia compensará el incremento extra en el uso de recursos".
En el pasado, las fuerzas económicas han aportado soluciones. La escasez de recursos impulsó los precios, lo que llevó, eventualmente, a la conservación y la innovación. El aceite de ballena era una fuente popular de iluminación en el siglo XIX. Los precios subieron a mitad de siglo y la gente empezó a buscar otras formas de alimentar sus lámparas. En 1846, Abraham Gesner desarrolló el queroseno, una alternativa más limpia. Para fines de siglo, el aceite de ballena costaba menos que en 1831.
Ahora podría desplegarse un modelo parecido. Entre los posibles catalizadores figuran sustitutos efectivos para los combustibles fósiles y mejores técnicas para convertir el agua salada en agua potable. Sin embargo, esta vez es posible que las fuerzas económicas no sean suficientes para resolver los problemas por sí solas. Esto preocupa a economistas que solían mostrarse escépticos frente a las premisas de Los límites del crecimiento. Hace 30 años, Joseph Stiglitz dijo contundentemente que no había razones para sostener en forma persuasiva que el mundo enfrentaba el agotamiento de sus recursos a corto o mediano plazo. Ahora, el Premio Nobel teme que el crudo esté demasiado barato en relación al costo de las emisiones de carbono y que recursos naturales clave, como el agua, a menudo se provean gratuitamente. "A falta de señales del mercado, no hay forma de que éste solucione estos problemas", reconoce. "¿Cómo hacemos para que la gente empiece a pagar por algo que siempre ha conseguido gratis? Eso es realmente difícil. Si nuestros modelos de vida, nuestros modelos de consumo son imitados, tal como vemos que están intentando hacer, es probable que nuestro mundo no sea viable".
Dennis Meadows, uno de los coautores de Los límites del crecimiento, dice que el libro fue demasiado optimista en un aspecto. Los autores asumieron que si los humanos dejaban de contaminar el medio ambiente, éste empezaría a recuperarse lentamente. Hoy, advierte, algunos modelos de cambio climático sugieren que una vez que se supera un punto sin retorno, la catástrofe medioambiental puede ser inevitable.
Uno de los peligros es que los gobiernos, en vez de buscar soluciones globales para la escasez de recursos, se concentren en formas de sacar su tajada económica. China ha estado financiando proyectos de desarrollo en África, lo que algunas autoridades estadounidenses ven como una forma de ganar acceso a su madera, petróleo y otros recursos. India, que era un ferviente defensor del movimiento en favor de la democracia en Myanmar, ha firmado acuerdos comerciales con este país rico en recursos naturales.
El auge de China e India ha cambiado la economía mundial en formas duraderas, desde los flujos de capital a la ubicación de los nuevos centros de manufacturas. Sin embargo, siguen siendo sociedades pobres con crecientes apetitos.
En 2005, China tenía 15 autos por cada 1.000 personas, cerca de los 13 autos por 1.000 que Japón tenía en 1963. Ahora, Japón tiene 447 autos por 1.000 habitantes, un total de 57 millones. Si China llegara a alcanzar esa proporción, estaríamos hablando de 572 millones de vehículos (sólo 70 millones menos del total de autos en todo el mundo hoy en día).China consume 7,9 millones de barriles de petróleo al día. Estados Unidos, con menos de una cuarta parte de su población, consume 20,7 millones de barriles. "La demanda seguirá subiendo, pero se verá limitada por el suministro", le dijo a un grupo de analistas James Mulva, presidente ejecutivo de la petrolera ConocoPhillips. "No creo que vayamos a ver que la producción supere los 100 barriles al día y la razón es: ¿de dónde va a salir todo eso?".
No hay sustitutos para el agua. Pese a los avances, la desalinización sigue siendo costosa y requiere grandes gastos de energía. En todo el mundo, el agua es demasiado barata. Es probable que el cambio climático agudice los problemas de falta de agua. Los cambios en los ciclos climáticos se sentirán con "mayor intensidad en la distribución de agua en todo el mundo y en su variabilidad temporal y anual", concluye un informe del gobierno británico sobre calentamiento global dirigido por Nicholas Stern. La escasez de agua podría ser especialmente grave en África, Medio Oriente, el sur de Europa y América Latina, detalla el documento.
Las nuevas tecnologías podrían ayudar en la creación de soluciones. Los avances en la agricultura, la desalinización y la producción de electricidad limpia, entre otras cosas, serían pasos importantes. Pero Stiglitz advierte que los consumidores deberán eventualmente cambiar su comportamiento. Su conclusión es que las definiciones y medidas tradicionales del mundo de progreso económico, basado en producir y consumir cada vez más, deben replantearse.
En los últimos años, EE.UU., Europa y Japón han probado ser buenos a la hora de ajustarse a límites en los recursos. Pero la historia está llena de ejemplos de sociedades que sufrieron las clásicas crisis Malthusianas (los Mayas de América Central, por ejemplo). Esas sociedades, por supuesto, carecían de la ciencia moderna y de la tecnología. Pero su incapacidad para superar la falta de recursos naturales ilustra los peligros de creer ciegamente en que las cosas saldrán bien, dice el economista James Brander de la Universidad de British Columbia.
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