17 marzo, 2008

Una crisis de confianza en EE.UU. se propaga por los mercados financieros

Por Liz Rappaport y Justin Lahart

Para Estados Unidos llegó la hora de pagar la cuenta. A lo largo de toda la economía, los cautelosos prestamistas están demandando a los prestatarios que pongan más colateral o vendan activos para reducir sus deudas.

La crisis financiera, que comenzó con apuestas fallidas en valores respaldadas por hipotecas de alto riesgo o subprime, y que luego provocó una contracción del crédito entre los grandes bancos, parece seguir ampliándose. Durante muchos años, la economía estadounidense se ha beneficiado de la generosidad de acaudalados acreedores asiáticos y de Medio Oriente. Las empresas y hogares estadounidenses han disfrutado del crédito fácil, incluso para apuestas riesgosas. Pero eso ha cambiado.

La cascada de malas noticias de los últimos días, que culminó con el rescate de Bear Stearns Cos. el viernes y su venta el domingo por una fracción de su precio a J.P Morgan Chase & Co., está acelerando la erosión de la confianza en algunas de las instituciones financieras más respetadas de Estados Unidos.

Bear Stearns aseguró a sus inversionistas a principios de la semana pasada que era solvente, pero la especulación de que enfrentaba una contracción de liquidez hizo que algunos corredores y fondos de cobertura limitaran su exposición a la firma. El viernes la Fed y J.P. Morgan proveyeron financiamiento de emergencia a la firma de Wall Street fundada hace 85 años durante una período inicial de 28 días.

Pero ayer por la noche, Bear Stearns accedió a ser adquirida por J.P. Morgan por un precio de liquidación de US$2 la acción, o US$236 millones. El año pasado, la acción de Bear Stearns llegó a costar US$170.

Bear Stearns tenía un valor de mercado de cerca de US$3.500 millones el viernes, y valía más de US$20.000 millones en enero de 2007. Pero la crisis de confianza que recorrió la firma alimentó un exodo en los últimos días que dejó a la empresa con una horrible desición en sus manos: ponerse a la venta, a cualquier precio, a un gran banco para pagar sus deudas o acogerse a las leyes de protección contra la bancarrota.

La creciente crisis de confianza ahora se extiende a la capacidad de crédito de toda la gama de deudores, generando interrogantes sobre la capacidad de la Reserva Federal y del gobierno de EE.UU. para reparar rápidamente los problemas.

Los inversionistas globales están retirando dinero de EE.UU., profundizando el declive del dólar, que la semana pasada cayó por debajo de los 100 yenes la unidad por primera vez en una década. Frente a una canasta de las divisas de sus principales socios comerciales, el dólar ha descendido un 14,3% a lo largo de los últimos doce meses, según la Reserva Federal. El viernes marcó una nueva mínima frente al euro, culminando una baja de 2,1% la semana pasada, para cerrar a 1,567 dólares por euro.

Prestamistas e inversionistas están incrementando las tasas de interés que exigen a las instituciones financieras que hasta hace unos meses se veían sólidas, o les están pidiendo que vendan activos para levantar efectivo. Los mercados financieros, anticipando que la Fed recortará drásticamente las tasas mañana para limitar la profundidad de una posible recesión, están poniendo en duda el compromiso del banco central o su habilidad para impedir una aceleración de la inflación.

Hay otros síntomas del declive de la confianza. El oro, la mejor protección en contra de la inflación, está acercándose a los US$1.000 la onza. La calificadora de riesgo Standard & Poor's Ratings Services, predijo el jueves que las grandes instituciones financieras aún necesitan hacer rebajas contables por US$135.000 millones en valores ligados a hipotecas subprime, lo que se suma a los US$150.000 millones que ya han anunciado.

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"Claramente, todo el mundo está concentrado en la crisis financiera y EE.UU. es el epicentro de la tensión", asegura Carlos Asilis, director de inversiones de Glovista Investments, una firma estadounidense de asesoría. "Como resultado, estamos viendo cómo el capital sale de EE.UU." Esa es una mala noticia para una economía endeudada y sin capacidad de ahorro que depende del ingreso de US$2.000 millones al día desde el extranjero para financiar las inversiones. La situación está aumentando los temores de un colapso del dólar que podría sacudir aún más los mercados financieros y disparar las tasas de interés de EE.UU.

¿La tormenta perfecta?

Aunque los riesgos de un desenlace doloroso son preocupantes, los efectos de los recortes de tasas de la Fed y el paquete de estímulo fiscal aún tienen que surtir efecto en la economía estadounidense. Asimismo, la combinación de un dólar débil, que sigue siendo la divisa favorita del mundo, y el crecimiento de otras economías está impulsando las exportaciones de EE.UU. y compensando, en parte, los efectos del desplome inmobiliario y la contracción del crédito.

Sin embargo, aunque el efectivo continúa entrando a EE.UU. desde el exterior, el flujo ha estado mermando. En 2007, la adquisición neta de bonos a largo plazo y acciones en EE.UU. por parte de extranjeros alcanzó US$596.000 millones, frente a US$722.000 millones en 2006, según el Departamento del Tesoro. Los estadounidenses, a su vez, están invirtiendo más dinero en otros países.

Las esperanzas de que la economía estadounidense sufriera de una sed de liquidez que la Fed pudiera saciar se están desvaneciendo. Lawrence Summers, ex secretario del Tesoro, dijo el viernes que ve "un riesgo cada vez mayor de que la principal herramienta de política que hemos usado, los préstamos de la Fed a los bancos en una forma u otra", sea como "luchar contra un virus con antibióticos".

El viernes, el presidente de EE.UU., George W. Bush, no se mostró muy proclive a tomar nuevas medidas. "La política del gobierno", dijo, "es como una persona que trata de conducir un auto en una carretera en mal estado. Si llega a estar en una situación así sabe que es importante no hacer demasiadas correcciones de curso, porque si lo hace terminará en una zanja".

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Sin embargo, pocos están convencidos de que haya pasado lo peor y cada actor se mueve para proteger sus propios intereses frente a calamidades potenciales que parecían improbables hace tan sólo unos meses.

Hay pocas señales de que lo peor haya quedado atrás. El "momento de la recuperación" es cuando las predicciones son demasiado pesimistas, dice Summers. Lo más probable es que ese momento no haya llegado. Una encuesta llevada a cabo por The Wall Street Journal entre más de 50 economistas a principios de marzo encontró un profundo viraje hacia el pesimismo. Cerca del 70% dice que EE.UU. está actualmente en recesión y en promedio asignan una probabilidad de cerca de 50% a que esta recesión sea peor que las dos anteriores. La mayoría cree que los precios de los inmuebles sigan cayendo durante 2009 y tal vez 2010. Aunque hay un continuo debate sobre el tratamiento de los problemas actuales, empieza a surgir un consenso sobre las causas. "El aumento de los impagos en las hipotecas subprime fueron el principal catalizador", dijeron los líderes del Tesoro, Henry Paulson, la Fed, Ben Bernanke, y la Comisión de Bolsa y Valores, Christopher Cox, en un informe sobre las lecciones aprendidas con la crisis. "Sin embargo, ese golpe inicial dejó al desnudo y exacerbó otras debilidades del sistema financiero global".

Kenneth Rogoff, economista de la Universidad de Harvard y ex economista del Fondo Monetario Internacional, dice que la actual crisis tiene muchas madres: la burbuja inmobiliaria, los préstamos hipotecarios de alto riesgo y el déficit de EE.UU. en cuenta corriente. Durante años, Rogoff y otros economistas advirtieron que el déficit en cuenta corriente era insostenible. Últimamente, la brecha se ha reducido, pero la combinación de la crisis crediticia y el enfriamiento de la economía podría generar un ajuste más acelerado y potencialmente más peligroso.

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