02 abril, 2008

Competitividad ¿sin competencia? PDF Imprimir E-Mail

La competitividad en México, tanto la del país, como la de las empresas, deja que desear, con todo lo que ello supone, sobre todo, en términos de bienestar para los consumidores. Baja competitividad significa mayores precios, menor calidad y mal servicio, es decir, menor bienestar. Por ello, la Secretaría de Economía dio a conocer un documento, cuyo nombre es Diez Lineamientos para Incrementar la Competitividad, cuyo objetivo es apuntalar la competitividad de las empresas, para lo cual lo primero que se requiere es el mayor grado de competencia posible, en todos los sectores de la actividad económica, y en todos los mercados, lo cual se logra en la medida en la que todo aquel, nacional o extranjero, que quiera participar, ofreciendo bienes y servicios, en cualquier campo de la economía, lo pueda hacer, algo que en México no siempre es posible, tal y como sucede, por ejemplo, en las industrias eléctrica y petrolera, reservadas para el gobierno.

No habrá mayor competitividad si no hay toda la competencia posible en cada uno de los sectores de actividad económica, y en cada uno de los mercados, lo cual me lleva a las siguientes preguntas. ¿Cuántas veces se menciona la palabra competencia en el mentado documento? ¿Cuántas veces se mencionan, por no decir cuestionan, a los monopolios, comenzando por los gubernamentales? ¿Cuántas veces se manifiesta la Secretaría de Economía a favor de la apertura, total y definitiva, de todos los sectores de la actividad económica, y de todos los mercados, a la participación de todo el que quiera y pueda participar? La respuesta es ninguna. A lo más a lo que se llega, por el camino de la apertura total y definitiva de la economía mexicana a la competencia, es a “la revisión y simplificación de la estructura arancelaria”, primer punto del decálogo, lo cual supone que seguirá habiendo aranceles, uno de cuyos efectos es limitar la competencia, por lo tanto la competitividad y, por ello, las oportunidades de mayor bienestar para los consumidores a manera de menores precios, mayor calidad y mejor servicio.

El decálogo, de llegar a aplicarse, facilitará la operación de las empresas que operan en el país, pero difícilmente se traducirá en un mayor beneficio para los consumidores. En pocas palabras: la aplicación del decálogo hará a las empresas más productivas, pero no necesariamente más competitivas, siendo que lo que beneficia a los consumidores es lo segundo, no lo primero. Por ejemplo: un monopolio puede ser muy productivo, haciendo más con menos, reduciendo sus costos de producción, y aumentando en la misma proporción sus ganancias; pero, al no estar sujeto a la competencia, no tiene ninguna razón por la cual volverse competitivo: reducir su precio, aumentar la calidad y mejorar el servicio, todo en beneficio del consumidor.

Los Diez Lineamientos para Incrementar la Competitividad dejan mucho que desear, y deberían de llamarse Los Diez Lineamientos para Incrementar la Productividad, ¡algo muy distinto! Si el objetivo es apuntalar, lo más posible (y no se me ocurre una sola razón por la cual, la vista puesta en el bienestar de los consumidores, y en el mejor uso de los factores de la producción, dicho reforzamiento no deba ser el mayor posible), la competitividad, el primer punto del decálogo debería estar redactado en los siguiente términos: “Todos los sectores de la actividad económica, y todos los mercados, quedan total y definitivamente abiertos a la participación de todo aquel, nacional o extranjero, que quiera y pueda participar”, algo que los prejuicios ideológicos, los intereses creados y la mala cultura económica impiden redactar.


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