La política argentina es un juego de estrategia
pero sin manual
por Gabriela Pousa
Nuestro país se parece más al TEG, el popular juego de mesa en el que cada equipo tiene una misión secreta y debe destruir a los demás participantes, que a una nación donde todos buscan el bien común.
Es posible que, desde el punto de vista político, las crisis sean intrínsecamente necesarias en la Argentina. ¿Podría alguno de los últimos gobiernos que supimos conseguir mantenerse en la cima sin lidiar con alguna suerte de situación crítica, ya sea real o ficticia? No. Carecerían de argumento para erigirse como víctimas de circunstancias externas, de nostálgicos del pasado o de países malintencionados que sufren de envidia por ver una Argentina tan próspera y digna… Por otra parte, sin crisis en el escenario no hay modo de convertirse en el héroe o en la heroína que, finalmente, resuelve el caos a favor de “todos”.
De esta estrategia harto repetida participan empresarios, medios de comunicación, sindicalistas, Fuerzas Armadas, sociedad civil, blancos, negros, oligarcas, productores pequeños y medianos, agrícolas o ganaderos, todos terminamos siendo presos de estados críticos que tienen más de ficticios que de verdaderos. Todos tomamos parte en conflictos insólitos contra enemigos creados desde Balcarce 50 para “jugar” a la guerra. Con esa táctica, se nos divide y cercena.
Como resultado, hoy la Argentina es una suerte de TEG (plan Táctico y Estratégico de Guerra), un entretenimiento que se resuelve en mesas de café. Así, el oficialismo tiene su objetivo secreto a cumplir, que los demás participantes desconocen, si bien pueden sospechar. Para cumplir con ese objetivo, el Gobierno va ampliando sus dominios y reordenando sus fuerzas, lo que exige emprender ataques y defenderse de adversarios virtuales, agrupar y desplazar a sus hombres y concertar pactos con otros contendientes. No es casual que estemos viviendo en un país más parecido a un tablero con divisiones internas y fichas que se reparten estratégicamente que a una geografía federal donde la distribución de riquezas es fruto de una lógica proporcional. La diferencia, nada sutil, entre el legendario juego y la realidad nacional está en que el primero tiene un claro y detallado manual de reglas que no pueden violarse. En la Argentina, en cambio, se han perdido hasta las instrucciones básicas para su uso y cada uno que asume el poder estipula a piacere lo que está permitido hacer.
Si la bandera que se levanta es la de los Derechos Humanos y se apunta contra uniformes ya rancios y botas que no se lustran desde hace años, enseguida aparecen los reivindicadores y los herederos de aquellos “idealistas” que en nombre de la moral y la justicia justifican la venganza y los rencores. Si, acaso, la contienda es contra los pobres, los ricos son el blanco de la oratoria en el atril del Salón Blanco. Quienes no alcanzan a cubrir los gastos de la canasta básica son víctimas, en definitiva, de aquellos que viven en barrios privados y se movilizan en 4x4. Simplificaciones de la política argentina que no conducen a soluciones concretas, sino a la dilación de los problemas.
Si hay desabastecimiento en las góndolas y precios que suben sin causa, pero con prisa, la culpa es del campo. Nadie tiene en cuenta que las góndolas se vienen vaciando hace años, mucho antes de que los productores agropecuarios les dieran voz y voto a sus reclamos. La inflación tampoco la desataron los ganaderos o los sojeros con sus paros. En la Argentina, los supermercados poseen un 65% menos de variedad de productos que los de Chile, para no comparar con lo que sucede más allá de estas latitudes. Las góndolas se van llenando de electrodomésticos, adornos para el hogar, libros de autoayuda, desde corbatas hasta sombrillas o carpas se pueden conseguir en los sitios donde antaño había comestibles con variedad de marcas para poder optar. Nadie está en contra de la multiplicidad de rubros que un supermercado puede ofrecer, es sólo que esta multiplicidad es una manera burda de engañar. Llenan espacios porque mercadería no hay.
De hecho, todo es tan efímero y furtivo que la crisis más grande que tuvo el gobierno nacional derivó en un teatro de oratorias oficiales, pasó a ser una relación bonachona entre los malos del campo y los buenos de la ciudad, más especialmente aquellos que habitan la residencia presidencial. Cristina Fernández de Kirchner, con solo estudiar unas horas el tema de la siembra y la cosecha, satisfizo a los representantes que seguirán apostando al diálogo, aun cuando los diálogos con este Ejecutivo no gozan de buena publicidad ni arrojaron resultados venturosos. Esperemos la excepción para que no se nos acuse de golpistas, porque no lo somos.
Las soluciones no llegan, aunque las inventan o las ningunean con una habilidad que da miedo. Jamás se supo de dónde salieron ni a dónde fueron a parar los dólares que se encontraron escondidos en una bolsa en el baño del despacho oficial de Felisa Micelli, la ex ministra de Economía. Sin embargo, el problema se esfumó de los grandes medios. Menos todavía se terminó de explicar qué pasó con los sobresueldos o los “reintegros” que adoptaron el nombre de “Caso Skanska” sin que nadie supiera a ciencia cierta de qué se trataba. Tampoco se sabrá. Ni fiscal ni jueces quedaron en la causa. ¿Y dónde están los autos con licencias diplomáticas? ¿Y por qué Jorge Julio López tiene menos valor en estos pagos que Ingrid Betancourt? ¿No son ambos, en el decir del Gobierno, “secuestrados”? ¿No merecen la misma presencia oficial los actos que claman por los derechos humanos de la ex candidata colombiana que los que lo hacen por el testigo nacional? ¿O será que el género pesa también en este tema para la Presidenta?
Lo cierto es que nada se ha resuelto. Ni la deuda externa, ni la crisis energética, ni las relaciones non sanctas con Venezuela, ni el problema de las pasteras, ni las retenciones al agro, menos aún la inseguridad, a pesar de que haya dejado de ser el tema principal de la agenda. Y, realmente, los agravios –preparados por estrategia o espontáneos– a ciertos medios de comunicación no encuentran razón de ser, ya que de tan benévolos que suelen ser la mayoría de ellos con el oficialismo les vienen perdonando desde el más nimio error hasta el más grosero de los escándalos. En ese sentido, haya Observatorio o no, algo está fallando y es quizás porque ciertos multimedios, diarios y canales no son sino participantes con propios intereses en esa suerte de TEG nacional donde, de golpe, pactan acuerdos con el Gobierno para ganar un negocio más, a cambio de confundir y desinformar. Culpas repartidas puede haber, pero no víctimas y victimarios en esos ámbitos.
La pregunta final es si esta Argentina lúdica y sus crisis sin solución de continuidad alguna vez llegarán a su partida final o éste es un juego de nunca acabar.
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