por Sergio Sarmiento
Sergio Sarmiento es articulista de Reforma y comentarista de TV Azteca.
Si realmente la discusión tuviera que ver con la soberanía, no habría ninguna duda. Estaríamos promoviendo una mayor inversión pública y privada en nuestra industria energética y en otros sectores estratégicos de la economía.
Soberanía, después de todo, es la capacidad de una nación para ejercer una autoridad suprema e independiente en su territorio. Un país es soberano en la medida en que es fuerte. Si no lo es, otros podrán interferir en sus decisiones.
La soberanía no tiene nada que ver con la propiedad pública o privada de las empresas de un país. Las naciones con regímenes de propiedad gubernamental en sus empresas no son necesariamente más fuertes o soberanas. Todo lo contrario. Usualmente tienen una mayor debilidad económica y, por lo tanto, son menos soberanas. Corea del sur, con su economía de propiedad privada, es más soberana que Corea del norte, con sus monopolios gubernamentales, debido a que es más próspera y por lo tanto más fuerte.
Durante décadas el gobierno mexicano mantuvo la política de aumentar gradualmente la propiedad estatal sobre empresas en sectores estratégicos de la economía. Así fue creando firmas como Petróleos Mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad. De la mera propiedad de estas empresas se pasó, en un momento posterior, a la creación de monopolios gubernamentales. Por eso hoy Pemex es un monopolio en petróleo y la Comisión Federal de Electricidad y Luz y Fuerza del Centro lo son en electricidad.
La monopolización de los sectores estratégicos, sin embargo, no fortaleció a nuestro país. Por el contrario, debilitó nuestra economía y, en consecuencia, nuestra soberanía. Hoy somos un país más débil, con menos capacidad para ejercer una autoridad suprema e independiente en nuestro territorio, como consecuencia de esta miope política.
A pesar de eso, corrimos con suerte. Encontramos en nuestro territorio enormes yacimientos de petróleo de fácil extracción que nos permitieron convertirnos en exportadores de un producto muy valioso sin tener que volvernos competitivos a nivel internacional. Pudimos aprovechar, por otra parte, la existencia de ríos con descensos abruptos en el sur y en el sureste del territorio nacional. El resultado es que construimos presas que han generado enormes cantidades de electricidad sin tener, una vez más, que hacer grandes esfuerzos.
Pero la suerte siempre tiene límites, especialmente cuando éstos son autoimpuestos. Así, los yacimientos de petróleo de fácil acceso se han acabado. La falta de inversión, producto de las restricciones que nosotros mismos hemos impuesto en la industria, ha hecho que se reduzca en los últimos años la producción de petróleo y que caigan de manera importante las reservas de hidrocarburos. En unos años más nos convertiremos en un importador neto de crudo como consecuencia de estas restricciones a la inversión. En electricidad, por otra parte, hemos generado un sistema insuficiente para cubrir las necesidades nacionales y que suministra una electricidad contaminante, mala y cara.
Necesitamos una reforma. Eso lo sabemos todos. El problema es que algunos políticos están apostando a que se desplome la economía en los próximos años a fin de que ellos puedan llegar al poder como caudillos salvadores de la nación. Por eso insisten en mantener restricciones a la inversión, cuando lo que deberíamos estar haciendo es desmantelar monopolios y aumentar la inversión pública y privada en los sectores estratégicos con el fin de construir un país más fuerte y más soberano.
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