El Libro Negro de la Revolución Francesa
Era necesario acelerar las cosas.
Hubo cosas aún peores que la destrucción y el robo del patrimonio artístico y cultural. La Revolución llevó a cabo un sistemático memoricidio, algo parecido a lo que aquí se quiere poner en práctica con la Ley de la Memoria Histórica, con los símbolos de la realeza, la aristocracia y la Iglesia. Hubo torres de templos que cayeron porque, al decir de los destructores, representaban un desafío a la igualdad.
Asimismo, la Revolución acabó para siempre con la primacía de los Borbones (franceses y españoles) en el mar y abrió paso al dominio británico. Francia sufrió un grave deterioro económico, y un todavía más grave bajón demográfico.
Se expoliaron los bienes de la Iglesia de una forma al tiempo despótica y chapucera. No se hizo el menor intento de elaborar una argumentación jurídica seria que justificara el robo. Y, obviamente, se llevó a cabo una represión brutal, sistemática, que llevó a la tortura y asesinato de decenas de miles de personas cuyo único delito consistía en ser sacerdotes o aristócratas, o porque, simplemente, no formaban en las filas de la brutalidad revolucionaria.
Hasta hace relativamente poco tiempo la historiografía francesa se cerraba en banda ante cualquier crítica a la Revolución. Hoy mismo sigue siendo sorprendente ver cómo reacciona un francés corriente, no digamos ya un académico, ante el repudio de la misma, pues la tienen por la clave fundadora de la République y de sus valores –y, para no quedarse cortos, de la modernidad–. Pero tradición crítica, haberla hayla; podríamos decir que arranca con la obra que François Furet publicó en 1965, aunque cabría remontarse mucho más lejos: por ejemplo, a la historia firmada por Pierre Gaxotte en 1928, que nunca ha dejado de reeditarse, por no mencionar a historiadores ingleses como Hilaire Belloc.
Acaba de aparecer un nuevo volumen revisionista, y ya ha suscitado el consabido escándalo. Se trata de Le Livre Noir de la Revolution Française, y, como el Libro Negro del comunismo a propósito de la praxis de la ideología de Marx, Lenin y compañía, aspira a ser un balance de aquel período criminal de la historia europea. Como su antecesor, está compuesto de capítulos breves, muchos de ellos de intensidad extraordinaria, que ofrecen un compendio desmitificador de algunos de algunos de los altos símbolos de la Révolution (la toma de la Bastilla y el 14 de julio de 1789, por ejemplo). Hay algunos apartados fascinantes, como los dedicados al martirio de la Familia Real y a la guerra de la Vendée; uno de ellos, tan sorprendente como sugestivo, hace de Saint-Just un precursor del fascismo. (Ya Malraux lo había declarado precursor de los totalitarios nazis y comunistas).
El objetivo de Le Livre Noir… no es proclamar que la Revoución tuvo unos efectos colaterales nocivos, sino cuestionar el propio significado de la Revolución y enfrentar al lector con la realidad de un cambio que requería, por su propia naturaleza, la violencia totalitaria; o, por decirlo de otro modo, que no se explica sin la pulsión totalitaria.
Una segunda parte, de tono más ensayístico, reflexiona acerca de algunas de las interpretaciones más notorias, y también más olvidadas, de la Revolución. Se repasa en ella a Chateaubriand, a Joseph de Maistre y a Taine, pero también a Balzac, a Baudelaire y a Nietzsche, sin olvidar a nuestro Donoso Cortés. Finalmente, una antología de textos nos enfrenta directamente a la monstruosidad del primer experimento totalitario moderno, con páginas como el discurso de Robespierre en que exigió que se ejecutara al Rey sin someterle a juicio, porque esto último supondría admitir que el reo podría ser inocente y, por tanto, que la República fuera culpable o ilegítima.
El balance de estas páginas es desolador. Lo que se ha mitificado como elemento clave de la modernidad europea fue una gigantesca estafa que a la torpeza y las bajas pasiones añadió la voluntad criminal. Es imposible, y así lo recuerdan los autores en varias ocasiones, no evocar lo que habría sido de la dulce Francia, y del resto de Europa, si se hubiera conseguido detener esta carrera al abismo, este error monumental que determinaría durante décadas, incluso siglos, el porvenir del Viejo Continente, pues se elaboró una mitología del corte revolucionario en la que se inspiró obsesivamente el progresismo.
Entre los autores encontramos algunos tan prestigiosos como Emmanuel LeRoy-Ladurie, Pierre Chaunu, Jean de Vigerie, Ghislain de Diesbach o Jean Sévillia, periodista este último que se ocupa de las conmemoraciones de la barbarie. Pero no se trata de una obra para historiadores. Es un libro apasionado, capaz de enganchar al lector porque demuestra hasta qué punto siguen doliendo todavía hoy algunas de las heridas abiertas por la Revolución, y cómo siguen pesando las mentiras que ésta ha venido suscitando desde hace más de doscientos años.
Además, y en contra de lo que suele ocurrir últimamente con la prosa francesa, está, en líneas generales, bien escrito, con un estilo claro y sobrio. Se entiende todo, vamos. Y todo queda meridianamente claro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario