Las últimas horas de Bear Stearns
Por Kate Kelly
Había sido un día arduo, pero cuando Alan Schwartz se dirigía a su casa el viernes 14 de marzo, el presidente ejecutivo de Bear Stearns Cos. pensó que tendría un mes para encontrar un comprador para su alicaída firma.
Un préstamo preparado a toda velocidad, garantizado por el gobierno de Estados Unidos por un máximo de 28 días, había permitido que la empresa de corretaje abriera sus puertas esa mañana. La acción, sin embargo, continuaba cayendo, los clientes huían y los socios se esfumaban. Al secretario del Tesoro de EE.UU., Henry Paulson, le pareció cada vez más obvio que Bear Stearns no sobreviviría el fin de semana. Era hora de tener una conversación delicada.
Schwartz viajaba en su auto de Manhattan a Greenwich, Connecticut, cuando recibió una llamada de Paulson y Timothy Geithner, presidente de la Reserva Federal de Nueva York. "Tienes que sellar un acuerdo antes del domingo por la noche", dijo Paulson, un experimentado ex ejecutivo de Wall Street. Schwartz quedó atónito. Tendría que buscar la mejor oferta posible para eludir la bancarrota. La confusión acerca del financiamiento era un testamento a la velocidad con que Bear Stearns se había desmoronado y la urgente necesidad que sintieron los funcionarios del gobierno de amortiguar el impacto sobre el sistema financiero.
Los reguladores creían que, en el peor de los escenarios, una declaración de quiebra podría desatar temores globales, derrumbar otras instituciones financieras y provocar una caída de 2.000 puntos en el Promedio Industrial Dow Jones.
La llamada a Schwartz cerraba una semana de vértigo y presagiaba otros 10 días de caos. Entrevistas con más de dos docenas de ejecutivos y otras personas directamente envueltas en los acontecimientos muestran que Bear Stearns casi murió, no una, sino dos veces.
Una venta rápida
En una conferencia telefónica con inversionistas al mediodía del 14 de marzo, después de haber pasado más de 24 tensas horas en su oficina, Schwartz informó que si bien el efectivo a disposición se había "deteriorado", el financiamiento de la Fed, a través de J.P. Morgan Chase & Co., permitiría que la firma volviera a la normalidad.
De hecho, equipos de J.P. Morgan y J.C. Flowers & Co., firma dedicada a las adquisiciones apalancadas, ya estaban en las oficinas de Bear Stearns en la Avenida Madison, revisando sus cuentas.
Pero era evidente que nada de esto estaba logrando el efecto deseado. El rescate orquestado por la Fed era visto como una señal de debilidad más que una de esperanza. Al término de ese día, casi 190 millones de acciones de Bear Stearns habían cambiado de manos —17 veces el promedio diario— y el precio había caído 47% a US$30 la acción.
El director financiero de Bear Stearns, Samuel Molinaro Jr., cansado y con el mismo traje con el que había salido de su hogar 36 horas antes, había parado en una estación de servicio camino a su casa en New Canaan, Connecticut, cuando Schwartz lo llamó ese viernes por la noche para darle las malas noticias. Paulson y Geithner querían un acuerdo para el domingo a más tardar, antes de que abrieran las bolsas asiáticas. "Debes estar bromeando", respondió Molinaro. "Pensé que teníamos 28 días". "Yo también", contestó Schwartz. "Ahora tenemos que tener un acuerdo hecho este fin de semana". A las ocho de la mañana del día siguiente, los dos estaban de vuelta en la oficina reunidos con ejecutivos de J.P. Morgan.
J.C. Flowers, por su parte, había presentado una propuesta tentadora: compraría un 90% de la compañía por US$3.000 millones en efectivo. Pero el acuerdo sería posible sólo si lograba conseguir US$20.000 millones en préstamos para financiar las operaciones de Bear Stearns. Horas después, J.P. Morgan reveló que estaría dispuesto a pagar entre US$8 y US$12 la acción por el 19,9% de Bear Stearns, lo que asignaría a la firma un valor de entre US$944 millones y US$1.400 millones.
La mañana del domingo, J.P. Morgan envió el borrador de un plan de fusión con el precio de la acción en blanco. Flowers, al mismo tiempo, tenía dificultades para conseguir los fondos operativos. Schwartz intuía que la oferta de J.P. Morgan iba a triunfar.
Pero, aproximadamente a las 10 de la mañana, J.P. Morgan inesperadamente retiró su oferta. La compra de Bear Stearns era demasiado arriesgada, le informó el banco a Gary Parr, banquero de inversión de Bear Stearns. Un acuerdo con J.C. Flowers tampoco parecía probable. Para el medio día del domingo, la empresa de adquisiciones ya sabía que sería imposible recaudar US$20.000 millones tan rápido.
Enseguida, sin embargo, J.P. Morgan estaba de regreso, sugiriendo un precio de US$4 por acción. Bajo este plan, la Fed se haría responsable de US$30.000 millones en valores difíciles de vender de Bear Stearns. Los directores de la firma se pusieron furiosos. ¿Cómo podía ser que el precio del acuerdo cayera de US$8 a US$4 en cuestión de horas? El presidente de la junta, James Cayne —un gran accionista y presidente ejecutivo por 14 años hasta que fue obligado a dejar el puesto en enero— estaba iracundo. "Vamos a jugar la carta de la bancarrota", le dijo al grupo reunido en la Avenida Madison.
Un gran equipo de abogados ya se encontraba en el edificio preparando una posible declaración de quiebra, lo que técnicamente le daría tiempo a Bear Stearns para resolver sus problemas con los acreedores. Pero no era una opción práctica.
A lo largo del fin de semana, Geithner había estado en contacto con Paulson, un ex banquero de inversión que dirigió a Goldman Sachs Group Inc. por siete años, antes de asumir la Secretaría del Tesoro. Después de una conversación el domingo por la tarde, decidieron que Paulson debería llamar a James Dimon, presidente ejecutivo de J.P. Morgan. En aquel momento, el banco consideraba un precio de US$4 ó US$5 por acción. "Me parece alto", dijo Paulson. "Creo que esto debería hacerse a un precio bajo".
Debido al nivel de involucramiento sin precedentes del gobierno en el rescate de Bear Stearns, Paulson no quería dar la apariencia de estar rescatando a los inversionistas de Wall Street en momentos en que muchas personas estaban perdiendo sus casas. A media tarde, Parr recibió una llamada de Doug Braunstein, director de banca de inversión de J.P. Morgan. "La cifra es de US$2", dijo Braunstein. Parr sabía que ese precio sería una píldora difícil de tragar. "Debo interrumpirlos y darles una actualización de J.P. Morgan", dijo a los directores de Bear Stearns. Los directores quedaron sorprendidos. Cayne dijo que no había forma de que aprobaran un acuerdo por US$2 la acción.
Schwartz, no obstante, no quería enfrentarse al Tesoro y la Fed ni quería que los trabajadores de la empresa se encontraran con que les habían cancelado su sueldo y cerrado las oficinas a la mañana siguiente. "Dos dólares es mejor que nada", dijo a los inversionistas. Un precio de US$2 y el derecho de que los accionistas voten, explicó, era mejor que un precio de cero y acogerse a la bancarrota. Schwartz miró a cada director. "¿Hay alguien que se oponga?" preguntó. Nadie respondió. A eso de las 6:30 de la tarde, el acuerdo se aprobó por unanimidad. Los asesores de Bear Stearns notificaron a J.P. Morgan, que realizó una conferencia telefónica con los accionistas para tratar el pacto. El domingo en la noche, los ejecutivos de la Fed de Nueva York organizaron una conferencia telefónica con los presidentes ejecutivos de las firmas de Wall Street. Geithner y Dimon hablaron brevemente, señalando que J.P. Morgan respaldaría las deudas de Bear Stearns y que si el acuerdo no se hubiera concretado, el impacto en el mercado habría sido catastrófico.
Sin embargo, el apresurado acuerdo tenía un resquicio jurídico que les otorgaría a los irritados accionistas de Bear Stearns una poderosa arma para buscar un precio más alto. J.P. Morgan se había comprometido a financiar las operaciones de corretaje de Bear Stearns durante un año, aunque los accionistas rechazaran la compra. Tras otra larga semana de negociaciones, el domingo Schwartz llamó a Dimon. "Hay un límite psicológico", dijo. Los directores de Bear Stearns sólo se sentirían cómodos con un precio de venta de dos dígitos. "No vuelva con una oferta de US$9,99", le advirtió a Dimon. Antes que los mercados abrieran a la mañana siguiente, J.P. Morgan respondió con una oferta final: cerca de US$10 la acción por un 39,5% del capital, que valoraba a Bear Stearns en US$1.200 millones. El acuerdo fue aprobado por la junta directiva.
Ayer, los accionistas de Bear Stearns dieron la puntada final con su visto bueno por una mayoría de 84%.
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