Ecuador: Hambrientos pero soberanos
por Gabriela Calderón
Gabriela Calderón es editora de ElCato.org y columnista de El Universo (Ecuador).
Guayaquil, Ecuador— En nombre de la “soberanía alimentaria” en Ecuador ya existieron órganos estatales que se suponía que debían garantizar la producción, provisión, distribución y comercialización de alimentos y el resultado fue un Estado muy soberano (y corrupto) en materia alimenticia y una persistente porción de los ecuatorianos con deficiencias nutritivas.
Hay ideas malas que nunca mueren y una de ellas es la “soberanía alimentaria”. En diversos países del mundo millones de personas han muerto de hambre por las descabelladas políticas agrarias que concibieron sus disparatados líderes. Joseph Stalin y Mao Zedong se destacan entre ellos, aislaron a sus economías del resto del mundo y no es coincidencia que poco después millones de personas murieron de hambre.
La soberanía alimentaria en un mundo globalizado como el de hoy es posible, pero empobrecedora. Estamos acostumbrados, sin importar la profundidad de nuestro bolsillo, a consumir alimentos producidos en otras partes del mundo y el hecho de podamos hacerlo hoy con más facilidad que hace medio siglo ha hecho que a pesar de la explosión de la población a nivel mundial, los precios de los alimentos hasta hace poco hayan seguido cayendo.1
De acuerdo a las Naciones Unidas, entre 1990 y 2005 el porcentaje de personas que sufrían de hambre en los países en vías de desarrollo se redujo de 33% a 27% (una reducción de un 20%).2 No obstante, entre 2002 y 2004 todavía más de 861 millones de personas sufrían de desnutrición (14% de la población mundial).13 El problema es que esa cifra podría aumentar ahora que la FAO pronostica precios altos de alimentos para los próximos 10 años.14
Aproximadamente el 5% de los ecuatorianos sufría de desnutrición para el 2004, mientras que en 1992 la cifra era de 8%.5 Esta reducción se dio durante la llamada “larga noche neoliberal”, en la cual se eliminaron los distintos órganos estatales que buscaban la seguridad alimenticia.
El cuento era así: La Empresa Nacional de Almacenamiento y Comercialización (ENAC) almacenaba alimentos buscando garantizar seguridad alimentaria y un “precio justo” a los agricultores pequeños y medianos. La Empresa Nacional de Productos Vitales (ENPROVIT) proveía alimentos a precios bajos. La Empresa Nacional de Semillas (ENSEMILLAS) le vendía semillas a buen precio a los agricultores. FERTISA y la Empresa de Abonos del Estado (EMADE) le vendían al agricultor fertilizantes baratos. La seguridad alimentaria era tan importante que para 1992 cerca de 8.000 personas trabajaban en el Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) para garantizárnosla.6 Y todos éramos felices. ¿Si o no?
No. Los organismos antes mencionados resultaron en un nivel de corrupción alarmante. Los agricultores le compraban semillas al Estado para luego venderle sus cultivos al precio determinado por el Estado. No era raro que las perchas de los locales de ENPROVIT estén vacías o con un surtido que dejaba mucho que desear.7 No había igualdad de condiciones para la producción, provisión, distribución y comercialización de alimentos pues para cada una de esas cosas uno dependía de una “palanca” en el MAG. El agricultor era un mendigo del estado.
Es necesario recordarle a los asambleístas que hay razones muy poderosas por las cuales ese sistema colapsó y afortunadamente se abandonó. Para el 2002 el personal del MAG había sido reducido a 1.650 personas. ENAC, ENPROVIT, ENSEMILLAS, FERTISA, y EMADE habían sido virtualmente eliminadas.8
No es coincidencia que estos organismos hayan surgido durante la última dictadura militar y es preocupante que en el siglo XXI se estén adoptando medidas del socialismo del siglo XX que fracasaron no hace mucho en nuestro propio país.
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