Como dice el documento final de la cumbre de la FAO, clausurada ayer en Roma, «es inaceptable que 854 millones de personas sigan malnutridas en el mundo». Pero superar esa terrible lacra requiere compromisos muy concretos de la comunidad internacional. Consideraciones llenas de buena voluntad, pero de patente inconcreción, no resolverán el problema.
La humanidad se enfrenta a una crisis alimentaria de proporciones preocupantes puesta de manifiesto por la creciente carestía de muchos productos básicos. Más de 800 millones de personas sufren hambre y el número crece rápidamente. Expertos y responsables políticos han analizado la situación y han propuesto medidas. Pero son consideraciones demasiado genéricas que no concretan presupuestos y, cuando lo hacen, no fijan fechas. La FAO (siglas inglesas de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) no ha logrado que los gobiernos, especialmente los de los países ricos, definiesen en Roma programas y compromisos concretos y precisos. El documento final, por ejemplo, señala que «los alimentos no deberían utilizarse como instrumento de presión política y económica». Naturalmente; pero, ¿quién señala a los países que incurren en esa práctica? ¿Por qué la comunidad internacional no garantiza que la ayuda alimentaria llegue a la población necesitada en vez de a los gobernantes abusivos? La raíz de muchos problemas está en la inadecuada estructura política bajo la que vive gran parte de la humanidad, con gobiernos corruptos. Tampoco favorecen la resolución de la crisis alimentaria algunas teorías ultraliberales opuestas a un cierto autoabastecimiento y a la extensión del regadío moderno, una de las vías para aumentar la productividad agrícola. La agricultura necesita actualizarse, adaptarse a nuevas tecnologías, a procedimientos de mejora y aprovechamiento de recursos; pero nunca debe ser marginada, como ha ocurrido durante demasiado tiempo y como algunos ideólogos parecen preconizar en aras de cierto ecologismo primario y, en última instancia, retrógrado. Si esencial, por urgente, es aliviar el hambre en los países más pobres, también se hace necesario apoyar la consecución de cambios estructurales que los liberen del subdesarrollo político, fuente de todas las pobrezas. La superación del hambre merece más esfuerzos, incluida una mayor dosis de sinceridad.
16 junio, 2008
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