14 junio, 2008

El Salvador: ¿En dónde aprieta el zapato?


por Manuel Hinds

Manuel Hinds ex Ministro de Finanzas de El Salvador y autor de Playing Monopoly with the Devil: Dollarization and Domestic Currencies in Developing Countries (Council on Foreign Relations, 2006).

La crisis económica que está afectando a todo el mundo tiene tres dimensiones. Primero, varias instituciones financieras han quebrado y muchas otras han estado vulnerables en los últimos meses. Segundo, los Estados Unidos han entrado en una recesión que amenaza afectar a Europa y otras regiones desarrolladas. Tercero, los precios de los productos primarios en general, y en particular los combustibles y los comestibles, han aumentado radicalmente durante los últimos años.

La parte financiera no nos ha afectado. Ciertamente, la tasa de interés ha subido pero muy poco. La recesión en Estados Unidos no nos ha afectado todavía y es posible que no nos afecte. La actividad económica (el PIB, medido aproximadamente por el Índice de Volumen de Actividad Económica - IVAE), creció casi al 4 por ciento hasta marzo, mientras que las exportaciones excluyendo maquila crecieron a una tasa enorme (20,1 por ciento) comparando de enero a abril de 2008 con el mismo período de 2009. Las remesas, el crédito al sector privado y los depósitos totales de los bancos también crecieron muy saludablemente.

La tercera dimensión sí nos ha golpeado muy fuertemente y de una manera asimétrica, es decir, de una manera diferente a distintas personas, dependiendo de su patrón de consumo, que está determinado por el nivel de ingresos. La inflación que sufren las personas de bajos ingresos, que dedican un porcentaje alto de sus gastos a comida y transporte, es muy cercana a los aumentos de precios de éstos, es decir, tiene niveles catastróficos.

En cambio, si cuando se promedian estos precios con los de todas las demás cosas la inflación general da cifras entre el 6 y el 7 por ciento. Este es el nivel de inflación que experimentan las personas de ingresos más elevados, para las cuales el gasto en combustible y comida es un porcentaje bajo de sus gastos.

El problema de estos aumentos de precios es que fuerzan a la gente a consumir menos de otras cosas, porque los aumentos más fuertes son en bienes y servicios indispensables: transporte y comida. Los aumentos han sido tan altos que para muchos la disminución no ha sido solamente en otras cosas sino también en la comida misma. De acuerdo a la encuesta del Instituto Universitario de Opinión Pública de la Universidad Centroamericana, el 65 por ciento de los entrevistados ha dejado de comprar medicinas necesarias; el 57 por ciento está trabajando más tiempo al día; el 20 por ciento hace menos tiempos de comida, y el 80 por ciento ha modificado su dieta para comprar comidas más baratas.

La fotografía que emerge entonces de la crisis se asemeja a un barco que tiene un orificio por el que entra agua en una cantidad que no lo va a hundir ni siquiera a volverlo más lento, pero que puede ahogar a la gente que viaja en el fondo del barco. Es por eso que la prioridad social del Gobierno debe ser focalizar subsidios para estas personas. De no hacerlo, los avances en disminución de la pobreza realizados en los últimos quince años podrían revertirse.

El Gobierno tiene dos programas principales para realizar esta focalización: la Red Solidaria y las Escuelas Saludables. El problema es cómo alimentar de fondos suficientes a estos programas y cómo llegar a otros pobres que no son cubiertos por ellos. Si el problema de los precios sigue igual por un buen tiempo, la clase media va a tener que renunciar a ciertos subsidios que ahora recibe para generar ahorros que se puedan dirigir luego hacia los pobres.

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