Los precios del petróleo y los subsidios
por Manuel Hinds
Manuel Hinds ex Ministro de Finanzas de El Salvador y autor de Playing Monopoly with the Devil: Dollarization and Domestic Currencies in Developing Countries (Council on Foreign Relations, 2006).
La semana pasada vimos cómo los precios reales de la comida, aunque han subido muchísimo con respecto a hace uno o dos años atrás, no han alcanzado, ni con mucho, los niveles más altos de los últimos cincuenta años, que para esos productos se dieron alrededor de 1974. Los precios reales, es conveniente recordar, son los precios corrientes divididos por el nivel de precio general de la economía, de tal forma que se neutraliza el efecto de la inflación general en los precios.
Comparando el comportamiento de los precios reales de un promedio de 19 productos comestibles con los precios reales del petróleo y del oro vemos que la historia de los precios reales del petróleo y del oro, los dos productos primarios que se han apreciado más en los últimos años, ha sido muy diferente de la de los precios de la comida.
El precio real del petróleo en mayo de 2008 ha excedido ampliamente el récord que había alcanzado en diciembre de 1979. Ahora es 22 por ciento más alto que ese récord ya superado y está aumentando muy rápidamente. Por su parte, el oro ha seguido con un retraso de unos meses la trayectoria de los precios del petróleo, de forma que aunque todavía no alcanza los niveles récord que alcanzó en enero de 1980, es muy probable que los alcance en unos dos o tres meses si las tendencias siguen iguales.
Los precios de la comida, en cambio, apenas llegan alrededor de 44 por ciento del nivel récord que alcanzaron en 1974 y se están incrementando a una tasa mucho más baja que las que mueven al oro y al petróleo. Esto demuestra que, aunque debe prestarse gran atención al problema del costo de los alimentos, es también crucial prestar atención a los problemas que el costo del petróleo está causando a los salvadoreños.
Como en el caso de la comida, el aumento de los precios del petróleo (y particularmente su impacto en el costo del transporte), está forzando a las personas a reducir su consumo de otras cosas para poder pagar el costo creciente del combustible. Para alguna gente lo que tienen que sacrificar es fácil de prescindir. Para otros es un consumo indispensable o una inversión también indispensable, como es el caso de las familias que tienen que dejar de mandar a sus hijos a la escuela. Como todo el mundo dice, en este momento el poder del Estado debe volcarse a proteger ese consumo e inversión indispensables. Dentro de los múltiples problemas que esto plantea, hay dos que merecen una discusión inmediata. El primero es reducir el precio de los tiquetes del transporte público a través de una reducción drástica del número de buses en circulación, una solución planteada por muchos expertos en la materia que no se ha llevado a cabo porque muchos políticos son dueños de buses. El otro problema es la necesidad de acumular recursos para luego trasladarlos en subsidios focalizados a los más necesitados.
La fuente más inmediata de recursos que tiene el gobierno es reducir los gastos en otras actividades menos importantes para redirigirlos hacia estos subsidios focalizados. Estos gastos, por supuesto, no deben de reducirse en rubros indispensables como educación, salud o seguridad. Los filones más grandes que hay que reducir son los gastos de propaganda y los subsidios que se dirigen no a los más pobres sino a los consumidores en general, que incluyen los subsidios al gas, la electricidad y otros que van a gente que no necesita los subsidios. Estos subsidios son tan grandes que recientemente Fusades y el PNUD advirtieron que no son sostenibles. Será necesario, entonces, reducirlos por dos razones: para ahorrar en el gasto y para redirigirlos a donde se necesitan más urgentemente.
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