por Alberto Benegas Lynch
Alberto Benegas Lynch es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
En Argentina ha habido una revuelta mayúscula que se inició como consecuencia de el notable incremento a las llamadas “retenciones” a productos del agro como si se tratara de algo que se retiene transitoriamente y luego se devuelve a los titulares. Pero no, se trata de exacciones que se agregan a la ya muy marcada voracidad fiscal para poder financiar el astronómico aumento en el gasto estatal que, en términos reales, ya lleva un cincuenta por ciento respecto de igual período del año pasado (que ya era suculento).
Tomando en cuenta casi todo (no todo porque no se contemplan los pesados costos para atender las inquisidoras burocracias y llenar los engorrosos e insolentes formularios impositivos), el aparato estatal argentino hoy se queda con el sesenta por ciento del producto bruto interno. Es decir, los que viven en la Argentina deben trabajar para el gobierno desde enero hasta agosto al efecto de mantener a personas y estructuras políticas que, como salta a la vista de cualquier observador superficial, ni siquiera sirven para cumplir con las misiones específicas de ofrecer justicia y seguridad.
Esta rebelión fiscal comenzó con el tema del agro pero luego se extendió a las áreas mas diversas mostrando un hartazgo generalizado a la soberbia, a la prepotencia, al espíritu confrontacional y a la intromisión estatal en todos los recovecos de la vida de las personas. Las trifulcas se calman de a ratos pero vuelven a tomar vuelo a las primeras de cambio. Es difícil pronosticar como terminará esto, pero en todo caso puntualizamos que las revueltas y sublevaciones mas sonadas han sido por temas tributarios, comenzando por la escaramuza de los impuestos al té en el período de la revolución estadounidense.
En realidad, los motivos de aquellas rebeliones contra el poder político eran juego de niños si comparan las razones que hoy día asisten a los ciudadanos de diversos lares ya que el manotazo fiscal es muy superior a lo que era entonces. En verdad, no parece haber motivo plausible para que las personas se dejen saquear por el estado del modo confiscatorio, desaprensivo y arrogante que lo hacen en nuestros días. Este es el contexto en el que Thomas Jefferson escribía en su correspondencia dirigida a James Madison el 30 de enero de 1787 en cuanto a que, para mantener al gobierno en brete, “una rebelión de vez en cuando es buena y necesaria en el mundo político, tal como son las tormentas en el mundo físico”.
Charles Adams en su historia sobre las sublevaciones por motivos fiscales subraya la importancia de que los contribuyentes revelen un sentido de autorespeto y dignidad y no se dejen atropellar por el monopolio de la fuerza. En este sentido puntualiza que “Resultó obvio para los estadounidenses que los impuestos con representación pueden ser tan malos como los gravámenes sin representación”. Hoy día existen infinidad de trabajos que exploran otras avenidas que no son las convencionales en materia de filosofía política. Cualquier liberal sabe que en esta y en otras materias no está todo dicho. Debemos despejar telarañas mentales y estar atentos a otras propuestas que permitan fortalecer las autonomías individuales y el respeto recíproco.
Pero, mientras, debemos estar alertas para que el Leviatán no se convierta en un monstruo incontrolable en su infinita voracidad y apetito destructor de la energía creativa. El célebre Bastiat ha señalado en el siglo XIX que debemos estar atentos a la “expoliación legal”. En el caso argentino, aparentemente los días que corren ponen de manifiesto un punto de inflexión en el que asoma un cansancio y un enorme desgaste y frustración de quienes contribuyen con su esfuerzo a la producción y no parecen estar dispuestos a entregarse maniatados al poder político de turno. Con razón Woody Allen ha escrito que “Los políticos son incompetentes o corruptos. Y, a veces, las dos cosas en el mismo día”.
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