25 julio, 2008

Colombia: El clientelismo, la economía, el bienestar

Por Rudolf Hommes
El Tiempo, Bogotá

Lamentablemente, las reformas que se proponen hacen caso omiso del clientelismo, que es un factor dominante en la organización política de Colombia. Como no tratan de corregir ese fenómeno, es muy probable que fracasen en lo que se proponen, como ha sucedido con las reformas políticas anteriores, y que no contribuyan a fortalecer la democracia o a los partidos políticos, sino más bien a debilitarlos.

Durante años, los economistas colombianos trabajaron con el supuesto de que el clientelismo es en cierta forma un mal necesario y que permitía mantener un alto grado de estabilidad macroeconómica (y, por supuesto, de estabilidad política), en contraste con el populismo, que es el mecanismo alternativo que utilizan las élites de otros países del continente para atraer electores y mantener el poder.

Pero, recientemente, han aparecido interesantes análisis que ponen en duda estas ideas y señalan que, aunque es cierto que el clientelismo es "eficiente" en el sentido de permitir un manejo macroeconómico más prudente, también afecta negativamente el crecimiento y contribuye a concentrar más la riqueza y a afianzar el poder de las élites dominantes, cerrándoles el paso a alternativas políticas y excluyendo a los grupos sociales que no pertenecen al sistema.

La conclusión de esos estudios, los viejos y los nuevos, es que el populismo y el clientelismo son mecanismos costosos y socialmente ineficientes (¿indeseables?) para atraer el apoyo popular y mantener a las élites en el poder y que ambos terminan inhibiendo oportunidades de crecimiento y progreso social.
Aparentemente, el populismo es más efectivo para promover competencia entre los partidos y no es tan excluyente como el clientelismo, pero este último es más efectivo para preservar la estabilidad macroeconómica (y para inhibir la competencia política), siendo ambos factores que parecen afectar negativa y significativamente el crecimiento económico y la equidad porque explotan las carencias de los grupos más débiles de la sociedad.
Si no hubiera pobres, el populismo sería innecesario y el clientelismo muy reducido, y ambos sistemas contribuyen a preservar la pobreza.

En Colombia, se ha agudizado la competencia política y se han debilitado los partidos tradicionales. La descentralización parece haberlos afectado seriamente y el triunfo de Uribe los ha debilitado aún más por su capacidad de acudir directamente al electorado sin la intermediación de los partidos y por la habilidad demostrada para construir una mayoría gobiernista parlamentaria basada casi exclusivamente en clientelismo.

Al mismo tiempo, se ha recrudecido el clientelismo a nivel regional, donde el desafío a los partidos tradicionales ha sido facilitado por los esquemas de financiación de departamentos y municipios con rentas que provienen automáticamente de la Nación.

A nivel local, los partidos actuaban tradicionalmente como un factor moderador de apetitos y de ambiciones y permitían conservar la corrupción "en sus justas proporciones". Debilitados los partidos, la competencia es entre empresarios políticos voraces, que han formado alianzas con paramilitares, guerrilla o mafia, según el caso, y cuyo poder se basa casi exclusivamente en su capacidad de extraer recursos del Estado para canalizarlos a su clientela política ("politiquería") y a sus bolsillos ("corrupción").
Estas tendencias debilitan la democracia y son nocivas para el crecimiento económico y para el progreso social. Minan la capacidad del Estado para proveer servicios o aliviar las condiciones de vida de los pobres, y afectan su efectividad en la provisión de bienes públicos, como carreteras y otros tipos de infraestructura, justicia y progreso social.

La gran tarea política que Colombia tiene es cómo desmontar el clientelismo sin caer en populismo. Esto requiere un cambio radical de la cultura política nacional y la conciencia de que ambos son nocivos para la sociedad.

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