17 julio, 2008

La reelección de Uribe

Por Jose Luis Mendez
El Universal

La liberación de un grupo de rehenes entre los que sobresale la figura de Ingrid Betancourt, por parte del Gobierno colombiano, a través de una operación militar digna de Hollywood, ha paralizado momentáneamente la crisis política que se avecinaba por el espinoso asunto de la reelección de Uribe. El Presidente colombiano, el único en los últimos cien años en ser elegido dos veces consecutivas, después de una reforma en el año 2004 a la constitución del 1991, se apresta a intentar una nueva reelección para el 2010. Tendrá, no obstante su altísima popularidad, que proponer una nueva reforma al texto constitucional y enfrentar las insinuaciones de soborno e ilegalidad que empañan el origen de su mandato actual. Sin embargo, la puesta en escena de Ingrid Betancourt parece presagiarle buenos augurios.

El caso de Uribe nos recuerda al de otro presidente suramericano, hace ya unos 12 años atrás. Nos referimos a Alberto Fujimori quien en el año 1997 rescató en la sede de la embajada de Japón, por medio de una acción armada, a unas 70 personas de manos del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, que las mantenían secuestradas desde hacía varios meses. El propio Fujimori comandó la operación, que fue televisada internacionalmente, y elevó su imagen de gobernante duro y eficiente, hasta las nubes. El Presidente peruano había ganado ya prestigio durante su primer gobierno, al hacer prisionero al líder del movimiento insurgente Sendero Luminoso el cual quedó prácticamente diluido. Fujimori fue reelecto en 1995 para una segunda presidencia a través de la nueva constitución de 1993, promulgada durante su primer mandato y que sólo le autorizaba a gobernar por 5 años. No obstante la merma de su popularidad, forzó la constitución peruana para un tercer gobierno, a través de una ley que "reinterpretaba la constitución". Aunque fue reconocido como Presidente, con un 51% de la votación, pues aún tenía todos los poderes e instituciones bajo su control, las acusaciones de fraude por parte de su opositor Alejandro Toledo, que tuvieron eco en la opinión pública internacional, dieron al traste con su presidencia teniendo que renunciar meses después. El resto es historia en tiempo presente.

Cuando los padres de la constitución de los EEUU de Norteamérica, autores del sistema de gobierno presidencial, se plantearon el problema de cuánto debía durar el mandato, decidieron que 4 años era un tiempo ideal, no muy corto, no muy largo, y premiaron el buen quehacer del Presidente en funciones, con una reelección única de otros 4 años. En la América Latina el presidencialismo le vino como anillo al dedo a los jóvenes países recién independizados y a los caudillos y dirigentes políticos, en su mayoría militares, que los lideraban, o alimentaban la ambición de hacerlo. Es por esa razón, que el presidencialismo y la autocracia siempre han ido de la mano en estas latitudes, y la intención de perpetuarse en el poder, ha sido una constante con efectos nefastos.

En tal sentido, es mucho lo que habría que agradecerle al constituyente de 1961 por no haber aprobado la reelección inmediata dentro de su texto, y establecer un único mandato de 5 años. Sin embargo, por motivos que son fáciles de entender el constituyente del año 99 no sólo la incluyó, sino que además amplió el período presidencial a 6 años. Es decir, que dos presidencias de nuestra actual constitución equivalen, en tiempo, a tres de 4 años en los EEUU.

Pero a Chávez, dos gobiernos seguidos que suman 12 años, más otro de dos, entre febrero de 1999 y diciembre del 2000, no le parecen suficientes. De ahí su última propuesta de cambio constitucional, rechazada por el pueblo en diciembre pasado.

A este punto, algo importante que destacar, a diferencia de otros gobernantes con vocación dictatorial, Chávez, que sí aprendió de la experiencia peruana, no esperó al final de su mandato para atornillarse en el poder, por medio de los mecanismos reformistas de la constitución, el apoderamiento de las instituciones políticas, etc. Entre otras razones, porque la constitución de 1961 como ya se dijo, no contemplaba la reelección inmediata, lo cual no dejaba de ser un formidable obstáculo a vencer, y la reforma de dicho texto constitucional, rígido en su procedimiento, para adaptarlo a sus objetivos personalistas, podía requerir de mucho tiempo y esfuerzo, ambas, condiciones que podían resultar insalvables a largo plazo. Por el contrario, Chávez hizo su revolución desde el comienzo de su primer período de gobierno, en sus primeros meses, cuando su poder político estaba intacto, con el fin de asegurarse la continuidad y permanencia en el poder. De ahí pues, la idea de la constituyente, la nueva constitución con los cambios que ya conocemos, etc.

Esperemos que el pueblo colombiano tenga la sabiduría, si no la malicia, que tuvo el electorado venezolano, y no se deje llevar solamente, como lo hizo el peruano, por las ejecutorias y magnificas actuaciones de su presidente. El ejercicio del poder por largo tiempo corrompe. Quizás por ello, es que Lucio Quincio Cincinato, aquel austero patricio romano, que había sido nombrado dictador por el Senado para salvar a Roma de quienes la acechaban, una vez cumplida su misión entregó su cargo, en vez de mantenerlo por los seis meses, o aun más allá, a que le daba derecho su nombramiento y, sobre todo, el aprovechamiento de la situación de emergencia que vivía la República.

Esperemos que Uribe, sin ser Cincinato, entregue el poder al terminar su mandato actual y pase a la historia como lo que ha sido hasta ahora, un gran presidente para los colombianos.

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