12 agosto, 2008

Comienzan las Olimpiadas de la hipocresía

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Luis Miguez Macho:Sorprendentemente, el régimen chino ha conseguido el silencio complaciente de la izquierda y la derecha pese a sus abusos antidemocráticos. Pero a veces no se puede mirar hacia otro lado.


No se puede dudar de que los Juegos Olímpicos que hoy comienzan serán un espectáculo grandioso, tanto desde el punto de vista deportivo como en cuanto a las instalaciones y la escenografía. La República Popular China es una de las grandes potencias de la Tierra y, desde su conversión al capitalismo (¡sin abandonar el comunismo!), cuenta con un impresionante empuje económico que se ha volcado para hacer inolvidables estas Olimpíadas de 2008.

Nuestros atletas, después del reciente éxito obtenido en la Eurocopa de fútbol por la selección de este deporte, están especialmente motivados para mejorar los resultados no especialmente destacados que suelen obtener en las Olimpiadas, si se exceptúan las de Barcelona de 1992, en las que el actuar en casa (y el programa de ayuda al deporte olímpico del Gobierno) contribuyó a obtener mayores éxitos.

Pero nadie con un mínimo interés por lo que sucede en el mundo puede permanecer indiferente a las contradicciones que encierra la cita olímpica de este año. No hace mucho, desde estas mismas páginas se recordaban las profundas paradojas que presenta la China continental y la no menos discutible postura occidental frente al régimen político que la gobierna.

El régimen chino ha logrado la difícil pirueta de ganarse el silencio complaciente de izquierda y de derecha, a pesar de no cumplir ni de lejos los requerimientos que en materia de respeto de los derechos humanos y de funcionamiento democrático que se utilizan en Occidente como vara de medir universal para cualquier sistema político. Desde esta perspectiva, lo menos que cabría esperar es que los medios de comunicación se cebasen en él por lo que para nosotros resulta una forma de proceder de una crueldad inaceptable.

Ni siquiera una causa tan popular gracias al cine como la del Tíbet ha podido conmover la intangibilidad del régimen chino. Nuestra Audiencia Nacional, sacando a relucir de nuevo la ridícula doctrina de la jurisdicción universal que se ha autoatribuido, pretende encausar a dirigentes chinos por la represión de las últimas protestas tibetanas, pero en el contexto en el que se mueve todo lo relativo a China sólo cabe augurar el fracaso de semejante dislate.

El problema moral que plantea el régimen chino no se resuelve con imposibles encausamientos penales. Si de lo que se trata es de lavar la mala conciencia que produce la doble vara de medir que se le aplica, lo que habría que hacer es romper esa vara hipócrita y utilizar una igual para todos los casos.

Dicho más claramente: no puede ser que a regímenes tiránicos como el cubano o el chino (no hablo de Corea del Norte, porque de ella nadie se acuerda), sea por motivos ideológicos, sea por los buenos negocios que se hace con ellos, se les pase por alto lo que a otros se les reprocha. Por ejemplo, no puede ser que se guarde silencio ante las miles de personas que se ejecutan todos los años en China sin garantías y se proteste por la aplicación de la pena de muerte en un país democrático como los Estados Unidos.

A mí estos Juegos Olímpicos no me producen gran alegría. Me recuerdan demasiado las miserias de la corrección política cada vez más asfixiante en que vivimos inmersos los occidentales y que tiene el aroma inconfundible de la decadencia.

Publicado en el Semanal digital

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