Cubanos sufren el abandono del gobierno tras paso de huracanes
Alfredo Pérez no piensa separarse de su martillo esta noche.
Sin un techo que lo proteja, como muchos en esta villa junto al mar, el martillo es la única protección que tiene para evitar que le roben pedazos de ladrillos, clavos oxidados y viejas vigas de madera que usa para reconstruir su vivienda "poquito a poquito''.
Es difícil encontrar suministros e incluso los clavos oxidados son un bien preciado en todas las provincias del oriente cubano, entre las más afectadas por el huracán Ike, que golpeó la zona con Categoría 4 o 5.
"Esto nos atrasa un siglo'', dijo Pérez de la devastación de Ike en Cuba, que todavía depende mucho de los coches de caballos para el transporte masivo.
Lo que los fuertes vientos de Ike no arrebataron a la familia Pérez, quedó a merced del mar. La vivienda, como muchas otras en Guardalavaca, está a pocos pasos del mar color azul turquesa.
"¿Usted sabe lo que hace una bomba atómica?", preguntó José Armando León, de 72 años, parado en un campo abierto donde antes se levantaba su casa en la zona rural de Banes. "Eso fue lo que sucedió aquí. Es como si hubieran lanzado una bomba y lo hubiera destruido todo''.
La ferocidad de la destrucción de Ike en la isla ya no es noticia para los vecinos que han vivido las consecuencias durante los últimos días. Comprenden la magnitud del huracán, el hecho de que más de 444,000 viviendas quedaron dañadas en todo el país, 932 de ellas en la provincia de Holguín. Saben que la tormenta causó ocho muertos y que miles de hectáreas de plátano y caña de azúcar quedaron devastadas.
Pueden enfrentar el no tener techo y agradecen que pueden encontrar albergue en casa de vecinos, familiares y en las escuelas. El hambre no es un gran problema porque los vecinos comparten los alimentos y cocinan grandes cantidades de arroz y plátanos en las escuelas. Lo que quieren saber los vecinos es cuándo comienza la reconstrucción. Les preguntan a familiares y a gente que llega de zonas urbanas.
La falta de servicio telefónico alimenta los rumores cuando los vecinos que van de un poblado a otro cuentan lo que han escuchado.
Algunos dicen que los líderes locales les han informado que el gobierno venezolano está contando las viviendas sin techo y que despachará suministros y trabajadores.
Otros se aferran esperanzados a rumores de que a algunas iglesias en otros países les permitirán llevar una cantidad masiva de donaciones a las zonas remotas.
Pero mientras esperan por noticias de los suministros, la mayoría de las familias ha comenzado a arreglar sus casas, a despejar carreteras y a levantar postes del tendido eléctrico, aunque no son constructores ni electricistas.
"Estamos ayudando hasta que el gobierno pueda venir, es nuestro deber'', dice Hugo Alberto Betancourt, de 80 años, mientras con otros tres trataban de levantar un poste de hormigón en una zona rural de Banes.
Afuera del cercano pueblo playero de Gibara, a sólo 30 minutos de camino al oeste de Banes, José Ricardo, de 32 años, lavaba un carromato en un arroyo que cubría lo que normalmente es la carretera que sale del pueblo.
Cuando las aguas bajen un poco, él y otros vecinos limpiarán las alcantarillas que evitan que la carretera se inunde, de todos los escombros que dejó Ike. Dijo que los vecinos no tienen problemas en arreglar ellos mismos el camino en ausencia de la ayuda del gobierno.
"Lo hacemos por el bien de todos'', afirmó. "¿Sabe usted lo que es quitarse los zapatos y arremangarse los pantalones para caminar en el agua todos los días?"
Alfredo Pérez tampoco pierde tiempo en decidir qué pedazos de madera son lo suficientemente largos para usarlos en el techo. Su esposa Irene, de 60 años, caminó todo el vecindario tratando de encontrar cucharas, tazas y ropas que el mar empujó tres cuadras más arriba de su casa.
Irene se lamenta de haber perdido esas cosas esenciales y las fotos de la familia que tenía en las paredes de su casa. La familia fue evacuada a la ciudad de Banes, donde edificios de hormigón resistieron mejor la tormenta. Dice en voz baja que no ha hablado mucho desde Ike.
"Creo que si abro la boca se me escapará el alma por la boca'', dice mientras sus ojos azules se les anegan en lágrimas.
Cuando el sol comienza a ponerse Irene se dirige tierra adentro con otros vecinos para dormir en el apartamento de unos amigos a más de 30 minutos de camino. Los hombres de Guardalavaca se quedan a vigilar lo que quedó del pueblo, iluminado sólo por la luna y los faroles de los carros que pasan muy de vez en cuando.
Pérez no sabe cuándo le restablecerán la electricidad, pero desde su casa puede ver el hotel de lujo Las Brisas, iluminado con generadores. El gobierno cubano ha hecho énfasis en asegurar el servicio eléctrico a los hoteles y centros urbanos, para que los turistas puedan gozar de aire acondicionado y agua caliente.
El periódico oficial Ahora, que cubre Holguín, anuncia que el esfuerzo se concentra en reparar las instalaciones turísticas.
"El daño a los hoteles se puede solucionar'', comentó Fernando Pérez, un representante hotelero, a Ahora. "Tenemos los recursos necesarios para volver a la normalidad en poco tiempo y prepararnos para la próxima temporada turística''.
Calle abajo desde la casa de los Pérez, Villa Bahía, un restaurante de mariscos y popular bar para turistas, está cerrado. Empleados del gobierno viajaron desde la provincia Granma para ayudar en la recuperación, dedicándose a recoger cualquier pedazo de ladrillo para reconstruir una pared.
"Si arreglamos esto ahora es bueno para los turistas, y si es bueno para los turistas, es bueno para nosotros'', aseguró un trabajador de la construcción llamado Rufino mientras laboraba.
Pérez pronostica que en un mes ya tendrá el techo reparado, pero que las demás cosas básicas de la casa --el colchón, los platos y las tazas-- no sabe cuándo podrá reemplazarlas.
Mira hacia el mar ahora tranquilo y pronuncia la frase lapidaria. "La vida no es fácil''.
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