Fabrizio Mejía Madrid Especial para BBC Mundo |
Dentro del edificio de la Secretaría de la Defensa Nacional en Ciudad de México existe un museo que no está abierto al público. En él se muestran las joyas, armas, vestimenta, relicarios que les han sido incautados a los narcotraficantes desde 1985.
Las imágenes de los narcos se fueron filtrando en la cultura popular mexicana. |
Un rifle AK-47 con una palmera de oro en la cacha, que pertenecía a Héctor "El Güero" Palma; o una camiseta con doble blindaje en el lado del corazón que fue de Osiel Cárdenas, líder del cartel del Golfo de México.
Pero, además de armas, hay sombreros, botas y cinturones de vaquero, altares a la Virgen de Guadalupe y a Jesús Malverde, un santo originario de Sinaloa, donde comenzaron, en los años 50 -con las guerras de Estados Unidos en Corea y Vietnam-, las plantaciones de amapola y marihuana, y el tráfico masivo hacia Estados Unidos.
El culto a Malverde establece lo que para el narcotráfico es su justificación moral: la ley y la justicia no son la misma cosa.
El mito de Malverde cuenta que era un ladrón del siglo XIX, que se vestía con hojas de plátano para pasar desapercibido (de ahí su nombre, el "mal-verde"), hasta que es apresado por la policía porque su compadre lo delata. Lo ahorcan y el cura no quiere sepultarlo. Así que la gente lo entierra en el camino y le pone una piedra encima.
El culto a Malverde establece lo que para el narcotráfico es su justificación moral: la ley y la justicia no son la misma cosa |
Ahora, con una capilla y un culto no reconocido por la Iglesia Católica, a Malverde se le piden favores para que resuelva una injusticia llevándole algo -lo que sea, pero que sea robado.
Esa santidad de lo ilegal fue adoptada por los narcotraficantes mexicanos que se tatúan la imagen de un hombre de bigotes, le levantan altares y financian capillas.
Asociaron lo "verde" del "mal" con la hoja de la marihuana. A tal grado quedó asociado un culto prohibido con el tráfico de drogas que la DEA estadounidense, en los años 90, interrogaba a cualquiera que tuviera un tatuaje del santo.
Pero ahora, en el museo, toda esa imaginería del narco poderoso, nacido en tierras indómitas, y armado porque es valiente, ha quedado atrás.
Las imágenes se fueron filtrando a la cultura popular mexicana, al cine, y a las canciones, pero los narcotraficantes ya no siempre usan esos símbolos. Algunos incluso los evitan.
La segunda generación narco es de universitarios con grados en administración de empresas, que no ostentan su dinero y contratan químicos para que les fabriquen drogas de diseño.
El narco canta y actúa
El mercado de canciones y cine sobre narcotraficantes está prohibido en estaciones de radio y salas de exhibición. Como el tráfico mismo, vive de un mercado paralelo: los discos piratas y el cine que se hace sólo en DVD.
En el caso del cine, existe ya desde 1976 cuando Antonio Martínez filma "Contrabando y traición" y "Mataron a Camelia La Texana", basadas en dos canciones, llamadas narcocorridos, escritas por Los Tigres del Norte, que son -por así decirlo- Los Beatles del género.
La segunda generación narco es de universitarios con grados en administración de empresas, que no ostentan su dinero y contratan químicos para que les fabriquen drogas de diseño |
Las películas de narcos cuentan siempre la misma historia: una familia honesta atraviesa problemas financieros -una mala inversión, una plaga en la cosecha de maíz-, y acaba ayudando a traficar drogas.
Las películas de bajo presupuesto aprovechaban los plantíos verdaderos de marihuana y amapola como locaciones, y a las novias de los traficantes, curvilíneas con minifaldas, como actrices.
Los narcocorridos son parte de una cultura prohibida, la de las drogas, que necesita justificarse moralmente. En sus versos se da cuenta de cuáles son los motivos y razones: que era muy pobre y ahora tengo de todo y sin límite y, aunque me maten, valió la pena vivir en lo ilegal.
Son canciones de aquéllos a quienes el narcotráfico les significó una metamorfosis. No sólo de posesiones (ellos jamás presumen de ser ricos, sino que hacen listas de sus posesiones: casas, coches, armas, dinero en efectivo, mujeres y alcohol), sino en términos de poder.
Eran pobres don nadies, y ahora tienen poder... mientras dure. Toman el discurso del poder imperante: la libertad de mercado y la legitimidad de hacer dinero.
De hecho, algunas canciones como "La cruz de amapola", se refieren a los capos como gerentes y a los dealers como distribuidores. Como la economía de mercado, los narcos se plantean como inobjetables:
Los narcocorridos son parte de una cultura prohibida, la de las drogas, que necesita justificarse moralmente |
Esto no es nada nuevo, señores,
Ni tampoco se va a acabar;
Esto es cosa de toda la vida,
Es la mafia de origen global.
El mensaje es críptico. Si no sabes de drogas, no entiendes, porque parodia a las canciones rancheras mexicanas escritas por campesinos de maíz, no por sembradores de amapola:
Vivo de tres animales que quiero como a mi vida;
Con ellos gano dinero y ni les compro comida.
Son animales muy finos: mi perico, mi gallo, y mi chiva.
El perico es la cocaína, el gallo es la marihuana y la chiva es un rifle de asalto AK-47, llamados "cuernos de chivo" por la forma del cargador. Esta canción pasó a la radio sin que los programadores supieran de su verdadero contenido.
El narcotraficante ideal que plantean los narcocorridos, y la narcocultura en general, es alguien que justifica todo por un culto individual a la autonomía personal.
No se deja dar órdenes, no se rinde, sabe que se vive una vez y no quiere ser pobre.
Tampoco quiere ir a Estados Unidos de ilegal, porque significaría una pérdida de poder: prefiere "exportarle" drogas en su "sucursal".
Durmiendo con el enemigo
La narcocultura mexicana es, al mismo tiempo, popular y prohibida. Está por todos lados: canciones, camisetas, cine, tatuajes.
Para algunos, la moda de comprar camionetas Hummer intenta imitar el modo de vida de los narcos. |
Que la clase media escuche narcocorridos o vea cine de ese género ayuda, también, a una cierta identidad en un país donde la gente es más empática si ve el mismo programa de televisión que si vive en la misma ciudad.
Y es una cultura que se plantea a sí misma como funcional a la economía global: es un mercado de exportaciones que, si no existiera, haría a mucha gente infeliz.
Cuenta con medios de comunicación, música y cine, y una estética que, si bien ya no es usada por los capos superiores, sigue reclutando a las nuevas generaciones como identidad: botas, cinturón, camisas con pedrería incrustada, y un iPhone.
El narco dice lo mismo que el mercado global en un país como México donde las oportunidades nunca son, ni remotamente, las mismas para todos: todo, aquí y ahora.
Así me lo explicó hace algunos años un recién reclutado joven de 14 años en Culiacán, Sinaloa, donde todo empezó: "Ya me dieron un apodo".
Para él era el principio de una carrera gerencial vertiginosa - tanto, que quizás acabaría muy pronto a fuerza de balas. Y, acaso, su revólver de oro, terminará expuesto en un museo.
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