La ciudad de Santa Cruz de la Sierra es el epicentro del autonomismo
BOLIVIA
Santa Cruz de la Sierra, epicentro del movimiento autonomista y opositor al Gobierno de Evo Morales, es un símbolo de la complejidad de un país escindido entre dos modelos casi irreconciliables de entender la política, el país y la vida.
La ciudad, de casi millón y medio de habitantes, es capital del departamento más próspero de toda Bolivia, ocupa un tercio de la superficie del país y alberga 2.6 millones de habitantes, un 27 por ciento del total del país.
Aunque pasa por ser el epicentro de la Bolivia tropical y colonial, donde los apellidos de rancio abolengo castellano o vasco son todavía los de las grandes familias que dominan la economía y la política local, basta con abandonar el centro urbano de calles porticadas y chalés para ingresar en otra realidad.
Un tercio de cruceños vive alojado en una enorme barriada humilde conocida como ''Plan 3,000'', habitada mayormente por indígenas llegados del occidente andino en oleadas en los últimos treinta años.
Como es de mal gusto llamarse ''blanco'' frente a ''indio'', los locales utilizan los términos de ''cambas'' y ''collas'' para enmascarar un racismo del que se acusan mutuamente.
En la tarde del domingo, la buena sociedad cruceña se da cita en la Plaza de Armas, centro de la ciudad, para oír misa como Dios manda en la Basílica, que se llena a rebosar hasta el punto de que es necesario sacar sillas de plástico para los cientos de personas que la oyen desde la calle.
Jovencitos ''cambas'' se pavonean poco antes de la misa mayor con palos, cadenas y máscaras a la vista de todo el público, convocados por la Unión Juvenil Cruceña, fuerza de choque del movimiento autonomista más radical, hasta el punto de que varios de ellos dicen no ser bolivianos, sino simplemente cruceños.
''Ellos no nos quieren, y nosotros no los queremos'', sentencia Angelo Céspedes, vicepresidente de la unión, antes de asistir a una estruendosa quema de cohetes por parte de sus chicos en plena plaza, unos cohetes de gran calibre que aquí a nadie parecen incomodar.
''En este país hasta los militares y los policías están con el MAS'' [el partido del presidente Evo Morales], dice Angelo, pero asegura que la UJC y los ''comités cívicos'' cuentan con 20,000 afiliados y no temen a nadie.
''El problema es que los unionistas se creen los dueños de Santa Cruz'', opina por su parte Mariela Mendoza, una joven que regenta una zapatería en el corazón del Plan 3,000.
Mariela considera que el problema está en que sus vecinos de los barrios ricos se niegan a aceptar a Evo Morales: ``Llega al poder una persona sin educación ni cultura, pero con enorme carisma, que además lo hace bien, y el cruceño, que es trabajador, estudia y se prepara, no acepta que un don nadie le gobierne''.
La retórica indigenista, populista y socialista de Evo Morales tiene muchos partidarios en el Plan 3,000, pero en la Santa Cruz de toda la vida provoca sarpullidos.
La elite de una ciudad que se hizo próspera a sí misma, que ha sabido crear riqueza de la agricultura, la ganadería, la industria y el comercio, antes de la llegada de los hidrocarburos, no acepta de buen grado a un ''un presidente que nos quiere imponer un modelo cubano'', como dice un ingeniero que se identifica a sí mismo como Fernando Gutiérrez.
Solo los jóvenes cruceños ''cambas'' se atreven a expresar en voz alta sus deseos de independencia, mientras que sus mayores piden solo una mayor autonomía y acusan a todos los medios de comunicación de demonizarlos y prestar oídos solo a Evo Morales.
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