La sucesión de calamidades que empujó a AIG al borde del abismo
Entre la bancarrota y una oferta onerosa eligió el mal menor. Hasta el fin de semana, el gobierno no tenía una idea clara del problema
Por Monica Langley, Deborah Solomon y Matthew Karnitschnig
El martes por la noche, la junta de American International Group Inc. (AIG) sopesó durante tres horas la oferta del gobierno: un préstamo de US$85.000 millones a cambio de ceder el control de la aseguradora global.
Los directores se quedaron asombrados por la propuesta "onerosa", como la calificó uno de ellos. Los sorprendió la orden de reemplazar al presidente ejecutivo, Robert Willumstad, y se molestaron ante lo que consideraban una excesiva mano dura por parte de Washington. Un director reconoció sentirse "ultrajado".
"El papel de un gobierno no es comprar una gran compañía del sector privado", dijo Martin Feldstein, un director de AIG y ex asesor económico de Ronald Reagan. Mientras la junta estudiaba la posibilidad de acogerse a la bancarrota (una decisión que podría haber causado el caos en los mercados financieros de todo el mundo), Willumstad dejó muy claro el dilema. "Estamos ante dos malas opciones", le dijo a la junta, según uno de los presentes. "(Podemos) declararnos en bancarrota mañana por la mañana o aceptar la propuesta de la Fed esta noche". A las 19:50, Willumstad hizo una llamada telefónica y aceptó la oferta.
Tal como ilustra la caída de AIG, las firmas débiles son las más vulnerables y su fin podría estar cerca. Antes del viernes, esta transferencia de propiedad ni siquiera era una alternativa en consideración. El sábado, el Secretario del Tesoro Henry Paulson les dijo a los banqueros que consideraban concederle un préstamo a AIG que el gobierno "no tiene una idea clara de la dimensión del problema".
El martes, ante la falta de propuestas del sector privado, las autoridades decidieron que los riesgos de dejar que AIG se declarara en quiebra eran demasiado grandes para que los frágiles mercados financieros pudieran absorberlos.
AIG es un gigantesco conglomerado asegurador con presencia en 130 países y una historia que se remonta a 1919. Construida a lo largo de cuatro décadas por el ex presidente ejecutivo Maurice R. "Hank" Greenberg, AIG no se parece a ninguna otra compañía. Vende seguros de renta anual a profesores de West Virginia, seguros de responsabilidad a terceros a las mayores empresas estadounidenses, seguros para trabajadores a restaurantes y pólizas que cubren a vacas en la polvorienta Jhalawar, en India.
Dependiendo de la óptica con que se mire, AIG goza de buena salud. El origen del problema es una filial que vendió un complejo derivado, un seguro contra cesaciones de pagos (CDS, por sus siglas en inglés), diseñado para proteger a los inversionistas contra los impagos en una amplia variedad de activos, incluyendo las hipotecas de alto riesgo. Las pérdidas de la división ascendieron a los US$18.000 millones y obligaron a AIG a inyectar muchos más millones como colateral, lo cual amenazó sus recursos financieros. La rebaja de su calificación de crédito y la insoportable presión sobre su acción exacerbó su posición ya debilitada.
Willumstad asumió la presidencia ejecutiva el pasado 15 de junio. El ejecutivo, que siempre había soñado con dirigir una gran compañía desde que fue pasado por alto para el máximo puesto en Citigroup, le aseguró a la junta que contaría con "un plan de juego para el 25 de septiembre".
Sin embargo, las circunstancias dictaron otro curso. A principios de septiembre, Willumstad decidió que AIG tenía que recaudar capital con rapidez después de anunciar miles de millones de dólares en pasivos ligados a la crisis de las hipotecas subprime. "Los agujeros que tenemos que tapar son tan grandes que necesitamos levantar capital", le dijo Willumstad a Jamie Dimon, presidente ejecutivo de J.P. Morgan Chase.
Después de un fin de semana de reuniones y muchas llamadas telefónicas, el lunes Willumstad informó a Eric Dinallo, superintendente de seguros del estado de Nueva York, que AIG necesitaría hasta US$70.000 millones para evitar su hundimiento. Sin embargo, después del lúgubre desempeño de los mercados el lunes, representantes de J.P. Morgan, Goldman Sachs y Morgan Stanley llegaron a la conclusión de que para tapar la brecha de liquidez, AIG necesitaría como mínimo US$80.000 millones.
Cuando Paulson apareció en la Casa Blanca para responder preguntas sobre el colapso de Lehman, dijo que en principio no volvería a intervenir a no ser que fuera importante para mantener el orden del sistema financiero.
En cuanto a AIG, Paulson dijo que el gobierno no estaba diseñando ningún préstamo. Pero, a última hora de la tarde, estaba claro que ni Goldman ni J.P. Morgan iban a rescatar a AIG.
La decisión de que la Fed tendría que intervenir llegó a la 1:30 de la tarde del martes, pero necesitaba la aprobación de su junta. Después de más llamadas con Paulson y Bernanke, la decisión estaba cobrando forma con asombrosa rapidez.
A las 4 de la tarde, la propuesta fue entregada en mano a AIG. Era un documento de tres páginas. Willumstad convocó una asamblea general a las 5 de la tarde. La única condición que puso la Fed: Willumstad sería sustituido como presidente ejecutivo, tras sólo tres meses al frente de AIG.
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