Los muchos huracanes cubanos
Por Jorge A. Sanguinetty
Diario Las Americas
¡Pobre Cuba! Azotada por unos desastres naturales y otros políticos, todos devastadores, uno se pregunta cuándo esta racha maldita llegará a su fin. ¿Qué pueden hacer los cubanos para prevenir estas catástrofes y poder aspirar a vivir con menos zozobra? Estos ciclones recientes, Gustav y Ike, y los que puedan quedar en esta temporada han sumado su fuerza destructora a la del huracán del castrismo que viene azotando a la isla por casi cincuenta años y todavía no da muestras de amainar. Y por si todo esto fuera poco, ahora tenemos la discordia sobre cuál es la manera más eficiente, eficaz y deseable de ayudar a los damnificados, discordia que amenaza paralizar la ayuda que nuestros compatriotas necesitan desesperadamente.
En varias conversaciones telefónicas que he logrado con varios habitantes de las zonas afectadas, pude constatar la preocupación y hasta la angustia con que mis interlocutores describen lo que están sufriendo y la incertidumbre con que se les presenta el futuro inmediato. En algunos lugares no hay absolutamente nada que comprar en materia de alimentos, falta la electricidad, por ende no se puede cocinar ni hervir agua y todo en medio de reportes de grandes daños materiales, especialmente en cuanto a viviendas. Ya el ciclón castrista de estos cincuenta años ha logrado llevar a una mayoría de cubanos a vivir como indigentes y estos dos ciclones meteorológicos consiguen hundir al país en una pobreza aún más profunda y paralizante. Y sin embargo, fuera de Cuba, nosotros que ni estamos sufriendo los huracanes ni el castrismo en carne propia, no somos capaces de ponernos de acuerdo para definir y promover un programa de ayuda que logre aliviar aunque sea por poco tiempo, el sufrimiento de los cubanos. ¿Qué nos pasa a los cubanos que nos paralizamos mutuamente? ¿Por qué no podemos encontrar un paso entre las montañas de nuestras diferencias? ¿Por qué no podemos manejar nuestros desacuerdos para ayudar al prójimo más cercano? ¿Será que odiamos más de lo que amamos? ¿Dejaremos que la perfidia revolucionaria predomine sobre nuestra generosidad?
Si no podemos manejar nuestros conflictos civilizadamente, ¿cómo podremos manejar el futuro y construir una nueva república? El mundo y nuestros compatriotas nos contemplan y van a dudar que seamos capaces de ayudar a reconstruir el país en el post-castrismo. De hecho, ni siquiera van a creer que nos preocupa sinceramente el futuro y el bienestar del país donde nacimos. Yo no quiero creer que estamos frente a un caso perdido, que nuestros comportamientos, comenzando por la manera en que dialogamos y razonamos colectivamente, se han convertido en constantes inmutables. Prefiero creer y esforzarme por convencer a algunos que somos capaces de conductas más elevadas y constructivas, especialmente en momentos de profunda crisis como los que viven los cubanos en la isla. Gustav y Ike vienen a exacerbar la tragedia que comenzó en 1959, quizás antes, mucho antes, pero nos dan una oportunidad para responder adecuadamente solidarizándonos con nuestros compatriotas que sufren.
¿Qué podemos hacer para lograr un acuerdo rápidamente y no demorar aún más un programa de ayuda a los damnificados del castrismo y de los ciclones? Primero que nada, dialogar entre nosotros con la intención de encontrar pronto una solución que ayude a las víctimas minimizando los beneficios que pueda recibir la dictadura. Esto requiere un intercambio organizado e inteligente, donde los participantes dejen atrás toda suerte de protagonismo personal y miope, controlando además sus animadversiones mutuas y su criolla inclinación hacia ser gladiadores del verbo y la pose de tribuno, algo que debiéramos haber superado a los cincuenta años del teatro mussolinesco de Fidel Castro.
Son muchas las opciones existentes para formular e implementar un programa de ayuda a los cubanos en la isla, además de ser muchas las ventajas para nuestra causa en aras de la libertad y un futuro más prometedor para Cuba. Pero las opciones existentes son muchas, lo que hace que no se encuentre una solución óptima con facilidad. Para eso necesitamos unir nuestras cabezas, examinar los costos y beneficios de las opciones más prometedoras y decidir cuál es la mejor entre ellas. Pero ese ejercicio requiere llevarse a cabo con calma, por personas comprometidas en encontrar la mejor solución para los cubanos dentro de la restricción de beneficiar lo menos posible a la dictadura. Una vez encontrada una solución factible, que incluya la participación del mundo occidental representado por gobiernos democráticos, se puede llevar a cabo un plan de ayuda que ponga al gobierno cubano en una pose defensiva que le cueste rechazar.
Gustav y Ike han creado condiciones que ponen al gobierno cubano en una posición estratégica muy vulnerable. Esto a su vez representa una ventaja estratégica para nosotros, lo cual debiéramos saber explotar. La incapacidad oficial para ayudar a los cubanos en una crisis tan severa como ésta muestra la debilidad estructural creada por la desidia de Fidel Castro en el manejo de la economía nacional. En tales condiciones, el gobierno cubano no tiene muchas opciones frente a una propuesta inteligente de ayuda que sólo puede rechazar pagando un precio elevado en materia de la propaganda internacional que tanto ha cultivado. Por otro lado, si acepta el plan, los cubanos en la isla apreciarán la capacidad de sus compatriotas del exilio en movilizar los recursos que tanto necesitan. En ambos casos los cubanos ganan y la dictadura pierde.
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