Sudamérica frente al proceso secesionista en Bolivia
Por Julio Burdman
Infolatam
La Paz - La crisis boliviana, por estas horas, presenta el mayor desafío al mapa político de América del Sur y explicita las tensiones subyacentes en el proceso de integración regional. Tras la victoria de Morales en el referendo revocatorio del 10 de agosto, el gobierno boliviano "pisa el acelerador" de su programa social-revolucionario y obtiene como respuesta, de parte de la oposición concentrada en las regiones orientales, una serie de protestas violentas que tienen por objetivo presionar hacia una secesión. Este grave proceso, que plantea algunas hipótesis de consecuencias violentas si no son administradas sabiamente por la dirigencia, involucra directamente a Argentina, Brasil y Venezuela, en el contexto del peor momento en las relaciones de la región con Estados Unidos.
Ante los actos de rebelión regional, la acusación de Morales a la embajada norteamericana de conspiración tiene por efecto la regionalización del conflicto. No es cierto que se busque un golpe de Estado en su contra. Algo ha cambiado en los últimos 30 días en Bolivia: finalmente, se produjo la decisión, por parte de la dirigencia política oriental, de precipitar una secesión territorial respecto de La Paz. No sería justo decir que esto fue lo que siempre buscaron: la opción preferida del antimoralismo de base regional siempre fue, en estos dos años de conflicto permanente, que las regiones fueran más autónomas y que en La Paz hubiese otro Presidente. Pero esa alternativa ya no está disponible para dirigentes y grupos movilizados de Santa Cruz, Tarija, Pando y Beni.
La radicalización de las opciones se profundizó el 10 de agosto: el referéndum tuvo el doble efecto de relegitimar el cargo de Evo Morales, y confirmar el denominado "empate catastrófico" que se produce por la situación de polarización entre un Occidente predominantemente indígena y fiel seguidor del programa social-revolucionario del oficialismo, y un Oriente mestizo y alineado con el abanico de las fuerzas opositoras. La lectura del oficialismo es la de una victoria rotunda. Morales y García Linera consideran a la votación obtenida en el referendo revocatorio -que es, en realidad, un rechazo a la destitución- como un desempate: ganó el programa social-revolucionario. Por aquello de que "la victoria da derechos", Evo Morales redobló la apuesta y convocó para el 7 de diciembre a un nuevo plebiscito para la aprobación plebiscitaria de la Constitución Política del Estado, escrita prácticamente en forma unilateral por los convencionales del MAS tras el conflicto en la Asamblea Constituyente en la que el oficialismo, abusando de su condición mayoritaria, quiso imponer un cambio en el sistema electoral, de mayoría de dos tercios, para reemplazarlo por uno de 50% + 1 voto, violando las reglas establecidas por la Constitución vigente. Y motivando el abandono de las fuerzas opositoras.
A la lectura del desempate revolucionario, el Oriente responde con la ruptura. El aumento de las probabilidades de una secesión se refleja en el impacto que la coyuntura boliviana tiene en los actores regionales sudamericanos, que se mueven de acuerdo a objetivos e intereses diferentes.
Morales acusó a Estados Unidos de conspirar y promover la secesión, ante el convencimiento de que una eventual declaración de independencia por parte de las regiones de la Media Luna obtendrá el automático reconocimiento de parte de Washington. La expulsión del embajador estadounidense de Bolivia (Goldberg), obtuvo como respuesta inmediata la del boliviano de Estados Unidos, una crisis diplomática sin precedentes en la historia reciente de ambos países. La Venezuela de Chávez, que comprometió apoyo militar para Bolivia ante la escalada de la crisis, también expulsó al embajador estadounidense en Caracas (Duddy), esperándose una medida recíproca de parte de Washington. Confluyendo con este estado de situación, la Argentina pone a sus relaciones con Estados Unidos en una situación amarilla por el caso del "maletín" venezolano. El estado argentino reiteró su pedido de extradición de Antonini Wilson y la Cancillería emitió un duro comunicado en el que acusó al gobierno norteamericano de intervenir en los asuntos domésticos y declaró que los vínculos "están afectados".
Esta crisis tiene consecuencias energéticas, que explican la compleja posición de Brasil. Chávez advirtió que suspenderá sus ventas de crudo a Estados Unidos, advirtiendo contra el "reconocimiento" de parte de Washington de una nueva entidad territorial no es compatible con las relaciones bilaterales. Se trata de una amenaza creíble. Más delicados son, no obstante, los lazos a nivel sudamericano. Durante los incidentes en Tarija se produjo la voladura de un gasoducto, que interrumpió momentáneamente el suministro de gas boliviano a Argentina y Brasil, y el episodio sirvió de recordatorio sobre lo que puede significar para los intereses de este país un corte de envío. Brasil, ante una hipótesis de secesión, tiene un doble juego. Diplomáticamente va a apoyar la unidad boliviana, a abogar por el cese del conflicto, y a dar su respaldo al presidente Morales. Pero de ninguna manera va a cortar lazos con el Oriente boliviano en caso de una secesión. Para Brasil, el Oriente sería un socio estratégico más directo y confiable que La Paz.
En conclusión, la crisis secesionista en Bolivia saca a la luz las tensiones regionales. La Venezuela de Chavez compromete su suerte a la de Evo Morales, su aliado político. Pero Brasil tiene un doble juego: mantiene una línea política de apoyo al presidente Morales pero está dispuesto a admitir la secesión oriental, por razones energéticas. Argentina, si bien no termina de explicitar su opción, se encamina hacia Caracas y La Paz y se convierte, en esa condición, en un factor de presión hacia Itamaraty.
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