Un presidente precisa tener sentido común antes que experiencia
Ivan Eland
En su discurso en el que afirmó ser "una madre más que sigue los partidos de hockey de sus hijos" pronunciado durante la Convención Nacional Republicana, Sarah Palin—quien rápidamente ha pasado de ser una desconocida y recientemente electa gobernadora de Alaska a candidata republicana a la vicepresidencia—se preguntaba, con cara recia, sí Barack Obama contaba o no con la suficiente experiencia y logros como para ser presidente. Los expertos republicanos exageraban, afirmando que Obama carecía de “experiencia ejecutiva”. Los republicanos luego completaron su ataque sosteniendo que dicha experiencia resulta especialmente necesaria en la actualidad debido a que “vivimos épocas peligrosas”.
Palin le está pidiendo a la opinión pública que pase por alto el hecho de que John McCain, a los 72 años, sería el presidente más viejo que alguna vez asumió el cargo y que ella, como su potencial sucesora en caso de una emergencia, tendría tan solo la experiencia como alcaldesa de una pequeña ciudad de Alaska y como gobernadora de ese estado durante menos de dos años. Puede ser que tenga más experiencia ejecutiva que Obama, pero él habrá prestado servicio por cuatro años en el Comité de Relaciones Exteriores del Senado al momento del inicio de su mandato. Palin carece de toda experiencia en materia de política exterior y seguridad nacional. Al igual que Obama, McCain también ha tenido menos experiencia ejecutiva que legislativa, la cual incluye haber servido en el Comité de los Servicios Armados del Senado.
Pero los eruditos siempre se refieren a la experiencia como si esta fuese un fin en sí mismo. El supuesto pareciera ser que la experiencia mejora el sentido común futuro cuando aparece una crisis. ¿Pero qué ocurre si usted no aprende mucho de sus experiencias o aprende las cosas equivocadas?
Richard Nixon fue una de las personas más experimentadas que alguna vez llegó al cargo de presidente—habiendo servido en el Senado y ocho años como vicepresidente—y no obstante generó un minucioso desorden en el plano interno y tuvo un historial mixto en política exterior. De manera similar, James Buchanan había sido parlamentario y senador estadounidense, ministro (embajador) en Rusia y Gran Bretaña, y Secretario de Estado antes de convertirse en jefe del Ejecutivo, pero sus pobres políticas como presidente ayudaron a provocar la sangrienta Guerra Civil. Por otra parte, Chester Arthur solamente tuvo dos empleos de nivel medio en Nueva York y fue vicepresidente por apenas seis meses antes de reemplazar a James Garfield tras su asesinato en 1881. Sin embargo, Arthur fue un buen presidente. La única razón por la que no se lo conoce más es debido a que no fue presidente durante una guerra (algo bueno si lo piensa) y no exudó carisma (pese a que vestía con elegancia).
En el caso de John McCain, puede argüirse que no ha aprendido mucho de sus servicios en Vietnam, que resultó ser una de las peores debacles intervencionistas en la historia de los EE.UU.. A diferencia de otros que se han vuelto escépticos de las aventuras estadounidenses en el exterior tras prestar servicio en Vietnam—el ex Secretario de Estado y Jefe del Estado Mayor Conjunto, Colin Powell, el senador Chuck Hagel (Republicano de Nebraska), el senador John Kerry (Demócrata de Massachusetts), y el desaparecido Tte. Gen. William Odom, director de la Agencia Nacional de Seguridad del presidente Ronald Reagan—McCain revela ser un halcón neoconservador. Phillip Butler, un ex aviador naval que conoció muy bien a McCain mientras asistían a la Academia Naval y que fue prisionero de guerra en Vietnam durante ocho años, respeta a McCain pero va a votar por Obama, en virtud de que considera que McCain aprendió la lección equivocada de la guerra.
McCain defendió la duplicación y profundización de la participación de los EE.UU. en el atolladero de Irak mucho antes que el presidente George W. Bush suscribiera esa política. Aparentemente, sediento aun de revancha, al estilo de la Guerra Fría, McCain defendió expulsar a Rusia del Grupo de los 8 países industrializados incluso antes del reciente conflicto en Georgia. Y después de que el conflicto se presentó, McCain—al parecer soslayando el hecho de que fue el temerario presidente georgiano Mikheil Saakashvili quien lo inició—pronunció declaraciones belicosas respecto de Rusia y propuso que la OTAN replantee su decisión de abril de 2008 de no concederle a Georgia un camino hacia la integración de la alianza. El conflicto, por supuesto, ilustró de manera dramática que la admisión de un país con un impulsivo líder así en la alianza y la garantía de su seguridad mediante el Tratado podría arrastrar a los Estados Unidos a un conflicto innecesario con una gran potencia que cuenta con armas nucleares; también demostró que unos lejanos Estados Unidos poco podrían hacer para defender eficazmente a una nación tan próxima a Rusia contra la abrumadora superioridad militar local rusa.
Obama, pese a ser menos experimentado que McCain en cuestiones de seguridad nacional, parece tener mejor criterio e instintos. Se opuso a la invasión de Irak desde el comienzo, astutamente ha defendido la retirada de las fuerzas de combate estadounidenses durante el que probablemente sea un respiro temporal de la violencia y fue mucho más medido respecto del conflicto en Georgia, que no amenazaba ningún interés estratégico vital de los Estados Unidos.
De esta forma, la experiencia no necesariamente produce buenos instintos políticos—en verdad, en el caso de McCain, parece haber sido atrapado por los malos juicios de valor al servir durante demasiado tiempo en el complejo militar-industrial-parlamentario de Washington. Quienes son observadores de las elecciones no deberían ser distraídos por el superficial debate acerca de la “experiencia” y deberían concentrarse directamente en el sentido común de los candidatos.
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