16 octubre, 2008

Latinoamérica puede capear la tormenta

Por Mary Anastasia O'Grady

El 18 de septiembre, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva aseguró que su país estaba completamente aislado de los problemas en los mercados financieros de Estados Unidos. "La prensa me pregunta una y otra vez sobre la crisis estadounidense", le dijo Lula a periodistas. "Yo les digo, 'pregúntenle a Bush'. Esta es su crisis, no la mía".

En cuestión de días, Lula daba marcha atrás con esa postura y el 29 de septiembre aceptó que Brasil estaba de cierta forma expuesto a lo que ocurría en EE.UU. "Es importante que el pueblo brasileño sepa que una crisis de recesión en un país tan importante como Estados Unidos podría causar problemas en todos los países del planeta", afirmó en su programa de radio semanal.

Eso ha resultado ser una minimización enorme. La moneda brasileña, el real, ha perdido 40% en las últimas cuatro semanas y el índice bursátil Bovespa, en São Paulo, también ha tenido un descenso brusco. Cayó un 45% desde el final del segundo trimestre.

Brasil no está solo. Un tsunami de ventas proveniente del pánico en Estados Unidos y Europa le ha dado una paliza a las monedas y las acciones latinas. El peso mexicano ha perdido más de 20% en comparación al dólar desde agosto, y el viernes la Bolsa de México cerró en su punto más bajo de los dos últimos años. Perú, Colombia y Chile también están soportando duros golpes.

Dada la magnitud de la venta generalizada, algunos observadores podrían sorprenderse al enterarse de que los sistemas bancarios de estos países no están infectados con la gripe aviaria financiera que se expande dentro del G-7. En cambio, los inversionistas escapan de Brasil, México, Chile, Perú y Colombia, en búsqueda de calidad. También se están yendo por la contracción del crédito, el fin del boom de las materias primas y una desaceleración en el crecimiento de los países ricos, que reducirá la demanda para la producción de la región. Se espera que el crecimiento se desacelere en la mayor parte de América latina.

Aún peor es el daño que se está haciendo en el campo de las ideas. Los países con actitudes más reformistas de la región ahora están bajo ataque de socialistas que claman que el derrumbe es motivo para abandonar la economía de mercado. Todo lo contrario a la verdad.

Gracias a las reformas de las dos últimas décadas, las economías latinoamericanas más abiertas están en una posición mucho mejor que la que tenían en los años 80 cuando el presidente de la Reserva Federal Paul Volcker restringió el crédito para atacar a la inflación. No debería permitirse que recaigan. En cambio, este es el momento para que las autoridades aceleren la liberalización con un ojo puesto en una mayor flexibilidad económica.

Como señaló Lula acertadamente, "todos los países del planeta" ahora tienen problemas como consecuencia del fracaso del gobierno en EE.UU. y Europa. Políticas monetarias laxas por parte de la Reserva Federal desde 2002 y políticas gubernamentales diseñadas para expandir agresivamente la propiedad de las viviendas en EE.UU. crearon una burbuja de activos en el G-7.

Esa burbuja reventó y la explosión ha esparcido valores dañados como metralla a través del sistema financiero de Europa y Estados Unidos. Los bancos necesitan ser recapitalizados, y puede que la "ayuda" del gobierno esté empeorando la situación. El manejo del plan de rescate que ha hecho el secretario del Tesoro Henry Paulson parece haber reducido la confianza en que una solución esté cerca.

No hay mucho que América Latina pueda hacer en relación al vacío de liderazgo en EE.UU. o Europa. Pero puede timonear su propio barco de forma inteligente. Las economías latinas serias —obviamente no nos referimos a Argentina, Venezuela, Ecuador, Nicaragua, Honduras o Bolivia— han pasado las últimas dos décadas preparándose justamente para un momento así.

Quienes reformaron el mercado en la región comenzaron su trabajo en los años 80 (Chile comenzó antes). Con el tiempo, sus esfuerzos pusieron un punto final al gasto estatal despilfarrador y a la inflación desenfrenada. Hoy, las reservas en dólares son altas, la deuda extranjera neta es baja o inexistente, y los bancos son saludables. Las firmas que poseía el Estado han sido vendidas y el comercio es más abierto de lo que ha sido en 80 años.

Todos estos factores —cambios que a los que la izquierda latinoamericana se resistió— ahora conforman la base de las economías más prometedoras de la región. Pero no es suficiente.

Un motivo por el cual el capital se escapa de los mercados emergentes en tiempos de crisis es que está buscando el puerto más seguro durante la tormenta. Los bancos centrales latinoamericanos han estado utilizando sus reservas para impulsar la confianza pero quizás deban recurrir a tasas de interés más altas, lo que podría dañar el crecimiento aún más. Una mejor forma de lograr que el capital vuelva a fluir hacia estos mercados es enviar señales a los inversionistas diciendo que será bien tratado.

Para ese fin, la región tiene mucho trabajo por hacer. Los empresarios independientes de Brasil se ven agobiados por tasas tributarias que los castigan y una regulación compleja. México restringe la inversión en energía, telecomunicaciones y viaje aéreo, y en los últimos años ha aumentado el proteccionismo. Colombia y Chile aún pierden el tiempo con controles de capital. Perú tiene derechos de propiedad inseguros, lo que desalienta a los inversionistas. Los mercados laborales a lo largo de toda la región son inflexibles.

Cada crisis ofrece oportunidades y esta no es diferente. Los reformistas de la región ya han hecho mucho. ¿Por qué no aprovechar el momento y terminar con la tarea?

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