Una carta abierta a mis amigos de la izquierda sobre la crisis
por Steven Horwitz
Steven Horwitz es profesor de economía de la Universidad de Saint Lawrence.
Amigos:
En estos últimos meses, he escuchado repetidamente por parte de ustedes que el actual desorden financiero ha sido causado por los fracasos de los mercados libres y la desregulación. He escuchado de ustedes que la ambición por las utilidades, cualquier utilidad, lo cual es fundamental para los mercados libres, es la base de nuestros problemas. Y he escuchado por parte de ustedes que sólo una intervención gubernamental significativa en los mercados financieros puede curar estos problemas, quizás de una vez por todas. Les pido a ustedes que en los próximos minutos, en las palabras de Oliver Cromwell, consideren que pueden estar equivocados. Consideren que ambos el diagnóstico y la cura pueden estar igualmente equivocados.
Consideren en cambio que los problemas de este desorden fueron causados por los mismos tipos de regulaciones gubernamentales que ustedes ahora proponen. Consideren, en cambio, que los efectos detrás del afán de lucro que ustedes claman dependen de los incentivos que crean las instituciones, las regulaciones y políticas, que en este caso condujeron a los buscadores de ganancias a ocasionar un gran daño. Consideren, en cambio, que las regulaciones que pudieron haber sido la causa, fueron apoyadas por, tal y como usualmente ha sido a través de la historia de los EE.UU., las mismas empresas que estaban siendo reguladas, principalmente porque estas regulaciones trabajaron a favor de las ganancias de dichas empresas, incluso cuando éstas arruinaron al resto de nosotros. Consideren todo esto mientras ustedes piden más de lo mismo para supuestamente arreglar el problema. Y finalmente, consideren por qué nunca se imaginarían que esos individuos con dinero y poder no construirían un nuevo proceso regulatorio a su favor.
Una de las confusiones más grandes en este desorden es la idea que esto es el resultado de la codicia. El problema con esa explicación es que la codicia es siempre una característica de la interacción humana. Siempre lo ha sido. ¿Por qué, de repente, la codicia ha causado tanto daño? ¿Y por qué sólo en un sector de la economía? Después de todo, ¿acaso no hay suficiente codicia en todo lo demás? Las empresas son sin duda alguna buscadoras de utilidades. Y ellas buscarán las utilidades donde los incentivos institucionales sean tales, que las utilidades existan. En un mercado libre, las empresas ganan al proveer los bienes que quieren los consumidores a los precios que están dispuestos a pagar. (Mis amigos, no paren de leer aquí si están en desacuerdo —ahora saben como me siento yo cuando ustedes alegan que este desorden es un fracaso de los mercados libres— por lo menos terminen este párrafo). Sin embargo, las regulaciones y las políticas, e incluso la retórica de actores políticos poderosos, pueden cambiar los incentivos de tener utilidades. Las regulaciones pueden hacer más difícil que las empresas minimicen su riesgo, al exigirles que hagan préstamos a prestatarios marginales. Las instituciones gubernamentales pueden incitar a los bancos a tomar riesgos adicionales al ofrecerles una garantía gubernamental implícita si esos riesgos fracasan. Las políticas pueden dirigir el interés personal a actividades que sólo contribuyen a las utilidades corporativas y no al público.
Muchos de ustedes han criticado correctamente el mandato para etanol, el cual hizo rentable que los productores de maíz dejaran de producir maíz para alimento y en su lugar producir maíz para energía, lo cual conllevó a un incremento en los precios mundiales de alimentos. ¡Lo que es interesante es que ustedes culparon en este caso a la política y no culparon a la codicia y la búsqueda de utilidades!
Ningún economista liberal piensa que “la codicia es siempre buena”. Lo que pensamos que es bueno son las instituciones que colaboran al interés propio de actores privados, al recompensarlos por servir al público y no sólo a sí mismos. Pensamos que eso es lo que genuinamente hacen los mercados libres.
Los intercambios en el mercado son mutuamente beneficiosos. Cuando la ley se equivoca al definir de manera pobre las reglas del juego o al tratar de esquivarlas a través de regulaciones, el interés propio deja de ser mutuamente beneficioso en términos económicos. El sector privado ahora gana al servir intereses políticos en lugar de servir al público. En estos casos, la codicia trae malas consecuencias. Pero no son malas por surgir de la codicia o el interés propio, sino más bien porque el contexto institucional bajo el que ésta opera, canaliza el interés propio en maneras que son socialmente poco productivas.
Esto, mis amigos, es exactamente lo que nos ha llevado al desorden en que estamos ahora.
Llamar a la crisis hipotecaria y de crédito un fracaso del mercado libre o el producto de una codicia desmesurada es cegarse ante el enjambre de las regulaciones y políticas gubernamentales, y los pronunciamientos políticos que tanto han reducido la “libertad” de este mercado y canalizado el interés propio de una manera que ha producido consecuencias desastrosas, tanto intencionadas como no intencionadas. Déjenme hacerles un breve resumen del papel protagónico del gobierno en este pequeño drama.
Para empezar, Fannie Mae y Freddie Mac son “empresas patrocinadas por el gobierno”. Aunque técnicamente son privadas, éstas tienen privilegios particulares otorgados por el gobierno, son monitoreadas por el Congreso, y, más importante, han operado bajo una promesa clara de que, si fracasan, serán rescatadas. Difícilmente se puede llamar a esto un “mercado libre”. Todos los jugadores en el mercado de hipotecas sabían esto desde el inicio. A inicios de los noventas, el Congreso simplificó los requisitos de préstamo de Fanni y Freddie (a 1⁄4 del capital requerido por los bancos comerciales regulares) para incrementar su habilidad de poder prestar a las zonas pobres. El Congreso también creó una agencia regulatoria para supervisarlas, pero esta agencia también tenía que aplicar cada año ante el Congreso para obtener su presupuesto (ninguna otra agencia reguladora financiera está obligada a hacer esto), lo que aseguró que le dijera al Congreso exactamente lo que quería escuchar: “las cosas andan bien”. En 1995, a Fannie y Freddie se les dieron permisos para ingresar al mercado “subprime” y los reguladores empezaron a presionar a los bancos que no estaban prestando suficiente a las zonas pobres. Se hicieron varios intentos por auditar a Fannie y Freddie, pero el Congreso no tenía los votos para hacerlo, especialmente con ambas organizaciones haciendo contribuciones significativas a las campañas de miembros de ambos partidos. Incluso el New York Times, ya desde 1999, visualizó exactamente lo que pasaría gracias a este mercado poco libre, y alertó sobre la necesidad de rescatar a Fannie y Freddie si el mercado mobiliario bajaba.
Complicando las cosas aún más fue la renovación/revisión en 1994 del “Community Reinvestment Act (CRA)” de 1977. El CRA exige a los bancos prestar un porcentaje de su cartera dentro de sus comunidades locales, especialmente cuando esas comunidades están económicamente en desventaja.
Adicionalmente, el Congreso explícitamente ordenó a Fannie y a Freddie a extender sus préstamos a prestatarios con crédito marginal como una manera de ampliar la adquisición de viviendas. Lo que todo esto hizo fue crear enormes incentivos políticos y gananciales para los bancos, y que Fannie y Freddie prestaran más a personas de bajos ingresos y alto riesgo. A pesar de las buenas intenciones de extender la compra de vivienda a más estadounidenses, el forzar a los bancos y el bajar artificialmente los costos para hacerlo, son gran parte del problema en que hoy en día nos encontramos.
Al mismo tiempo, los precios de las propiedades estaban creciendo, haciendo que los que habían tomado grandes préstamos hipotecarios con bajos depósitos iniciales sintieran que los podían manejar e inspiraron una amplia variedad de nuevos instrumentos hipotecarios. Lo que es interesante es que el incremento en los precios afectó más fuerte a las ciudades con regulaciones más estrictas para el uso de la tierra, lo que también explica por qué no todas las ciudades sufrieron el mismo nivel de incremento en el valor de las propiedades. Estas regulaciones impidieron utilizar ciertas tierras para vivienda, por lo que la creciente demanda de viviendas (incentivada por las consideraciones anteriores) conllevó a una respuesta lenta en la oferta de tierra. El resultado fue un rápido incremento de los precios. En las áreas con regulaciones menos estrictas para el uso de la tierra, el efecto sobre los precios de las viviendas fue mucho menor. De nuevo, fue la regulación y no el libre mercado, lo que incentivó la búsqueda de utilidades, siendo responsable en gran medida de los crecientes precios de vivienda que alimentaron una seguidilla de préstamos.
Mientras todo esto pasaba, la Reserva Federal, nominalmente privada pero con enormes privilegios monopolísticos otorgados por el gobierno, estaba inyectando dinero y empujando los intereses más y más hacia abajo. Esta inyección de dinero alimentó más la locura por los préstamos. Con tal cantidad de dinero disponible, gracias al amigable monopolio del banco central (difícilmente el libre mercado en acción), los bancos podían darse el lujo de seguir haciendo préstamos más y más riesgosos.
El capítulo final de la historia es que en el 2004 y 2005, siguiendo los escándalos contables de Freddie, tanto ésta como Fannie pagaron su penitencia al Congreso al aceptar extender sus préstamos a clientes de bajos recursos. Ambos aceptaron adquirir una mayor cantidad de préstamos tipo “subprime” y “Alt-A”, dando luz verde a los bancos para crear estos préstamos. De 2004 a 2006, el porcentaje de préstamos en estas categorías riesgosas aumentó de un 8% a un 20% de todas las hipotecas de los Estados Unidos. Y la calidad de estos préstamos también estaba bajando: los depósitos iniciales se hacían cada vez más pequeños y un mayor número de préstamos iniciaban con tasas de interés bajas, las cuales se ajustarían hacia arriba más adelante. Los bancos estaban adquiriendo prestatarios más riesgosos, pero sabían que tenían un comprador garantizado para esos préstamos en Fannie y Freddie, respaldados, claro está, por nosotros los contribuyentes. Sí, los bancos fueron “codiciosos” al buscar nuevos clientes y préstamos riesgosos, pero ellos estaban respondiendo a los incentivos creados por las intervenciones gubernamentales bien intencionadas pero equivocadas. Son estas intervenciones las realmente responsables de los préstamos riesgosos que salieron mal, los cuales representan el corazón de esta crisis, no el “libre mercado”.
El desorden actual es claramente un resultado de la interferencia del gobierno en el libre mercado, desde los fondos de la Reserva Federal, las regulaciones del CRA y del uso de la tierra, hasta Freddie y Fannie creando un mercado artificial para hipotecas riesgosas, con tal de cumplir con las solicitudes del Congreso para que las familias de bajos recursos tuvieran más oportunidades de adquirir viviendas. Gracias a esa intervención, muchas de esas familias no sólo han perdido sus viviendas, sino también los ahorros que pudieron haber guardado por unos años más y talvez utilizado para adquirir una hipoteca menos riesgosa sobre una vivienda más barata. Todas estas intervenciones en el mercado crearon el incentivo y los medios para que los bancos ganaran, al crear préstamos que nunca se hubiesen dado en un mercado genuinamente libre.
Es importante resaltar que estas regulaciones, políticas e intervenciones fueron muchas veces apoyadas por los sectores privados involucrados. Fannie y Freddie hicieron miles de millones mientras los precios de las viviendas crecieron, y a sus altos ejecutivos se les pagaron grandes sumas. Lo mismo es cierto de los diferentes bancos y otros intermediarios hipotecarios que ayudaron a esparcir y poner precios al riesgo que estaba en juego, incluyendo esos que crearon todo tipo de nuevos instrumentos financieros sofisticados diseñados para lidiar con el creciente riesgo de “no pago” que la intervención trajo con ella. Este era un juego maravilloso que estaban jugando y los mercados financieros estaban felices de tener a Fannie y a Freddie como compradores voraces de sus préstamos riesgosos, sabiendo que los dólares de los contribuyentes de los EE.UU. siempre estarían ahí si los necesitaran. La historia de la regulación financiera en los EE.UU. es la historia de las empresas utilizando la regulación para sus propios intereses, independientemente del interés público. Esto es precisamente lo que pasó en el mercado de las viviendas. Y también es la razón de por qué los llamados para más regulación y más intervención están tan equivocados: han fallado en el pasado y fallarán otra vez, dado que quienes tienen sus utilidades en juego son los que tienen los recursos y el acceso al poder para asegurar que el juego resulte a su favor.
Sé, mis amigos, que les preocupa el poder corporativo. A mí también, al igual que a muchos de mis colegas economistas liberales. Nosotros sencillamente creemos, y pensamos, que la historia está de nuestro lado, que el mejor control sobre el poder corporativo es un mercado competitivo y el poder del dólar de los consumidores (enmarcado, claro, por prohibiciones legales contra la fuerza y el fraude). La competencia significa que empresas arrogantes pelean entre sí para servirnos a nosotros. Sí, siempre tendrán poder, pero sus efectos negativos disminuyen. Es cuando las empresas pueden utilizar al Estado para ajustar las reglas a su favor, que los efectos negativos de su poder se magnifican, precisamente porque tienen el respaldo del poder del Estado. El desorden actual demuestra esto tan bien como nada lo ha hecho anteriormente, una vez que uno se percata del papel tan grande que jugó el Estado. Si usted realmente quiere disminuir el poder de las corporaciones, no les dé acceso al Estado a través de la expansión de los poderes regulatorios de éste último. Eso es precisamente lo que quieren, tal y como lo ha demostrado la pelea sobre el botín de los US$700 mil millones.
Esta es la razón de por qué muchos de nosotros que estamos comprometidos con el libre mercado nos oponemos a este rescate. El mismo no es sino otro ejemplo de la larga historia del sector privado tratando de enriquecerse por medio del Estado. Cuando lo hace, no existen beneficios para el resto de nosotros, a diferencia de lo que pasa cuando las empresas tratan de enriquecerse en mercados competitivos. Adicionalmente, estas empresas se beneficiaron tremendamente de las intervenciones regulatorias que apoyaron y que tanto afectaron a muchos de nosotros. La eventual explosión de la burbuja y sus pérdidas subsiguientes son, para muchos de nosotros, el postre merecido por haber acomodado el juego y eventualmente ser atrapados.
Premiarlos otra vez por su arreglo del juego nos es sólo moralmente irracional, es una política económica muy errada, dado que envía el mensaje a otros posibles tramposos que ellos también serán recompensados por armar un desastre en la economía estadounidense. Si no ayudamos a estas empresas habrá dolor a corto plazo, pero ese es el precio que debemos pagar por 15 años o más de préstamos hecho al apuro y sin consideraciones serias. El rescate planeado no puede prevenir el dolor de lo que ya se hizo; sólo puede taparlo al trasladarlo y distribuirlo entre los que pagan impuestos y una economía golpeada por préstamos, impuestos, y/o una inflación necesaria para pagar esos US$700 mil millones. Es mejor que soportemos el dolor del corto plazo de una vez y que limpiemos nuestros errores del exceso, y que después volvamos a los negocios de los mercados libres sin crear un poder Ejecutivo monstruoso y sin supervisión que trate de “salvar” a esos que más se beneficiaron del exceso, y en el proceso herir a los inocentes contribuyentes del fisco.
Lo que les pido a mis amigos de la izquierda no es solamente que continúen trabajando junto a nosotros para oponerse a este o a cualquier rescate similar, sino además que juzguen cuidadosamente si realmente quieren depositar en la entidad que es la principal causante de esta crisis el poder para tratar de solventarla. Nuevas facultades regulatorias pueden parecer la solución, pero eso es justamente lo que la gente dijo cuando el CRA fue aprobado, o cuando nuevos mandatos les fueron dados a Fannie y Freddie. Y las mismas compañías que van a ser reguladas serán las primeras en la fila para determinar cómo serán escritas e implementadas esas regulaciones. Ustedes pueden anticipar de qué manera se va a acomodar este juego.
Yo sé que ustedes tienen tentación de pensar que los problemas de estas regulaciones son causados por el error de quienes regulan. Si tan sólo, piensan ustedes, Obama pudiera ganar y con ello pudiésemos despachar a los corruptos Republicanos y nombrar a personas éticas y con buenas intenciones.
Piensen de nuevo. Por una parte, casi cualquier intervención gubernamental en la raíz de esta crisis tuvo lugar bajo el mandato de un presidente Demócrata o un Congreso controlado por los Demócratas. Aún cuando los Republicanos tuvieron el control del Congreso, el Presidente Clinton movió el asunto para cambiar las reglas y permitirle que incursionaran en el mercado crediticio de mayor riesgo. Mi punto acá es no es señalar a los Demócratas como culpables de la presente crisis. Esa culpa se distribuye proporcionalmente. Mi punto es que albergar la esperanza de que llegar a tener a la “gente correcta” en el ejercicio del poder permitirá evitar este tipo de problemas es tan ingenuo como históricamente ciego. En la medida en que los intereses corporativos eran relevantes, fueron apoyados y ayudados, quizá involuntariamente, a través de intentos bien intencionados de hacer cosas buenas por parte de gente básicamente buena. El problema es que hubo un gran número consecuencias involuntarias indeseables, la mayoría de las cuales eran previsibles y fueron previstas. No importa cuál partido esté conduciendo el barco: las regulaciones traen apareadas consecuencias involuntarias y siempre tenderán a ser capturadas por los intereses privados con la mayoría en juego. Y la historia está llena de casos en los que aquellos con una agenda moral o ideológica se hallan a sí mismos en asocio político con aquellos cuyos intereses materiales están alineados, incluso si ambos grupos están usualmente en extremos opuestos. Este es el famoso fenómeno de los “Bautistas y Contrabandistas de licores”.
Si han llegado hasta acá, estoy sumamente agradecido. Sea que acepten o no el argumento completo que les he detallado aquí, les pido una cosa: la historia que les conté al inicio sobre el papel de la intervención gubernamental en este desorden es cierta, cualesquiera que sean sus conclusiones mayores sobre las causas y los remedios. Aún si ustedes no aceptan mi argumento de que mayor regulación no es la cura, culpar al “libre mercado” de este desastre debería ahora consternarlos como la obvia falsedad que es y yo esperaría que, con el mejor espíritu de juego limpio, se abstengan de seguir diciendo lo que hablan y escriben sobre los eventos en curso de los últimos meses. Podemos discrepar de buena fe sobre lo que se debe hacer a continuación, y podemos no estar de acuerdo de buena fe sobre el grado en que la intervención gubernamental causó los problemas, pero culpar a un libre mercado inexistente por una crisis que claramente fue en cierta medida el resultado de la amplia intervención del gobierno en ese mercado es injusto. En consecuencia, si es que no los he convencido de nada más, al menos espero sinceramente haber podido convencerlos de eso.
A fin de cuentas, todo lo que puedo pedirles es que continúen meditando estas ideas. Explicar esta crisis a través de la avaricia no los llevará muy lejos dado que la avaricia, al igual que la gravedad, es una constante en nuestro mundo. Explicarla como la falla del libre mercado enfrenta la obvia verdad de que estos mercados distaron, por mucho, de estar lejos de la intervención del gobierno. Consideren que pueden estar equivocados. Consideren que quizá la intervención del gobierno, y no los mercados libres, hicieron que los buscadores de utilidades se involucraran en actividades que perjudicaron a la economía. Consideren que la intervención del gobierno puede haber inducido a los bancos y a otras organizaciones a asumir riesgos que nunca deberían haber asumido. Consideren que los bancos centrales de los gobiernos son las únicas organizaciones capaces de avivar este incendio con exceso de crédito. Y consideren que varias regulaciones podrían haber forzado a los bancos a conceder malos préstamos y con ello empujar artificialmente al alza los precios de las viviendas. Finalmente, consideren que los actores del sector privado son felices apoyando tales intervenciones y regulaciones porque producen ganancias.
Aquellos que respaldan los mercados libres no son sus enemigos en este momento. El verdadero problema aquí es el matrimonio entre el poder corporativo y el estatal. Esa es la “asociación corporativa” a la que ambos nos oponemos. Sólo les pido que consideren si esa “asociación corporativa” no es acaso la verdadera causa de este desorden y que, por lo tanto, reconsideren si los mercados libres son la causa y si la mayor regulación es la solución.
Gracias por leer esta carta.
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