A 50 años de la Revolución cubana
ANGEL SOTO
Medio siglo después, las palabras épicas parecen fuera de lugar. Las cosas han resultado difíciles para una Revolución que ha fracasado. Cuba es hoy un país atrasado, aislado del mundo, sometido a un régimen político arcaico que ahoga ya por demasiado tiempo las libertades de una población de 11 millones de habitantes que merece un futuro mejor.
El entusiasmo de hace 50 años se ha convertido en desilusión. Impedidos de elegir en las urnas, miles y miles de cubanos han "votado con los pies", prefiriendo el riesgo del océano a continuar viviendo bajo un sistema que les niega la dignidad. Hoy, la esperanza de la mayoría de los cubanos -dentro y fuera de la isla- está puesta en la posibilidad de que se produzca una transición como consecuencia de la endeble salud de Fidel Castro, de quien sigue dependiendo el sustento del régimen, no obstante haber entregado el poder a su hermano Raúl.
Pese a que se han conseguido avances en materia educacional y sanitaria, ya antes de la Revolución el país mostraba altos índices en esos y otros ámbitos. La gestión del castrismo, con todo, deja mucho que desear, al extremo de que es posible preguntarse hoy si el experimento socialista cubano ha valido la pena.
Las huellas de un mal gobierno que escogió la ideología antes que la realidad son visibles por todos lados. Quien visite la isla será testigo de una sociedad que parece estar suspendida en el tiempo. Un país donde no existe un cálculo confiable de los índices de pobreza ni del ingreso per cápita, pues las autoridades rehúsan mediciones de acuerdo a estándares internacionales y utilizan una dudosa metodología propia.
El retraso es ostensible: hoy un cubano promedio consume menos calorías diarias que sus abuelos en 1957; existen en la isla menos automóviles que en 1958; la producción de caña de azúcar es cinco veces menor a la de antes de la Revolución.
Que haya logrado mantenerse en el poder un régimen con tan pobres resultados se debe sólo a su carácter policial. La instalación de una dictadura ha cerrado los espacios de libertad. Los cubanos son hoy un pueblo prisionero.
Los medios de producción fueron nacionalizados en 1960, la disidencia perseguida y la población vigilada a través de los Comités de Defensa de la Revolución. El monopolio en el poder del Partido Comunista es incontrarrestable, con un régimen que no ha dudado en recurrir al arresto de disidentes (el último a gran escala se produjo en 2003) y a la ejecución por razones políticas (según la ONG Archivo Cuba, 8.291 personas han fallecido "a causa del gobierno comunista" desde 1959).
Peor aún, se trata de un régimen que exportó su revolución -como bien lo sabemos los chilenos-, inspirando movimientos guerrilleros, promoviendo la violencia y causando miles de muertes en nombre de una utopía armada.
Fracasado en ésta y otras áreas, el gobierno cubano es hoy una reliquia en un continente que ha hecho de la democracia un requisito de convivencia. Es deber de sus autoridades dar pasos que permitan una transición ordenada. El hastío de los cubanos con un régimen injusto, la llegada de una nueva administración a la Casa Blanca, la creciente conciencia de la población en el exilio de que es necesario el diálogo, la enfermedad de Fidel Castro y una disposición de los países latinoamericanos a ayudar abren la perspectiva de que el cambio sea posible en un plazo prudente. Sería una buena noticia después de 50 años de un régimen que, más allá de una retórica grandilocuente, es incapaz de exhibir resultados satisfactor
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