30 marzo, 2011

Argentina: Los Enemigos del Pueblo, 34 años después del golpe militar – por Carolina González Rodríguez

Es difícil poner una fecha y hora para el natalicio de la Nación Argentina. Precisamente por tratarse de un colectivo, y a diferencia de lo que sucede con una persona física, una serie de acontecimientos hilvanados, marcados por un orden cronológico que depende, invariablemente, de un futuro desconocido son los que permiten datar en un momento determinado el clímax de las circunstancias que van sucediendo, y es entonces cuando por convencionalismos se marca el momento justo del “nacimiento”, o de la “muerte” de una Nación, de una época, de un período.

Desde su “nacimiento” la Nación Argentina viene avanzando a los tumbos en su desarrollo institucional. Varios piensan que se trata de una Nación muy joven, en un estadio aúnadolescente, y es por esa razón que, con excepción del período que va de 1880 a 1930, la Argentina da un paso hacia adelante para luego retroceder tres, como en un juego de mesa en el que la suerte queda echada a los dados que determinan el ir hacia adelante o hacia atrás.

Podría decirse, entonces, que no sería erróneo fijar la fecha de nacimiento de la Argentina en elaño 1853, registrada en la magnífica pieza jurídica que fue la Constitución Nacional promulgada por el presidente Urquiza el 1º de Mayo de ese año. A partir de entonces la Nación Argentina adhiere al sistema democrático de gobierno, en su variante republicana, y se organiza a través de la institucionalización de tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial.

El sistema adoptado podrá no ser perfecto, pero al decir de Churchill, cualquier otro es peor.

A partir del nacimiento de Argentina como república democrática, el sistema fue violentamente interrumpido seis veces durante el siglo XX, mediante golpes de estado a manos –siempre- de las Fuerzas Armadas (con el ejército a la cabeza) en los años 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. El último de ellos tuvo lugar el 24 de marzo de ese año, y tanto por su virulencia, su violencia y su proximidad en términos históricos, es el que ha dejado heridas en la sociedad que aún sangran, las que de manera ruin e inmoral el gobierno actual mantiene abiertas y supurantes.

Pero, ¿por qué? ¿Qué gana el gobierno de los Kirchner con hacer eso? Porque está en el ADN de la Nación Argentina buscar culpables de las desgracias autoinflingidas en los otros, en los terceros, llámense Estados Unidos, el FMI, los militares…

La responsabilidad por los actos propios es una característica fundacional de la libertad. No hay actos que no devenguen consecuencias. Y la institucionalidad radica, principalmente, en atribuir laresponsabilidad por esas consecuencias a quienes efectivamente las causen. En el transcurso de sucorta vida, la Nación Argentina ha desarrollado la fenomenal y autodestructiva capacidad maniquea de endilgarle las culpas a los “enemigos del pueblo”, y de reclamar los recursos al caudillo que mejor sepa alcanzar el poder para distribuir lo ajeno, resultado de la capacidad, coraje, emprendedorismo y eficiencia de quienes realmente producen y generan las riquezas luego “distribuidas” por el buen gestor intermediario.

El golpe militar de 1976 no fue el inicio de una época de terror y oscuridad, tal como lo recalcan incesantemente los Kirchner. El golpe de estado era no sólo sabido y conocido de antemano por las fuerzas vivas de la sociedad, sino que por acción u omisión, consentido y deseado por todas ellas. El error de cálculo fue la magnitud de la violencia que los militares utilizarían contra los “enemigos del pueblo” de aquel entonces (que precisamente son los que gobiernan la Nación hoy en día).

Las responsabilidades de toda la dirigencia por acción, y de la ciudadanía por omisión, podría remitirse a la negativa del líder de la Unión Cívica Radical de entonces, Ricardo Balbín, de integrar la fórmula presidencial ofrecida por Juan D. Perón para las elecciones de 1973. Por motivos insondables, Perón, consciente de su enfermedad y a sabiendas de su inminente deceso, previó la continuidad del apellido en el poder después de su muerte, y conformó la fórmula electoral con su esposa, Isabel Perón, una mujer descolorida, ignorante en cuestiones culturales, académicas, políticas, y sin la entereza de espíritu suficiente como para afrontar semejante cargo.

Perón sabía todo esto. Era su mujer. La conocía. ¿Qué ambición de perpetuación desmedida lo llevó a legarle a la Nación semejante personaje? Y, por su parte, la Nación que votó y convalidó esa fórmula, estando igualmente consciente de las pocas chances que tenía Perón de sobrevivir en pleno uso de sus facultades físicas y mentales la totalidad del período… emitió su voto y los instauró en el poder.

Después de la muerte de Perón, los “enemigos del pueblo” fueron los terroristas de las agrupaciones guerrilleras del momento (ERP – Montoneros), quienes se enrolaron en una oleada ideológica financiada por el comunismo ruso, y entrenada por el comunismo cubano. Una ideología que para las bases representaba una alternativa válida para alcanzar una sociedad mejor; y para los cuadros un gran negocio, una alternativa financiera superior a cualquier otra inversión.

Ante esta espiralización de la violencia, ni la dirigencia de las “fuerzas vivas” de la sociedad, ni la gente común y corriente divisaron la continuidad de la institucionalidad como una salida válida y eficiente al problema. Quienes tuvieran el coraje y el liderazgo para proponer la continuidad democrática y el llamado a elecciones inmediatas, de manera tal de legitimar al gobierno elegido en la lucha contra la guerrilla y el terrorismo comunistas no encontraron eco en la sociedad indolente ante la inminente violación a la institucionalidad. La gran mayoría olvidó que la Constitución Nacional era la llave maestra para destrabar los conflictos y reinstaurar la paz. La gran mayoría no tuvo una valoración subjetiva de la democracia y la república superior a la valoración subjetiva de los “militares”, de los caudillos que suplantarían al difunto en el rol de ordenador de la sociedad, y proveedor de los recursos.

Volviendo, entonces, a la pregunta sobre qué ganan los Kirchner con mantener las heridas abiertas, la respuesta es: su continuidad en el poder. Néstor y Cristina no sólo no pasaron un día de sus vidas presos, ni fueron perseguidos ni torturados por el régimen militar, sino que forjaron gran parte de su fortuna merced a una normativa promulgada por el gobierno militar, en virtud de la cual incontable cantidad de personas perdieron sus viviendas. Los Kirchner fueron eficientes abogados devenidos en acreedores gracias a esa normativa.

En sus años universitarios formaron parte del folklore peronista izquierdista, en sintonía con el ánimo de la época y con el entusiasmo que causa en los jóvenes la pertenencia a un grupo, máxime si ese grupo adhiere a una militancia romántica que diera la ilusión de arriesgar la propia vida por un ideal superior. Pero si bien ellos superaron el romanticismo militante con el pragmatismo de hacer dinero (y mucho!) en la remota Patagonia Argentina, varios de sus amigos sí empuñaron las armas y mataron gente. Muchos de esos, hoy en día ocupan lugares clave del gobierno, y tienen el poder de convertir a los entonces reclamados “salvadores” en los actuales “enemigos del pueblo”. La ganancia está no tanto en el dinero que la corrupción les facilita desde sus actuales roles, sino más aún… en la permanencia y anhelada perpetuidad en el poder que hoy ostentan.

Los Kirchner (o Néstor, en realidad) supieron leer como ningún otro político la fibra, el ADN del sujeto promedio, urbano, clase media, o media baja, que son los que por su superioridad numérica hoy en día definen una elección. Entendieron perfectamente que para instaurarse en el colectivo es necesario plantear la confrontación con un enemigo externo a nosotros mismos, quien es el causante de todos nuestros males. Entendieron que ese enemigo necesita un oponente que lo confronte, que le haga frente y se le plante. De ahí la necesidad de los Kirchner de fogonear el tema del golpe militar, los desaparecidos y los “derechos humanos”. No importa que el “enemigo” sea apenas un grupo dentro de un conjunto, como son los militares, en este caso. Ni que ese enemigo sea apenas un espectro incorpóreo y completamente inofensivo, máxime si se lo compara con otros enemigos más feroces y reales como el narcotráfico, la inseguridad y la inflación. No. Eso no importa. Lo que importa es que los Kirchner y su séquito de inmorales saben presentarse como los verdaderos “héroes”, capaces de enfrentar esos fantasmas, aunque por atrás negocien y se enriquezcan en sociedad con los verdaderos “ enemigos del pueblo”.

Sólo resta desear y orar por que de aquí a 34 años (o mucho antes) el narcotráfico, la inseguridad y la inflación sean los mismos espectros que son los militares hoy en día.

Venezuela: La milicia –

Venezuela: La milicia – por Pedro Carmona Estanga

“Para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios”

Continúa indetenible el proceso de demolición de la institucionalidad venezolana, de manos de un gobierno que, apegado a la más pura dialéctica marxista, no repara en los medios para el logro de sus fines: la implantación del Socialismo del Siglo XXI, y su irradiación hacia otros países de la región.

Parece no bastar con las impúdicas declaraciones de sumisión de los demás Poderes Públicos a los designios del Jefe del Estado, con lo cual la democracia está herida de muerte, sino que luce necesario acentuar la concentración de poder, asegurar la perpetuación del régimen a través de campañas sistemáticas de ideologización, y la creación de organizaciones armadas paralelas cuya finalidad es la defensa del proceso revolucionario, incluso ante la posibilidad de una alternabilidad política por vías constitucionales, al buen estilo de las tambaleantes dictaduras de los países árabes, o de la admirada Cuba.

Venezuela se encuentra así en una transición entre el sistema republicano consagrado en la Carta Magna de 1999, la que fue considerada la mejor del mundo por el gobernante en ejercicio, a uno en el cual ha desaparecido toda forma de control político, donde la oposición es criminalizada y perseguida, la propiedad privada es vulnerada por el régimen para reducirla a su mínima expresión, en aras de la construcción de un Estado dueño y señor de cuanto acontece dentro de sus fronteras, bajo exacerbantes modalidades de control e intervención en todas las formas de vida y organización de la sociedad venezolana.

A tales efectos en diciembre de 2010 se aprobaron entre gallos y media noche, antes de que la nueva Asamblea Nacional asumiera sus funciones, decenas de leyes, incluyendo las que permitirán la creación del Estado Comunal, una nueva forma inconstitucional de organización política que reemplazará al Estado republicano, al margen de la voluntad popular expresada en el referéndum de diciembre de 2007, y en las elecciones parlamentarias de septiembre de 2010.

Como si fuera insuficiente, el oficialismo optó por obsequiar al jefe supremo poderes especiales mediante una nueva Ley Habilitante, para gobernar durante año y medio mediante Decretos-Leyes, en lo humano y en lo divino, sea en leyes ordinarias u orgánicas o de rango superior -ello no interesa- dejando a la nueva Legislatura atada de manos, y con un nuevo reglamento de debates que restringe el ejercicio de sus facultades, hasta para reunirse o ejercer el derecho de palabra. Ya es visible la parálisis provocada por estas decisiones en la Asamblea Nacional, pues los representantes a la misma han quedado neutralizados para legislar y deliberar, sin olvidar que el número de representantes habría sido mayoritario, de no haber sido por la ilegítima modificación impuesta a la composición de los circuitos electorales.

En un país que ya parece no sorprenderse con nada, y donde en los últimos tiempos sólo la juventud ha promovido con determinación protestas capaces de obligar al gobierno a aceptar algunas de sus reivindicaciones, el Jefe de Estado en uso de las facultades de Ley Habilitante, modificó de nuevo la Ley Orgánica de la Fuerza Armada (LOFAN), cuarta en cinco años, para fortalecer la Milicia por él creada en 2005, e incorporada como componente de la Fuerza Armada en 2008, asemejándola cada vez más al estamento armado organizado por Gadafi en la convulsionada Libia.

De lo más grave en esta modificación a la LOFAN, es que se atribuye a la Milicia Bolivariana la función de “elaborar los programas y planes educativos, basados en los principios y fundamentos para la defensa integral, conforme a las políticas emitidas por el Sector Defensa y el Nuevo Pensamiento Militar Venezolano”, un zarpazo que intenta subyugar a la sociedad venezolana desde la niñez, a la usanza de la China de Mao, la Cuba de Castro, la Alemania de Hitler o la Rusia staliniana, y que consolida a la Milicia como la guardia pretoriana del Presidente, temeroso quizás de cualquier contagio de la situación que vive el mundo árabe, donde ahora en otro aliado, Siria, el pueblo ha insurgido en contra de la tiranía de Al Assad.

Pero además, como en el realismo mágico venezolano no hay imposibles, la Ley equipara a los milicianos y voluntarios sin formación con oficiales de rango de la institución castrense, bajo la figura de “oficiales de tropa y oficiales de milicia”, con el fin de “lograr la mayor eficacia política y calidad revolucionaria en la construcción del socialismo”. La reforma también supera limitaciones legales preexistentes para que los integrantes de la milicia puedan militar en partidos políticos, pues a pesar de continuar como un componente de la FAN, se estipula que la Milicia no forma parte de la profesión militar.

Para Rocío San Miguel, analista en temas militares: “La reforma fortalece la figura de la Milicia creando una oficialidad y permitiendo su acceso a las armas de la Fuerza Armada más allá de actos y desfiles, de un órgano paralelo que no forma parte de la estructura de la Fuerza Armada”, agregando que ” la reforma supone un aceleramiento y punto de no retorno en la consolidación del brazo armado de la revolución constituido por ciudadanos al margen de la FAN que detentan las armas de guerra de la República”.

Por su parte, para el General (r) Raúl Salazar, ex Ministro de Defensa de Chávez: “La palabra milicia no está en la Constitución. Las Fuerzas Armadas en Venezuela pasan a ser una política de gobierno y no una política de Estado como debiera ser”, mientras que otro ex Ministro de Defensa, el General (r) Fernando Ochoa Antich, afirma: “Es una forma más de destruir el profesionalismo de nuestros militares. Chávez considera que el profesionalismo compromete su poder político; su objetivo es seguir debilitando a las Fuerzas Armadas para controlarlas lo más posible”.

Desde la distancia, quedan estos hechos propios de una autocracia obsecada a la consideración de los lectores, y de la dirigencia política, oficiales en retiro, analistas políticos nacionales e internacionales, el veredicto sobre una delicada realidad que no parece percibirse en su justa y profunda dimensión.

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