31 marzo, 2011

Edomex

Edomex: el viable Eruviel y la coalición desarmada

Al decidirse por Ávila, Peña Nieto mostró su pragmatismo y capacidad de ser impredecible, un par de buenas cualidades en un político.

Pascal Beltrán del Río

En la vida en general, pero más aún en la política, hay que saber distinguir entre las posturas morales y los objetivos estratégicos, solía decir Henry Kissinger, el amo del pragmatismo.

Quien no lo hace suele ponerse en posturas incómodas y hasta ridículas. Vea el espectáculo que dan en el Estado de México los partidos Acción Nacional y de la Revolución Democrática, cuyas dirigencias nacionales han apostado sus posibilidades de ganar la elección presidencial de 2012 en una confrontación para descarrilar al aún favorito para aquella contienda, el gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto.

Las cúpulas del panismo y el perredismo han pretendido que se les crea que la alianza para enfrentar juntos a Peña Nieto en su propio terruño —y que hoy se someterá a una consulta pública de resultado previsible— tiene un objetivo únicamente moral: acabar con el caciquismo, la corrupción, el corporativismo y otros males. En realidad, con lo que busca terminar es con el futuro político de Peña Nieto.

Envalentonados por el triunfo de su estrategia aliancista en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, panistas y perredistas se han creído aquello de que “a la gente le encantan las alianzas”, y que la suma de sus fuerzas lleva a más electores a las urnas y resulta suficiente para vencer al PRI.

Cuando uno triunfa, las explicaciones sobran. Por eso, el PAN y el PRD pasaron por alto la necesidad de dotar de mayor sustento su cruzada contra el mandatario mexiquense, quien, a diferencia de los impresentables Ulises Ruiz, Mario Marín y Jesús Aguilar, no ha sido objeto del desprecio de sus gobernados. Bastaría que los comprometidos con la coalición, tan inclinados a decidir todo con base en encuestas, echaran un vistazo a los niveles de popularidad de Peña Nieto en el Edomex.

Eso no significa que el encopetado gobernador no tenga sus puntos flacos. Si la batalla por el Estado de México hubiese sido asumida por el PAN y el PRD como un objetivo estratégico en lugar de una cruzada moral, no habrían dejado pasar la oportunidad de explotar más la debilidad que mostró el gobernador cuando su partido derogó las candidaturas únicas en la legislación electoral local en septiembre pasado.

Por ejemplo, haber dejado al PRI competir solo en el Estado de México, o sólo con una oposición a modo —entre la que hay que contar a la que encabeza Andrés Manuel López Obrador—, sin duda tendría en estos momentos un mayor efecto que estar construyendo una alianza sin candidato a la vista.

A diferencia de lo que ocurrió en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, donde las condiciones eran propicias para enfrentar al PRI con un candidato común, en el Estado de México la coalición parece destinada al fracaso.

Seguramente panistas y perredistas dirán que así se veían las cosas en junio pasado y que, a pesar de que pocos creían en el triunfo de Gabino Cué, Rafael Moreno Valle y Mario López Valdez, éstos hoy gobiernan su respectiva entidad. Sin embargo, en el Estado de México no se ve a un mandatario estatal enfrentado con amplios sectores de la población y la opinión pública nacional, y tampoco que el proceso de selección del candidato del PRI vaya a terminar en la división de ese partido.

Ayer, a mediodía, el alcalde de Huixquilucan, Alfredo del Mazo, declinó sus aspiraciones de contender por el PRI en julio entrante, con lo que es prácticamente un hecho que su similar de Ecatepec, Eruviel Ávila, será ungido como el candidato a la gubernatura.

Hasta el viernes en la noche, los pronósticos que uno podía leer en Twitter y otros espacios de la red marcaban a Del Mazo como favorito. Se decía que el presidente municipal de Huixquilucan es joven y bien parecido, como Peña Nieto; que tiene un nombre bien reconocido, pues es el mismo de su padre y su abuelo, ambos ex gobernadores del Estado de México, y que, por si fuera poco, es primo del actual mandatario estatal, cuyo primer instinto, además, no sería romper la hegemonía del Grupo Atlacomulco sobre la política mexiquense.

Al decidirse por Ávila —no nos chupemos el dedo—, Peña Nieto mostró su pragmatismo y capacidad de ser impredecible, un par de buenas cualidades en un político, según dicen los que saben. Encima de eso, el gobernador probó que sabe leer las encuestas mejor que sus rivales, quienes harían bien en aprender el consejo de Vladmir Illich Lenin: “Nunca apuestes todo en una batalla que no puedas ganar”.

Existen versiones públicas de que PAN y PRD estaban esperanzados en piratear a Eruviel Ávila para encabezar la coalición opositora. Apostaban a que Peña Nieto no se atrevería a escoger como candidato a un político del Valle de México, un anatema en la política local.

El Grupo Atlacomulco, al que pertenece Peña Nieto, ha dominado el Estado de México desde su creación en 1942, pero ha intentado en vano colocar a uno de los suyos en la Presidencia de la República, pese a que Alfredo del Mazo González (padre del edil de Huixquilucan) y Arturo Montiel Rojas en su momento parecían destinados a llegar a Los Pinos. Quizá por eso decidió sacrificar temporalmente el Palacio de Gobierno de Toluca por un objetivo de mayor calado: hacer Presidente a Peña Nieto.

Ignoro si Ávila hubiera cedido a la tentación de ser candidato de la alianza en caso de no alcanzar la nominación del PRI. Lo cierto es que se trata de un político cuya trayectoria en el partido y el municipio de Ecatepec, el más poblado del país, vienen de muy abajo.

Nacido en 1969 en San Pedro Xalostoc, Ávila ya era secretario del ayuntamiento cuando tenía 25 años de edad, durante la presidencia de Alfredo Torres Martínez.

A la mala gestión de ese alcalde se atribuye que el PRD haya ganado las elecciones federales en Ecatepec en 1997 como parte de la ola opositora que llevó al perredista Cuauhtémoc Cárdenas a la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal e hizo perder al PRI por primera vez la mayoría en la Cámara de Diputados.

Esa derrota no hizo mella en la carrera de Eruviel Ávila, quien partió a Toluca para ser diputado local y luego subsecretario de Gobierno para la zona de Nezahuacóyotl. En 2003, recuperó el municipio de Ecatepec para su partido, cuyo ayuntamiento había caído en manos del PAN, inspirado por la campaña de Vicente Fox. Al terminar su primera gestión como alcalde, volvió al Congreso local, donde fue coordinador de la bancada del PRI y presidente de la Junta de Coordinación Política.

Tres años después, Ávila volvió a sacar a la oposición del municipio de Ecatepec, esta vez al PRD, para ocupar la alcaldía por segunda ocasión. Desde ese cargo, alcanzó la presidencia de la Federación Nacional de Municipios de México, que agrupa a más de mil 500 alcaldes.

Su inminente postulación como candidato del PRI a la gubernatura fue parte de una guerra de nervios entre ese partido y la oposición, que este domingo culminará con la realización de la consulta para saber si hay una coalición PAN-PRD en los comicios de julio.

Como decía, la respuesta a la pregunta que se planteará en la consulta —en la que se espera que participen unas 300 mil personas, o 3% del padrón estatal— es bastante obvia. No me imagino al “no” o al “no sé” como triunfadores del ejercicio, pues sus organizadores han hecho campaña abiertamente a favor del “sí”.

El triunfo de esa opción será pírrico en realidad, pues obligará a los partidos coaligados a nominar a un solo candidato. Tres panistas buscan ya la postulación de su partido: Luis Felipe Bravo Mena, José Luis Durán y Ulises Ramírez. Del lado del PRD también hay tres aspirantes: Jaime Enríquez Félix, Ramón Ojeda Mestre y Alejandro Encinas. Sin embargo, éste último, el opositor con mayor aceptación en las encuestas, ha dicho que si hay coalición, él no irá al frente de ella.

Extraño proceso electoral, el mexiquense: Un gobernador que rompe con la tradición de su partido para salvaguardar sus propias posibilidades de éxito en 2012, y una oposición empeñada en una coalición que no da impresión de tener futuro, sencillamente porque no parece haber un candidato viable para encabezarla ni una sociedad urgida de alternancia.

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