Peru: Humala no ha cambiado: su plan de gobierno es estatista y autoritario – por Cecilia Rosales Ferreyros
Declaraciones públicas del candidato de Gana Perú se contradicen con el documento que presentó el JNE.
El candidato Ollanta Humala intenta desde hace unas semanas acercarse al centro y mostrarse como un candidato más moderado, que no tiene reparos en dejar de lado su jean y polo blanco por un elegante terno y corbata, se reúne con empresarios y la Iglesia y transmite mensajes de tranquilidad.
Sin embargo, del análisis de su plan de gobierno difundido en la página web del Jurado Nacional de Elecciones (JNE) se puede afirmar que Humala sigue pretendiendo un cambio total del sistema de gobierno que se ha aplicado en las últimas dos décadas en el Perú, por lo que la etiqueta de ‘candidato antisistema’ todavía describe sus intenciones.
La diferencia está en que en el 2006 exhibía con más vehemencia –en su discurso político– su propuesta de un cambio radical. Hoy ha moderado ese discurso, al menos para la tribuna electoral.
Esto no ocurre con su plan de gobierno 2011-2016 titulado “La gran transformación”. En el texto se vuelven a observar algunos de los ejes fundamentales de su discurso político radical del 2006.
Por ejemplo, parte de una satanización del modelo que, con algunas variantes, se aplica en el Perú desde hace 20 años.
Sin reconocer algún mérito a dicho modelo se señala que a su entender este ha generado mejores cifras pero no desarrollo. Es más, para el humalismo el Perú no ha mejorado sino que está peor. Su diagnóstico de la realidad nacional es más que pesimista.
En el 2006 el humalismo afirmaba: “El neoliberalismo ha provocado la desnacionalización salvaje de los recursos fundamentales del país y un deterioro casi irreversible del patrimonio natural y cultural que arruina el presente e hipoteca el futuro de todos los peruanos”. (Pág. 3)
El texto del plan del 2011 es similar pues afirma que el modelo que se aplica “acentúa la desigualdad social, depreda los recursos naturales violenta la legalidad y la democracia y no genera desarrollo”. (Pág. 7)
Luego de sustentar por qué en su opinión el modelo no funciona, plantea, al igual que el 2006 un cambio radical. Propone una economía nacional de mercado distinta al modelo de economía social de mercado(estipulado en el artículo 58 de la Constitución), que con distinto énfasis han aplicado los gobiernos sucesivos de Alberto Fujimori, Alejandro Toledo y Alan García.
Es por eso que Humala, al igual que en el 2006 plantea que para poder ejecutar “La gran transformación”– que advierte es de largo plazo sin precisar cuántos gobiernos requerirá para implementarla– es imprescindible un cambio constitucional.
Es ahí donde surgen conceptos que parecen extraídos del lenguaje marxista y velasquista de la década de los 70.
“El modelo neoliberal extremo y el Estado predatorio son hermanos mellizos alumbrados en el mismo parto. […] Para los pobres se entregan las migajas del banquete a través de un neopopulismo elemental: reducir la pobreza con dádivas”. (Pág. 31)
O también: “El Perú, como Estado democrático, requiere de un Estado soberano y autónomo –con respecto a las clases dominantes y a los poderes extranjeros– y al servicio de todos los peruanos. Ello requiere organizarlo sobre una vasta coalición democrática de los empresarios nacionales, las clases medias y las clases populares que le den sustento a la estabilidad”. (Pág. 24).
Como se observa, algunos de los recientemente visitados por el ‘nuevo Humala’– empresarios, exportadores, la Iglesia–son excluidos de esta suerte de “gran coalición” para la “gran transformación”.
LOAS A VELASCO
El plan también destaca la gestión del dictador Juan Velasco Alvarado (1968-1975) que instauró un Gobierno Revolucionario de las FF.AA.: “A través de profundas reformas estructurales, de las cuales la reforma agraria fue sin duda la más importante, el gobierno militar liquidó a la oligarquía y al gamonalismo, puso límites a la dominación norteamericana , organizó un bloque nacional-popular. Ofreció mejores condiciones de vida a las clases populares y reconoció a los indios y a los cholos”. (Pág. 31).
¿UN LOBO VESTIDO DE CORDERO?
Pero además de señalar que su plan del 2006 tiene los mismos ejes temáticos que el del 2011 –es el mismo Humala pero con saco y corbata–, se puede sostener que el líder nacionalista en su campaña electoral de cara al público está realizando afirmaciones que contradicen o suavizan lo que sustenta en su plan de gobierno.
Por ejemplo, ha asegurado que respetará los acuerdos firmados por el Estado. Sin embargo, de la lectura de sus propuestas no quedan dudas de que sus intenciones son otras. Afirma que la explotación de los recursos naturales del Perú “aprovechada generalmente por minorías económicas extranjeras no puede continuar”. (Pág. 32)
También se puede afirmar que el humalismo pretende regresar a un modelo estatista, a pesar de que ha sido negado por sus dirigentes con giros conceptuales que no convencen, puesto que plantean “la nacionalización de la actividades estratégicas” aunque hacen la salvedad que esto se hará “no necesariamente con estatizaciones”. (Pág. 79). El documento adelanta que la nueva Constitución “consagrará la participación empresarial del Estado en el sector energético y supeditará la libre disposición de los recursos energéticos a los intereses nacionales”. (Pág. 83)
Por último, advierten que el Perú “tendrá un Estado fuerte” (Pág.196), que, por ejemplo, “impedirá la reconcentración de tierras y la vuelta al latifundio”. (Pág. 127)
En realidad este es apenas un extracto de lo que puede significar la “Nueva República” que pretende instaurar Humala en el Perú. El plan de 198 páginas también postula renegociar los tratados de libre comercio, revisar todos los contratos de concesión de carreteras; renegociar contratos de explotación y exploración petrolera entre otras modificaciones de fondo para volver al Estado más fuerte. Y una última cita para cerrar: “Recuperaremos la infraestructura de Paita y Matarani de sus ilegales privatizaciones”. (Pág. 95).
Los significados de la visita del presidente Obama en América Latina
Análisis & Opinión
Los significados de la visita del presidente Obama en América Latina
César Alexandre Carvalho
Es formado en Ciencia Política de la Universidad de Brasilia y se especializó en Derecho constitucional. Actualmente está a cargo de la base de datos de CAC Consultoría en Brasil y socio gerente de la empresa. Actuó como analista del Instituto Brasilero de Estudios Políticos, donde era coordinador de la base de datos y de la aplicación periódica de cuestionaros junto a los congresistas, en el proceso de investigación permanente del Congreso mantenido por el Instituto.
Después de la crisis económica de 2008 y sus consecuencias, Estados Unidos sigue en la tentativa de recuperar espacio en el escenario económico mundial. Con todo, la inyección de recursos para salvar la economía estadounidense impulsó a los países productores de commodities, que acabaron por absorber el exceso de la moneda global. Brasil fue uno de los pocos países que pasó casi ileso por la crisis económica y, con eso, ganó mayor importancia en el escenario mundial.
La visita del presidente Obama a América latina señaliza un cambio de la postura de Estados Unidos en su relación con los países emergentes, como Brasil, que en otros tiempo, obedecía a la cartilla de la política internacional impuesta por la Casa Blanca y, en la actualidad, demuestra públicamente sus divergencias acerca de los temas sensibles, como por ejemplo, el programa nuclear iraní, o la intervención en la crisis política hondureña. Una visita de un mandatario estadounidense a un país latinoamericano, luego de una sucesión presidencial, demuestra una clara intensión bilateral de estrechar las relaciones comerciales y políticas.
A pesar del esfuerzo político del presidente Obama, las posiciones de Brasil y Estados Unidos permanecen aún sensibles. Con sólo un viaje, el campo de las intensiones no representa la señalización de la evolución en el campo de las acciones y, por ahora, las relaciones bilaterales continúan basándose en la política de la buena vecindad, en problemas comunes, como la desvalorización del yuan frente al dólar o al real, y los ideales comerciales en común, como la exportación de petróleo brasileño para el mercado estadounidense. En cuanto a eso, las divergencias entre los dos países impedirán reales avances en la resolución de las demandas de ambos lados.
A pesar del esfuerzo político del presidente Obama, las posiciones de Brasil y Estados Unidos permanecen aún sensibles. Con sólo un viaje, el campo de las intensiones no representa la señalización de la evolución en el campo de las acciones y, por ahora, las relaciones bilaterales continúan basándose en la política de la buena vecindad.
En Chile, Obama se enfrentó a las críticas de la población chilena sobre el acuerdo nuclear firmado entre los gobiernos de Chile y EE.UU. La incertidumbre del 80% de los chilenos se justifica por el incidente en la planta nuclear en Fukushima, Japón, y el hecho de que el territorio chileno también está sujeto a terremotos y tsunamis. Sin embargo, las diferencias entre los dos países pararon ahí. Chile es un país que tiene una enorme cantidad de acuerdos de libre comercio e importa gran parte de lo que consume su economía.
Si el discurso de Obama, en Brasil, se centró en las relaciones entre los dos países, en Chile centró su discurso en los hispanoamericanos. La elección del país como base para un discurso en América Latina puede ser visto como un reconocimiento de la política de comercio exterior de Chile, que atrae incondicionalmente a EE.UU.
Por ahora, la gran demanda de fuentes de energía en Chile y la fuerte resistencia de la población del país, en relación a la exploración de energía nuclear, es más un problema del gobierno chileno que de los intereses económicos estadounidenses.
En El Salvador, la situación de los país de América Latina se limitaba a la discriminación que reciben los inmigrantes salvadoreños en los Estados Unidos. Simbólicamente, era un discurso dirigido a los países de América Latina que tienen una mayor dependencia económica y tienen gran ascendencia política por parte del gobierno de EE.UU.
Con un discurso específico para el principal país emergente de las Américas, otro dirigiéndose a América latina en su conjunto y un tercero preocupado con cuestiones que remeten mucho más allá de las reivindicaciones de países altamente dependientes de Estados Unidos, se puede inferir que la Casa Blanca ve en la región tres frentes de acción, de los cuáles el más delicado, en cuanto a las relaciones bilaterales, se da con Brasil.
Barack Obama en América Latina: mucha bulla por casi nada
Análisis & Opinión
Barack Obama en América Latina: mucha bulla por casi nada
Andre César
Sociólogo y politólogo, analista de CAC Consultoria, con sede en Brasilia. Es responsable de la cobertura del Congreso, mantiene contacto permanente con diputados y senadores, y otras fuentes calificadas. Es especialista en control presupuestario por la Escuela de Administración (ESAF). En 1992 y 1993 trabajó en el Centro de Estudios de Políticas Públicas en la Universidad de Campinas (Unicamp), en las áreas de sindicalismo y política de vivienda. Es graduado de la Escuela de Gobierno de São Paulo y miembro del Instituto de Encuestas y Estudios de Gobierno (Ipesg). Entre 1997 y 2007 fue consultor del Instituto Brasileño de Estudios Políticos (IBEP), donde dirigió un proceso de encuestas permanente.
La reciente visita del presidente estadounidense Barack Obama a países de América Latina, conforme a lo esperado, movilizó los sectores de gobierno, los grandes medios de comunicación, el empresariado y los intelectuales de los países visitados. A pesar de eso, los resultados de la presencia de la principal potencia del planeta pueden ser considerados poco expresivos. Veamos las razones de eso.
En primer lugar, encontramos una situación que no se podía predecir en la agenda de Obama, la crisis política en los países del norte de África y Medio Oriente, y el terremoto (inmediatamente seguido de un tsunami y de una crisis nuclear) en Japón.
En esos días, los ojos del mundo estaban enfocados en esos eventos, lo que redujo la exposición mediática de la visita del presidente estadounidense. Incluso, la intensificación de la crisis en Libia y la orden de ataque al régimen de Muammar Gadafi, dada por Obama directamente desde Brasilia, complicaron en gran medida los acontecimientos ocurridos en el continente sudamericano.
Aparte de eso, la visita también hizo poco para contener el poder de China sobre América Latina, un ascenso perjudicial para los negocios estadounidenses, que enfrentan una competencia mucho más dura en las economías que crecen rápidamente en la región.
En líneas generales, lo que se vio fueron discursos poco profundos y llenos de clichés, además de una fuerte exposición de la familia presidencial en eventos festivos.
Las protestas efectivas fueron escasas, y peor aún si se comparan con las iniciativas chinas, que ya pasaron a Estados Unidos como principal socio comercial de países como Brasil y Chile, justamente las dos importantes escalas que realizó Obama.
En el caso específico brasileño, el presidente estadounidense frustró algunas expectativas, como una discusión más efectiva en cuanto a las cuestiones de visas, algunas decisiones sobre problemas relativos a las barreras comerciales y, más importante, (del punto de vista del gobierno de Dilma Sousseff), alguna palabra sobre la inclusión de Brasil como miembro del consejo Permanente de Seguridad de la ONU. En líneas generales, lo que se vio fueron discursos poco profundos y llenos de clichés, además de una fuerte exposición de la familia presidencial en eventos festivos.
En el caos más amplio de América Latina, la situación se repite. La falta de evolución en el debate, con respecto a un acuerdo comercial entre Estados Unidos y Colombia, que hace tiempo está detenido; la relación con Cuba, las demandas bolivianas, ecuatorianas y peruanas, y un mayor enfriamiento en las relaciones con Argentina y conVenezuela, continúan reflejando los grandes impases que existen entre América Latina con el “Gran Hermano” del norte.
Claro está que la política, en su gran mayoría, está hecha de simbología y una cierta reaproximación de Estados Unidos, vía Barack Obama, con los países latinoamericanos, en especial con Brasil, es importante y puede generar frutos futuros. Para que esos frutos sean generados, son necesarias acciones concretas (por medio de acciones de acuerdos y fines) y, más todavía, una profundización real en las relaciones entre las partes, algo que el viaje no dejó claro.
Esperemos entonces que la visita de Obama, al final, no haya sido sólo conversa y poca respuesta concreta. En palabras de Shakespeare, que no sea mucha bulla por nada.
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