16 abril, 2011

US: También en esto, Bush tenía razón – por Emilio Campmany

Obama dijo que acabaría con la política contraterrorista de Bush. Más concretamente, prometió cerrar Guantánamo y llevar a los allí detenidos ante la Justicia civil norteamericana. Sus argumentos no sólo fueron de naturaleza humanitaria, sino que se basaron también en ese realismo de la señorita Pepis que tanto gusta a los que se autoproclaman “izquierda moderada”. Guantánamo, decía el presidente, es contraproducente ya que provoca tanta irritación en el mundo musulmán, que es el pretexto con el que Al Qaeda recluta tantos más terroristas de los que las fuerzas norteamericanas son capaces de detener. Dicho de otro modo, lo peor de Bush no es que su política fuera inmoral, lo más grave es que estaba equivocado desde el punto de vista estratégico.

El caso es que el candidato demócrata, a base de desacreditar Guantánamo, se las apañó para derrotar primero a Hillary Clinton, que no se atrevió a defender a Bush, a pesar de estar en esencia de acuerdo con él, y luego a McCain, quien, en actitud arriolesca, renegó de la política del anterior presidente como hoy Rajoy se sacude la de Aznar.

Pues ahora llega Obama y no sólo no cierra Guantánamo, cosa que prometió estaría hecha para enero de 2010, sino que ha dado orden de que los presos que quedan en la base sean puestos a disposición de las comisiones militares creadas por Bush y que Obama ordenó interrumpir. ¿Y dónde está ahora el peligro de que ben Laden se hinche a reclutar arrebolados musulmanes ultrajados por la ignominia de Guantánamo?

¡Pobrecito Obama! Él quiere, pero los poderosos no le dejan. Qué divertido es ver a nuestros medios de comunicación devanarse los sesos para encontrar el modo de explicar cómo puede ser que Obama, guapo y bueno, tenga en Guantánamo la misma política que Bush, malo y feo. Vean cómo lo hace el corresponsal de El País en Washington: “Obama se ha enfrentado a tres grandes problemas para cerrar el campo de detención: el hecho de que muchos países extranjeros hayan eludido acoger a los reos capturados en Afganistán; la negativa de los estados norteamericanos de aceptarlos en sus prisiones, y las dudas del sistema judicial civil de cómo juzgar a esos reos, muchas de cuyas confesiones fueron obtenidas con métodos que bajo la legislación norteamericana se considerarían como tortura”.

El problema no es ese. El problema es que la mayoría de los detenidos en Guantánamo son terroristas a los que sólo es posible probar que estaban entrenándose para cometer atentados, de forma que, como en Estados Unidos no existe el delito de pertenencia a organización terrorista, serían puestos en libertad. Y, si no es por eso, lo serían por haber sido detenidos sin leerle sus derechos (cosa que no hicieron porque eran prisioneros de guerra, no delincuentes presuntos). Así que si Obama los hubiera llevado ante los tribunales civiles, la mayoría habrían quedado en libertad, campando libremente por el territorio de la Unión. ¿Cuál sería el futuro político de Obama si, como es lo más probable, uno de esos terroristas puesto en libertad por su culpa cometiera un grave atentado? Y en lo que a nosotros se refiere, ¿por qué tendríamos que acoger en nuestro territorio a gente que ni Obama en su adorable izquierdismo quiere encontrarse en las calles de sus ciudades?

Total, que también en esto de Guantánamo, Bush tenía razón. Esta vez no lo digo yo. Lo dice san Barack Obama, premio Nobel de la Paz

Guatemala: De gorrones y perezosos en reforma fiscal –

Guatemala: De gorrones y perezosos en reforma fiscal – por Reny M. Bake

Siguiendo con el tema de la semana pasada de los detalles de las “cacareadas” reformas fiscales que cada gobierno promueve y la comunidad internacional apoya a coro, hoy hablaremos sobre los “gorrones” y “perezosos” relacionados.

Una reforma fiscal puede ser de tres tipos: A) Subirle impuestos a quienes ya tributan. B) Ampliar la base tributaria —cobrarle al que no paga— y C) Mejorar la recaudación de los impuestos ya existentes.

En la opción B, que sería cobrarle a los que no pagan, caen en este grupo a los que he bautizado “gorrones” —viven de los impuestos ajenos o reciben beneficios sin pagar impuestos—. Por ejemplo, ONG que reciben fondos del Estado para vivir —y exigen que los demás paguen más impuestos— o sectores privados que por ley están exentos de pago de impuestos. Eso sí, exigen seguridad y se quejan de que el Gobierno no los apoya cuando les va mal o baja el precio del dólar en el país por razones estacionales.

En la opción C, que es mejorar la recaudación fiscal de los impuestos existentes, hay acciones que por “pereza” —siendo bien pensados— no se hacen, y que pueden ayudar a mejorar la recaudación actual. Por ejemplo, hacer más “amigable” las oficinas y sedes de la SAT, y los horarios de atención al público. Si se visita la página web de la SAT, no se encuentra en la misma los horarios de atención de cada una de las oficinas. Averiguando, resulta que es de lunes a viernes, de 8 a 17 horas —excepto el Registro Mercantil, que cierra a las 16 horas—.

Bonita forma de incentivar la creación de más empresas y la reducción de la economía informal, con esos horarios antigente trabajadora que quiere superarse y cumplir sus obligaciones con el fisco.

Las oficinas de la SAT debiesen abrir de lunes a domingo, de 8 a 20 horas, para no dar excusa ni entorpecer al productivo que paga impuestos y tener SAT móviles para visitar áreas de afluencia comercial. A estos horarios poco “amigables” agreguemos que varias sedes de la SAT son un “infierno”, con pocas sillas, locales sin ventilación y sin aire acondicionado. Por ejemplo, SAT zona 18, donde visitantes y empleados se asfixian sin aire y con un sol abrasador por la ubicación del local.

¿Cómo quieren que la gente tribute si no lo facilitan? Invito a los representantes de “organismos internacionales” que hablan sobre la baja recaudación tributaria en el país a que visiten ese local, a ver si les dan ganas de hacer un trámite. Y mientras tanto, la competitividad del país es amenazada por la típica inestabilidad “nuevo gobierno, nuevos impuestos para los de siempre”.

Ecuador: Dinamita decomisada salió de Bolivia con destino a las FARC

Ecuador: Dinamita decomisada salió de Bolivia con destino a las FARC – El Telegrafo

Momentos en que miembros del GIR mostraban el material explosivo que fue decomisado en Azuay. FOTO: MIGUEL CASTRO / El Telégrafo

La Policía estableció que la dinamita decomisada el pasado 26 de marzo es de procedencia boliviana y su destino final eran las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia.

La Policía estableció que los 24.000 tacos de dinamita, junto con 27.500 cápsulas detonantes y 27.500 metros de mecha de seguridad, que fueron decomisados el pasado 26 de marzo en el sector de La Patricia del cantón Ponce Enríquez, en Azuay, es de procedencia boliviana y su destino final eran las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

Así lo anunció ayer el comandante General de la Policía, Fausto Franco, quien informó que el decomiso del material explosivo se dio a través de la operación denominada ‘Detonante’ y que estuvo a cargo de agentes de la Unidad de Lucha Contra el Crimen Organizado (Ulco).

Ayer, en los patios del cuartel del Grupo de Intervención y Rescate (GIR) de Guayaquil se presentó el material decomisado y los técnicos de la Escuadra Antibombas realizaron una detonación controlada de varios tacos de dinamita para demostrar el alcance de la onda expansiva.

Rodrigo Bragantza, perito del GIR, indicó que si se daba el caso de una explosión fortuita de la dinamita, que era transportada en un camión, sin las mínimas normas de seguridad, la destrucción total sería de 200 metros a la redonda y un 80% de daños a 400 metros.

En el operativo, informó Franco, se detuvo a los ecuatorianos Rodrigo Maldonado Quezada, quien fungía de importador y abastecedor; César Heras Jiménez y Segundo Acurio Gamboa, quienes eran los transportistas. Asimismo, el oficial indicó que los explosivos, cuyo precio en el mercado ilegal alcanzaría los $ 150.000, iban a ser entregados en Colombia a alias ‘Paisa’.

En la audiencia de calificación de flagrancia, relató el oficial, el juez 16º de Garantías Penales del Azuay ordenó la prisión preventiva de Maldonado Quezada y Heras Jiménez; mientras que a Acurio Gamboa, por ser de la tercera edad, le dictaron una medida cautelar sustitutiva.

El material explosivo decomisado fue trasladado a Guayaquil, mientras que los detenidos permanecen privados de su libertad en la provincia de El Oro.

¿Por qué está la gente tan dispuesta a perdonar el fracaso del gobierno?

¿Por qué está la gente tan dispuesta a perdonar el fracaso del gobierno?

Por Christopher Westley

En un momento dado, desarrollé una teoría de que tenemos muchas menores expectativas para el rendimiento del sector público que para el del privado.[1] Vemos esto en la explicación habitual que, cuando se aplica a Enron, hace que las fuerzas de mercado echen abajo tal empresa mientras que el Departamento de Defensa pierde miles de millones de dólares anualmente. La diferencia en términos de derroche entre los dos sectores es exponencial, pero mientras que a Enron se le hace responsable por su ética, el gobierno tiene tolerancia.

O consideremos lo que toleramos al servicio de Correos frente a lo que toleramos a empresas como FedEx o UPS. De nuevo, si esas empresas del sector privado incurrieran en los costes y derroche que institucionaliza Correos, hace mucho que habrían desaparecido y sus activos se habrían transferido a otra entidades que las instituciones de mercado crean que usarían esos activos más eficiente y rentablemente.

La lista puede continuar. Comparen a Amtrak con el transporte privado; los miles de millones de dólares de los contribuyentes derrochado en producir el Chevy Volt (lo único eléctrico de este coche es que produce una sacudida lo malo que es) comparado con sus competidores;[2] los patrones aplicados a los estudiantes de escuelas públicas frente a lo que se demanda en escuelas privadas y domésticas o el derroche masivo que aceptamos en esas leyes federales de transporte y “agrícolas” que el Congreso aprueba cada cinco años, independientemente del partido en el poder.

Esos ejemplos están tan aceptados universalmente que no merece siquiera la pena citarlos. El resultado es una enorme dicotomía en la vida moderna y quienes lo apuntamos nos sentimos a menudo como el niño que se preguntaba por qué había tanto revuelo acerca del traje evidentemente inexistente del emperador.

El resultado de esta dicotomía es el crecimiento del gobierno, lo que se relaciona inversamente con aquellas características que asociamos con una sociedad libre y virtuosa. El resultado es una creciente animosidad en la sociedad entre contribuyentes netos y consumidores netos de impuestos y el caos cuando fracasan las instituciones ratifícales, de las cuales tantos se han hecho dependientes. Consideremos el triste caso de la Seguridad Social. Si ha habido alguna vez un ejemplo de la diferencia entre las expectativas populares mantenidas entre rendimiento público y privado, es la Seguridad Social.

Empezó en la década de 1930, un tiempo de incertidumbre en la economía orquestada por el estado. Como hoy, esta incertidumbre emanaba de múltiples intervenciones sin precedentes ni predecibles en el sistema de mercado. (La propia Gran Depresión duraría 17 años, acabando cuando los new dealers, que fueron el origen de muchas de estas intervenciones, fueron repudiados poco después de la muerte de Franklin Roosevelt). Mirando atrás, lo que sorprende es lo limitado que era el programa cuando empezó. Reclamaba un mero 2% de las nóminas y ofrecía pagos suplementarios a trabajadores jubilados ancianos en un momento en que la mayoría de la gente moría con sesentaytantos años y cuando la relación trabajador/jubilado era de 16 a 1. (Ahora es de 3 a 1 y bajando).

Por tanto, la Seguridad Social es un buen caso de estudio del intervencionismo público en general. El crecimiento del sector público empieza a una pequeña escala y desarrolla una clase dependiente. Cuando se producen inevitablemente las consecuencias no pretendidas, los cargos públicos aumentan sus programas para resolver estos problemas al tiempo que echan la culpa a la “fuerza de la avaricia” o el “fracaso del mercado”. Aunque el papel de dichas crisis (reales o imaginadas) en instigar este ciclo fue explicado por el economista Robert Higgs en su clásico moderno Crisis and Leviathan, el ciclo general de intervención llevando a consecuencias no pretendidas llevando a una mayor intervención fue explicado por el liberal clásico Ludwig von Mises en la década de 1920.[3]

Roosevelt sabía que la Seguridad Social era principalmente un triunfo político.[4] En una historia relatada por el historiador Arthur Schlesinger, Roosevelt contaba una advertencia de un visitante acerca de las incoherencias económicas del programa:

Supongo que tiene razón en lo económico, pero esos impuestos nunca fueron un problema de economía. Eran algo completamente político. Ponemos esas contribuciones de las nóminas para dar a los contribuyentes un derecho legal, moral y político a recibir sus pensiones y sus prestaciones de desempleo. Con estos impuestos, ningún maldito político podrá nunca abolir mi programa de Seguridad Social.[5]

También tenía toda la maldita razón. Siempre que las leyes de la economía se levantan contra la política de la Seguridad Social, el Congreso expande constantemente sus prestaciones y aumenta los impuestos sobre las nóminas para crear más dependencia. Buena parte del desempleo actual deriva del aumento de los costes que este programa genera en el mercado laboral.

El premio Nobel Edward Prescott ha demostrado que mientras que la carga legal de la Seguridad Social se comparte entre empresario y empleado, la carga económica recae principalmente en los trabajadores, que reciben menores salarios y menos oportunidades de empleo. Como consecuencia, Prescott argumenta que los empleados responden a disminuciones en los salarios disminuyendo aún más la oferta de mano de obra. (En términos económicos, Prescott está destacando las consecuencias de una oferta de mano de obra altamente elástica).[6]

La gestión del Congreso de este programa a lo largo de las décadas solo puede pervivir en un mundo en que la gente tenga menores expectativas para el rendimiento del sector público. Refleja la inclinación keynesiana dominante de ajustes a corto plazo, porque (como argumentaba Keynes) el largo plazo nunca acaba de llegar. En el largo plazo, todos estamos muertos. Un aforismo más cierto sería que en el largo plazo, todos estamos jorobados.[7] En el caso de la Seguridad Social, esto se ha convertido en una certidumbre actuarial.

Las cifras no lucen tan bien. La Seguridad Social tenía superávit cuando los 78 millones de baby boomers estaban en el máximo de sus ganancias, pero ahora está en déficit: los jubilados están aumentando en número y empezando a recoger parte de la riqueza que les fue coactivamente transferida en este esquema de tipo Ponzi. Sus derechos no financiados se cifran en decenas de billones mucho antes de las preocupaciones de la crisis financiera de 2008 y las distintas expansiones del gobierno desde entonces. El economista de la Universidad de Boston Laurence Kotlikoff calculó recientemente que, debido a décadas de gastos como estos de la Seguridad Social y otros programas, la diferencia entre obligaciones financiadas y no financiadas totaliza 202 billones de dólares.[8]

Añadiendo el insulto a la injuria, la Oficina del Presupuesto del Congreso realizó más de 500 simulaciones reflejando posibles resultados del programa, dada su actual salud fiscal. El propósito era medir qué generación de entre las cohortes nacidas en las décadas de 1940, de 1960 y de 1980 no recibiría prestaciones de la Seguridad Social.[9] Los resultados, publicados en octubre de 2010, no fueron prometedores, como explicaba recientemente Bruce Krasting en Business Insider. Escribe Krasting:

Si usted ha nacido en la década de 1940, la probabilidad de que reciba el 100% de las prestaciones previstas es de casi el 100%. La gente en este grupo de edad morirá antes de que la SS se vea forzada a recortar las prestaciones previstas. Si nació en los sesenta las cosas siguen sin pintar tan mal. Dependiendo de cuánto viva, las probabilidades (76+%) son bastante buenas de que obtenga todas las prestaciones previstas. Sin embargo, si nació en los ochenta tiene un problema. Los números se caen por un acantilado si usted tiene hoy entre 30 y 40 años. En solo el 13% de los posibles escenarios obtendrá lo que actualmente espera de la SS. Si nació después de 1990 simplemente no tiene ninguna posibilidad estadística de obtener aquello por lo que está pagando.[10]

Krasting piensa que el resultado final será una guerra de generaciones, al darse cuenta las generaciones más jóvenes de que están obligadas a pagar por la irresponsabilidad fiscal de las generaciones anteriores. Los jóvenes con los que he entrado en contacto se enfurecen, al menos los que han estudiado el asunto. El economista de Universidad de Nottingham, Kevin Dowd, en un discurso a jóvenes acerca de las promesas del estado de bienestar por las que se pagarán el resto de su vida laboral hacía la pregunta: “¿Queréis una vida de trabajo duro y esclavitud, seguida por una indigencia definitiva, o queréis manteneros por vosotros mismos y luchar por la posibilidad de una vida decente? Vosotros elegís”.

Realmente es así. La Seguridad Social es un microcosmos de tendencias políticas para permitir que los beneficios políticos a corto plazo les cieguen ante los problemas económicos propios de los programas de bienestar y guerra. Lo más importante es que este programa público destaca la dicotomía entre las expectativas de lo público y lo privado. Las Seguridad Social solo pervive porque nos han condicionado a ver el rendimiento del sector público con expectativas menores. A largo plazo, estamos obligando a las generaciones futuras (incluyendo posiblemente la que me encuentro hoy en mis clases de economía) a una fácil elección.

La Fed elimina la ética del ahorro

La Fed elimina la ética del ahorro

Por Doug French.

Los niños de la Depresión aprendieron en seguida que “ahorrar para los días de lluvia” no era algo que uno espera hacer, sino un requisito. El dicho se originó cuando la mayor parte de la gente trabajaba en el campo. Y cuando llovía los campos estaban demasiado húmedos como para arar y el granjero (no digamos los temporeros) no ganaba dinero.

Por supuesto, mi abuelo era del tipo diligente que utilizaría los días lluviosos para hacer el mantenimiento necesario en sus instrumentos, mirando con desdén a otros granjeros que los días de lluvia estaban en el bar del pueblo. Creía que seguramente acabarían con los instrumentos rotos cuando el sol reapareciera, lo que les impedirían recoger el heno.

Así que la idea del ahorro no es necesariamente el retorno que uno recibe por el dinero que se deja a un lado, sino la actitud mental de que, cuando el tiempo no coopera, el ahorrador tiene algo con lo que cubrirse. Por supuesto, la mayoría de nosotros no tenemos que preocuparnos por el tiempo.

Pero hace unos años se produjo una tormenta económica y mucha gente no ha tenido trabajo, llueva o haga sol. Los que prestaron atención al viejo dicho sin duda habrán capeado la tormenta mejor que los que no. La mayoría de los consejeros financieros recomiendan que una persona tenga ahorrado el equivalente a tres meses de gastos vitales (y alguno dicen que a seis, por cierto). ¿Pero cuánta gente siguió el consejo?

No hay ninguna salvedad al consejo que dice “Mantenga seis meses de ahorro si el dinero está produciendo al menos un 6%”. Incluso si el dinero se queda ahí lustroso, no haciendo ganar nada, se trata de la liquidez y la garantía contra lo desconocido.

Por desgracia, una disipación de la divisa por el banco central sirve para aumentar las preferencias temporales de la gente y dificultar su juicio. En un post reciente, yo destacaba el consejo del consejero vital y autor John P. Strelecky, que aconseja a la gente gastar sus devoluciones fiscales en una experiencia que recordarán siempre, en lugar de ahorro los pocos cientos o miles de dólares que Hacienda pueda devolverles.

Vive hoy tu vida, dice el consejero vital: unos pocos miles no van a importar de todas formas. Escribí en el Mises Blog para apuntar lo ridículo de este consejo. Pero la mayoría de los que comentaron se alinearon con Strelecky:

Creo que su consejo es exacto, al menos dadas las estrecheces de los tiempos en que vivimos. ¿Qué sentido tiene ahorrar si la inflación se comerá todo lo que consigas acumular?

Sigues las reglas del juego. El crecimiento de tus ahorros será raquítico debido a los patéticos tipos de interés, eliminado por la inflación y confiscado por una estado rapaz. Así que, adelante, disfruta del “dinero” ahora, cuando aún tiene algún valor.

La mayoría de la gente realmente no tiene un lugar mejor en que poner su dinero que en una experiencia placentera, que al final es todo lo que quieres.

Tengo que estar de acuerdo con los comentarios. Tal vez no sean viajes u otras “experiencias”. Pero me siendo más seguro con cosas que siguiendo con billetes de la Reserva Federal.

Es justo lo que los banqueros centrales quieren oír. Les preocupa la deflación. Hace unos pocos meses Charles Evans, de la Fed de Chicago, decía:

Me parece que podríamos conseguir de alguna forma tipos de interés reales más bajos de forma que el exceso de ahorro respecto de la inversión que se está produciendo se rebaje, sería una forma de estimular la economía.

Lord Keynes estaba preocupado constantemente porque la gente ahorraba demasiado y consumía demasiado poco, de ahí la necesidad de más dinero y más barato para estimular la economía. Bernanke no es más que un buen keynesiano y sus tipos bajos equilibran la inteligente cuestión de si renunciar al consumo.

Y probablemente ningún jubilado, cuando se ve abandonando el mercado laboral, piensa en tipos de interés del 1% (o menores) dentro de su planificación de flujo de caja para la jubilación. En un artículo en primera plana, el Wall Street Journal echa una mirada a “jubilados que se encuentran en la extremo erróneo del épico intento de la Reserva Federal de rescatar a la economía con dinero barato”.

El WSJ apunta correctamente que los bajos tipos de la Fed han sido una ganancia inesperada par bancos y prestamistas, pero un problema para quienes necesitan la renta de sus ahorros para vivir. Gente que pensaba haber actuado correctamente, trabajado duro, ahorrado dinero y ahora quieren tranquilidad, se ven presas del pánico cuando los fondos del mercado monetario no les dan más de 24 punto básicos. “Es la décima parte del nivel de finales de 2007 y la más baja registrada desde 1959”, informa el Journal.

Tan malos son los tipos bajos impuestos por la Fed para quienes tratan de vivir de sus ahorros pasados que el periodista Mark Whitehouse apunta que los bajos tipos hacen que los jóvenes no guarden fondos para el futuro, ya seas para emergencias o jubilación. Los trabajadores estadounidenses pusieron menos dinero en activos financieros en pasado año que en ningún año registrado, excepto en 2009, cuando la gente rescató su dinero. Y aunque el Departamento de Comercio diga que el índice de ahorro personal ha aumentado al 5,8%, explica Whitehouse: “Esto pasa en buena medida porque cuenta reducciones en la deuda personal, como hipotecas y saldos de tarjetas de crédito, como ahorros”. Pero la mayoría de la reducción de la deuda, escribe Whitehouse, se ha producido por impagos en lugar de por ahorro.

La política de tipos de interés de la Fed también lleva a la gente a tomar más riesgos con sus ahorros de lo que deberían. “Por eso la mayoría estamos en el mercado bursátil, porque no hay otro lugar adonde ir”, dice John Lehman, de 70 años, que preferiría tener su dinero en certificados bancarios de depósito pero debe recurrir a especular. “Espero que mis recursos no se agoten antes de que muera”.

Muchos se jubilan sin prácticamente nada. De acuerdo con AARP, el 16% de los estadounidenses no han ahorrado ni un duro para la jubilación y casi la mitad han ahorrado menos de 50.000$.

Quienes no tienen ahorros son más dependientes del gobierno que otros cuando ocurre lo inesperado, ya sea una pérdida del empleo o una avería de la lavadora. El profesor Paul Cantor nos recuerda en su artículo “Hyperinflation and Hyperreality: Mann's 'Disorder and Early Sorrow” que “el dinero es una fuente esencial de estabilidad, continuidad y coherencia en cualquier comunidad. De ahí que interferir en la oferta monetaria básica es interferir con un sentimiento de valor de una comunidad”.

Cuando la Fed hace que los ahorros parezcan inútiles y el placer inmediato parezca racional, el mundo se ha invertido de forma diabólica. A solo un paso de la hiperinflación, las acciones de los bancos centrales están amenazando “con socavar y disolver todo sentido de valor en una sociedad”.

“Así que la inflación sirve para agudizar el y frenético ritmo de la vida moderna, desorientando aún más a la gente y socavando cualquier sensación de estabilidad que aún puedan tener”, explica Cantor.

En la novela de Mann citada por Cantor, el orden social se invierte al transferirse la riqueza de quienes ahorraron diligentemente toda su vida a los especuladores. Hoy en día pasa como en la Alemania de Wiemar que describe Mann, ya que la gente cree inútil guardar un poco de dinero aquí y allí y en su lugar se siente obligada o bien a especular o simplemente gastarse todo lo que tienen de los buenos tiempos.

Y mientras que los jubilados mencionados en el artículo del WSJ se ven perjudicados financieramente, Cantor apunta que el retrato de la hiperinflación de Mann descubre “algo psicológicamente más debilitante que ocurría en la generación más anciana”. La ímpetu, le comportamiento de alta preferencia temporal por parte de los jóvenes parece racional en un periodo inflacionista, mientras que la prudencia y el conservadurismo parecen no solo pintorescos sino directamente idiotas.

Tal y como describió Mann hace tanto tiempo, el mundo de la inflación es la ilusión de riqueza, creada por la imprenta del gobierno, distorsionando todo lo que vemos y pervirtiendo nuestro juicio. Entretanto continúan las llamadas al estímulo, mientras nuestra cultura y valores se entierran bajo un montón de papel.

No hay comentarios.: