09 mayo, 2011

Adiós, Díaz Ordaz

Adiós, Díaz Ordaz

¿Qué hacemos con la marginalidad, con la informalidad y con un mercado de trabajo capaz de dejar afuera a tres millones de ninis?

José Cárdenas

Criticado por la crisis de la (in)seguridad pública, el gobierno federal le tomó el pulso durante tres días a los marchistas. Y quizá también la medida. Bastó al presidente Felipe Calderón no cerrarse, no crispar el puño, mostrar comprensión, escuchar, responder y plantear a su vez algunas preguntas.

Habrá tiempo esta semana para escuchar y discutir las peticiones que hace el Pacto Nacional contra la Violencia, comenzando por la solicitud de remoción del secretario de Seguridad Pública federal, Genaro García Luna.

Habrá quien analice la feroz crítica a los partidos políticos y la acusación y advertencia de elecciones “inaceptables” en 2012 “si no se limpian de vínculos con el crimen”. Muchos cuadratines y sound bites asegurados de antemano. Todo eso cabe en el México de hoy.

No cupo en el de 1968. Ni siquiera en el de 1994.

Tres días de marcha y unas 60 mil almas en el Zócalo. Desfile de pertinencias, dolores personales y familiares, pero también de divagaciones masivas, de lucubraciones y de sueños, mezcla de peace and love y selva chiapaneca.

Algunas preguntas de La Marcha han de perdurar. Conviene encontrarles respuesta: ¿Qué hacemos con la marginalidad, con la informalidad y con un mercado de trabajo capaz de dejar afuera a tres millones de ninis? ¿Y con la penetración social del narco? ¿Cómo se lanzó este gobierno a un combate sin medir y controlar la brutal corrupción e inoperancia de las policías, ministerios públicos, jueces y readaptadores sociales? ¿Cuál es la racionalidad política de haber colocado al Ejército como valladar y límite del hundimiento nacional en la violencia y la inseguridad. ¿Cómo creer con 40 mil muertos que quien nada debe nada teme?

Las preguntas de Calderón también quedan: ¿qué hacemos con la criminalidad desbordada, que secuestra, mata, fija cobros por derecho de piso, corrompe policías e instituciones, la dejamos en paz?

Le hubieran contestado: resuélvelo tú, que para eso eres autoridad.

Mientras las marchas no anticipen la desobediencia civil o una rebelión social serán filas de peregrinos, unas más grandes que otras, pero al fin peticionarios exigentes de que el gobierno “haga algo”. Todos caben.

Buena parte de la izquierda mexicana inspira aún su crítica en el imaginario setentero y ochentero. ¡Cuando ganan la calle y el Zócalo se quedan sin guión!

Tres días de marcha dejan otras vivencias perdurables. Son inaudibles para los oídos de la política. Están en el ser generoso y compartido de la gente que recibió a los marchistas en Coajomulco y Topilejo.

De esta marcha queda el firme testimonio directo de las víctimas. La fuerza de los hermanos Julián y Adrián Le Barón; de los padres de 49 niños muertos y 70 lesionados de por vida de la guardería ABC; de los familiares de Marisela Escobedo; los de otras víctimas menos conocidas de la violencia, como El Vaquero Galáctico. Nada más, pero tampoco nada menos.

MONJE LOCO. Algunos incipientes liderazgos sociales podrán incluso encontrar rumbo hasta extraviarse en alguna nómina como asesores del gobierno. Así ha sucedido. Ya se sabe, ya se supo…

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