Cordero, el PAN y el oficialismo
La filtración de una lista de panistas que respaldan al secretario de Hacienda difícilmente puede ser vista como un ejercicio que no cuenta con la venia de Los Pinos.
Pascal Beltrán del Río No pasó más de una semana entre el anuncio que hizo Josefina Vázquez Mota sobre la integración de su equipo de campaña —en el que destaca Ernesto Ruffo, primer panista en alcanzar el cargo de gobernador— y la entrevista que dio Santiago Creel a Excélsior —en la que retó a sus competidores por la candidatura presidencial del PAN a demostrar que tienen mayor apoyo que él— para que por fin emergiera con claridad la opción que se impulsará desde Los Pinos para la sucesión presidencial de 2012.
Quienes apoyan al secretario de Hacienda Ernesto Cordero para que sea el candidato de Acción Nacional parecen haber tomado nota del mensaje que les lanzó Creel, en el sentido de que el PAN es un partido bronco que suele rechazar las imposiciones, incluidos los candidatos oficiales, cuando tiene la posibilidad de opinar.
Así fue en 1999, cuando una parte de la cúpula panista trató de contener las aspiraciones presidenciales de Vicente Fox, quien la había ido construyendo desde la gubernatura de Guanajuato dos años antes. Esa vez, la nomenklatura blanquiazul acabó por entender que el foxismo era una ola imparable y dejó que El Grandote se presentara sin contrincantes en la primera elección abierta que organizó el PAN para elegir a su candidato.
Cinco años después, en mayo de 2004, Fox no supo entender que ya no seguía siendo el rebelde del partido, sino el Presidente de la República, y que la mayoría de los panistas no estaría dispuesta a seguirlo en sus intenciones de dejar un sucesor.
Por eso, cuando Calderón hizo públicas sus aspiraciones, en aquel memorable acto en Jalisco, Fox creyó que el problema se desvanecería con sólo despedirlo del cargo de secretario de Economía, y no se sintió obligado de reforzar la precandidatura de Creel, su carta para la sucesión. Ambos, Fox y Creel, debieron pensar que bastaba la magia del guanajuatense y el poder de la Presidencia para resolver la contienda por la nominación.
Calderón, en cambio, sí leyó bien los signos aquella vez. Sabía que el respaldo presidencial a Creel no garantizaba el triunfo de éste en la elección interna.
Montado en su profundo conocimiento del partido, así como en los amarres que hizo con gobernadores como el yucateco Patricio Patrón y, sobre todo, en el rechazo de la base del partido al candidato oficial —como reconoció el propio Creel en la entrevista—, Calderón arrasó en la primaria panista.
De los cerca de 297 mil votos emitidos en las tres etapas de la votación —de un padrón de 1.1 millones, sufragó menos de una tercera parte—, Calderón obtuvo poco más de 153 mil, suficientes para evitar una segunda vuelta contra Creel, quien se quedó muy atrás, con 95 mil adhesiones.
De entonces a la fecha, el padrón panista ha crecido sustancialmente. Hasta el último corte, estaba integrado por casi 290 mil miembros activos y 1.43 millones de adherentes. En total, un millón 722 mil ciudadanos con derecho a participar en la tercera elección interna de este tipo, que aún no ha sido convocada, pero que con seguridad se llevará a cabo en los tiempos previstos por la ley electoral, es decir, no en septiembre u octubre, como ocurrió en 1999 y 2005, sino seguramente a principios de 2012.
La reforma electoral de 2007, que compactó los tiempos de campaña y puso límites a la forma en que los aspirantes pueden hacer proselitismo, dejó intacta la ambición de quienes buscan llegar a Los Pinos el año entrante. Eso ha creado un ambiente de nerviosismo en el partido del gobierno, donde, a diferencia de los otros bandos, se libra una lucha encarnizada por la candidatura presidencial.
Una apertura de cartas por parte de la nueva dirigencia del partido —encabezada por Gustavo Madero— dejó en siete el número de aspirantes: cuatro secretarios de Estado, dos legisladores y un gobernador. De entrada, demasiados aspirantes para asegurar un proceso interno que deje al partido unido en 2012.
Hace algunas semanas, Excélsior reveló que existía la intención de limitar a uno o a dos el número de secretarios de Estado que tomarían parte en la interna del partido. Los cuatro secretarios que aspiran a la candidatura habían estado sumamente limitados en sus actividades públicas de proselitismo, no solamente por las restricciones legales sino por la decisión del presidente Calderón, expresada a este diario el año pasado, de que los miembros de su gabinete debían cumplir primero con su trabajo.
La filtración de una lista de prominentes panistas que respaldan al secretario de Hacienda Ernesto Cordero difícilmente puede ser vista como un ejercicio que no cuenta con la venia de Los Pinos. ¿Por qué? Porque Calderón había instruido a los miembros de su equipo a cumplir primero con sus responsabilidades como funcionarios y porque tras del virtual destape de Cordero no ha habido ningún tipo de reclamo público desde Los Pinos, ni un llamado al orden, mucho menos un despido como el que propinó Fox a Calderón.
También es necesario recordar el discurso que pronunció recientemente el secretario de Hacienda ante los delegados del gobierno federal, en el que Cordero hizo énfasis en su pertenencia al equipo de Calderón. Se trata de un mensaje que han querido reforzar quienes recientemente hicieron pública su simpatía con el funcionario, con el uso de la palabra “unidos”.
No pueden pasarse por alto algunos signos que chocarían con la idea de un apoyo total de la Presidencia con la precandidatura de Cordero, como la presencia del exvocero presidencial Max Cortázar y el ex jefe nacional panista César Nava en sitios prominentes de la estructura de campaña corderista.
De ambos se ha dicho públicamente que salieron del primer círculo calderonista luego de algunas diferencias con el mandatario, por lo que hay tres interpretaciones posibles: 1) las versiones de ese distanciamiento no son completamente ciertas, 2) el apoyo presidencial a la precandidatura de Cordero no es total, o 3) el Presidente es suficientemente pragmático para no perder de vista el objetivo que más le importa en estos momentos: no pasar a la historia como el hombre que hizo volver a Los Pinos al viejo partido de Estado.
Si es verdad que Cordero es el candidato oficial —y no sólo lo parece—, los filtradores habrán hecho un movimiento arriesgado aunque calculado: identificar al secretario de Hacienda como el favorito de Calderón, a fin de ubicar los núcleos de resistencia y trabajar sobre ellos de aquí a la elección interna. No soy de los que cree que esto haya sido un simple acto de cargada al estilo priista.
En todo caso, el primer reto para Cordero y Calderón rumbo a 2012 será quebrar el maleficio de que los candidatos oficiales sean rechazados por la base panista. Más allá de si Cordero es o no el favorito de Calderón, el secretario de Hacienda ya trae esa etiqueta y tendrá que competir con ella.
Por su parte, el Presidente ya recibió una advertencia de lo difícil que pudiera resultar incidir en la precampaña panista, luego de que quien era percibido como su favorito para la dirigencia del partido, Roberto Gil Zuarth, fuera derrotado en la reunión del Consejo Nacional de diciembre pasado que ungió como presidente del PAN a Gustavo Madero, y como secretaria general a Cecilia Romero.
¿Cómo crear condiciones para una contienda interna en la que Cordero pudiera remontar la ventaja que, en las encuestas, le llevan Creel y Vázquez Mota, cuando las principales figuras del partido no comulgan del todo con la línea de Los Pinos?
Quizá por eso circulan los rumores en el PAN de que, ante un mal resultado en las elecciones estatales del próximo 3 de julio, Madero podría presentar su renuncia, lo cual dar lugar a la elección de un nuevo jefe nacional panista —el quinto del sexenio— que esté mejor sintonizado con el oficialismo.
Quienes apoyan al secretario de Hacienda Ernesto Cordero para que sea el candidato de Acción Nacional parecen haber tomado nota del mensaje que les lanzó Creel, en el sentido de que el PAN es un partido bronco que suele rechazar las imposiciones, incluidos los candidatos oficiales, cuando tiene la posibilidad de opinar.
Así fue en 1999, cuando una parte de la cúpula panista trató de contener las aspiraciones presidenciales de Vicente Fox, quien la había ido construyendo desde la gubernatura de Guanajuato dos años antes. Esa vez, la nomenklatura blanquiazul acabó por entender que el foxismo era una ola imparable y dejó que El Grandote se presentara sin contrincantes en la primera elección abierta que organizó el PAN para elegir a su candidato.
Cinco años después, en mayo de 2004, Fox no supo entender que ya no seguía siendo el rebelde del partido, sino el Presidente de la República, y que la mayoría de los panistas no estaría dispuesta a seguirlo en sus intenciones de dejar un sucesor.
Por eso, cuando Calderón hizo públicas sus aspiraciones, en aquel memorable acto en Jalisco, Fox creyó que el problema se desvanecería con sólo despedirlo del cargo de secretario de Economía, y no se sintió obligado de reforzar la precandidatura de Creel, su carta para la sucesión. Ambos, Fox y Creel, debieron pensar que bastaba la magia del guanajuatense y el poder de la Presidencia para resolver la contienda por la nominación.
Calderón, en cambio, sí leyó bien los signos aquella vez. Sabía que el respaldo presidencial a Creel no garantizaba el triunfo de éste en la elección interna.
Montado en su profundo conocimiento del partido, así como en los amarres que hizo con gobernadores como el yucateco Patricio Patrón y, sobre todo, en el rechazo de la base del partido al candidato oficial —como reconoció el propio Creel en la entrevista—, Calderón arrasó en la primaria panista.
De los cerca de 297 mil votos emitidos en las tres etapas de la votación —de un padrón de 1.1 millones, sufragó menos de una tercera parte—, Calderón obtuvo poco más de 153 mil, suficientes para evitar una segunda vuelta contra Creel, quien se quedó muy atrás, con 95 mil adhesiones.
De entonces a la fecha, el padrón panista ha crecido sustancialmente. Hasta el último corte, estaba integrado por casi 290 mil miembros activos y 1.43 millones de adherentes. En total, un millón 722 mil ciudadanos con derecho a participar en la tercera elección interna de este tipo, que aún no ha sido convocada, pero que con seguridad se llevará a cabo en los tiempos previstos por la ley electoral, es decir, no en septiembre u octubre, como ocurrió en 1999 y 2005, sino seguramente a principios de 2012.
La reforma electoral de 2007, que compactó los tiempos de campaña y puso límites a la forma en que los aspirantes pueden hacer proselitismo, dejó intacta la ambición de quienes buscan llegar a Los Pinos el año entrante. Eso ha creado un ambiente de nerviosismo en el partido del gobierno, donde, a diferencia de los otros bandos, se libra una lucha encarnizada por la candidatura presidencial.
Una apertura de cartas por parte de la nueva dirigencia del partido —encabezada por Gustavo Madero— dejó en siete el número de aspirantes: cuatro secretarios de Estado, dos legisladores y un gobernador. De entrada, demasiados aspirantes para asegurar un proceso interno que deje al partido unido en 2012.
Hace algunas semanas, Excélsior reveló que existía la intención de limitar a uno o a dos el número de secretarios de Estado que tomarían parte en la interna del partido. Los cuatro secretarios que aspiran a la candidatura habían estado sumamente limitados en sus actividades públicas de proselitismo, no solamente por las restricciones legales sino por la decisión del presidente Calderón, expresada a este diario el año pasado, de que los miembros de su gabinete debían cumplir primero con su trabajo.
La filtración de una lista de prominentes panistas que respaldan al secretario de Hacienda Ernesto Cordero difícilmente puede ser vista como un ejercicio que no cuenta con la venia de Los Pinos. ¿Por qué? Porque Calderón había instruido a los miembros de su equipo a cumplir primero con sus responsabilidades como funcionarios y porque tras del virtual destape de Cordero no ha habido ningún tipo de reclamo público desde Los Pinos, ni un llamado al orden, mucho menos un despido como el que propinó Fox a Calderón.
También es necesario recordar el discurso que pronunció recientemente el secretario de Hacienda ante los delegados del gobierno federal, en el que Cordero hizo énfasis en su pertenencia al equipo de Calderón. Se trata de un mensaje que han querido reforzar quienes recientemente hicieron pública su simpatía con el funcionario, con el uso de la palabra “unidos”.
No pueden pasarse por alto algunos signos que chocarían con la idea de un apoyo total de la Presidencia con la precandidatura de Cordero, como la presencia del exvocero presidencial Max Cortázar y el ex jefe nacional panista César Nava en sitios prominentes de la estructura de campaña corderista.
De ambos se ha dicho públicamente que salieron del primer círculo calderonista luego de algunas diferencias con el mandatario, por lo que hay tres interpretaciones posibles: 1) las versiones de ese distanciamiento no son completamente ciertas, 2) el apoyo presidencial a la precandidatura de Cordero no es total, o 3) el Presidente es suficientemente pragmático para no perder de vista el objetivo que más le importa en estos momentos: no pasar a la historia como el hombre que hizo volver a Los Pinos al viejo partido de Estado.
Si es verdad que Cordero es el candidato oficial —y no sólo lo parece—, los filtradores habrán hecho un movimiento arriesgado aunque calculado: identificar al secretario de Hacienda como el favorito de Calderón, a fin de ubicar los núcleos de resistencia y trabajar sobre ellos de aquí a la elección interna. No soy de los que cree que esto haya sido un simple acto de cargada al estilo priista.
En todo caso, el primer reto para Cordero y Calderón rumbo a 2012 será quebrar el maleficio de que los candidatos oficiales sean rechazados por la base panista. Más allá de si Cordero es o no el favorito de Calderón, el secretario de Hacienda ya trae esa etiqueta y tendrá que competir con ella.
Por su parte, el Presidente ya recibió una advertencia de lo difícil que pudiera resultar incidir en la precampaña panista, luego de que quien era percibido como su favorito para la dirigencia del partido, Roberto Gil Zuarth, fuera derrotado en la reunión del Consejo Nacional de diciembre pasado que ungió como presidente del PAN a Gustavo Madero, y como secretaria general a Cecilia Romero.
¿Cómo crear condiciones para una contienda interna en la que Cordero pudiera remontar la ventaja que, en las encuestas, le llevan Creel y Vázquez Mota, cuando las principales figuras del partido no comulgan del todo con la línea de Los Pinos?
Quizá por eso circulan los rumores en el PAN de que, ante un mal resultado en las elecciones estatales del próximo 3 de julio, Madero podría presentar su renuncia, lo cual dar lugar a la elección de un nuevo jefe nacional panista —el quinto del sexenio— que esté mejor sintonizado con el oficialismo.
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